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Invitación de boda (Wajid) (***)

28 abril 2018

Tradiciones en zona hostil

La hija de un profesor palestino viudo que vive en Nazaret está a punto de casarse. El protagonista afronta solo los preparativos hasta que de Italia llega su primogénito, un arquitecto que trabaja fuera de su país desde hace mucho tiempo y cuya presencia servirá para que los dos hombres se conozcan algo más que superficialmente.

El cine palestino suele ofrecer historias de convivencia donde se pone de manifiesto su adaptación a un medio no demasiado favorable, especialmente cuando se trata de narrar vivencias en Tel Aviv o Nazaret, como sucede en este caso. Pone de manifiesto que, en unas urbes dominadas por los judíos, conviven en barrios que, aunque pretenden dejar de ser marginales, mantienen sus tradiciones y, en la mayoría de los casos, se interrelacionan únicamente entre ellos. El nuevo largometraje de Annemarie Jacir es una buena prueba de ello.

La opresión, y también las diferencias entre culturas vuelven a ponerse manifiesto en este título. Hay una obsesión salir a Europa o a Estados Unidos, que se evidencia en el personaje de Shadi –Saleh Bakri-, que ejerce como arquitecto en Italia donde convive con la hija de un alto cargo de la OPEP que todavía no puede regresar a Oriente Medio por no tener aun el pasaporte europeo. América, tierra prometida en algunos casos, quimera en otros, es el lugar donde se fugó su madre con otro hombre tras abandonar a su marido, Abu Shadi –Mohammad Bakri-, quien no ha vuelto a tener una relación estable desde entonces y goza de una situación sólida, aunque no boyante, gracias a su trabajo como profesor.

Ahora, su hija Amal –Maria Zreik- prepara su boda. No se casará en verano, como manda la tradición porque su madre puede regresar en esas fechas navideñas. Ha pasado mucho tiempo desde su marcha y todos parecen necesitarla o haberla perdonado. Sí sabemos que habla a menudo con su hijo, e incluso que su presencia se pone en entredicho por la grave enfermedad que aqueja a su compañero. Realmente, están pendiente de unos análisis para conocer la estimación de los médicos respecto a un posible fatal desenlace.

La tradición palestina también impone que la invitación de boda se entregue personalmente a cada uno de los convidados. Afortunadamente para Abu Shadi, que acaba de superar un infarto, la presencia de su hijo le descarga de trabajo. Juntos inician el recorrido por Nazaret para repartir el mensaje. De esta forma, se orquesta un relato costumbrista con ribetes de road movie. Con el viejo automóvil en el que Shadi había recibido sus primeras lecciones de conducción se trasladan por la zona palestina de Nazaret. De vez en cuando, una inmensa estrella de David recuerda que los judíos tienen el control. Al fondo, se ve otro tipo de edificios. Una ciudad diferente.

Padre e hijo comprueban que no se conocen lo suficiente. El joven asistirá a la oda pero se marchará rápido porque prefiere las Navidades romanas a las palestinas. Viste con pantalones y camisas con colores poco habituales en la zona y manifiesta una mente más abierta salvo cuando su padre se dispone a entregar una invitación a un judío. Shadi se opone porque lo considera un espía que informa a sus autoridades sobre los palestinos con quienes se relaciona. Abu, por el contrario, lo considera su amigo y necesita de él, mediante los oportunos informes, para acceder al puesto de director. Esa diferencia de criterio supone el mayor enfrentamiento durante esas jornadas entre padre e hijo. También es el punto de arranque para que comienzan a conocerse mucho más a fondo.

En ese relato costumbrista de que hablábamos, nos encontramos con situaciones casi siempre agradables que ponen de manifiesto en cualquier caso la hospitalidad y el compañerismo. Los dos Shadi se encontrarán con proposiciones a cargo de distintas mujeres, y Abu dirá que su hijo ha estudiado medicina y no arquitectura por no contrariar a una persona mayor que sufre por la marcha de los jóvenes en busca de otros destinos. Todo siempre desde un punto de vista amable.

La directora, responsable igualmente del guion, no pretende en ningún momento buscar expresiones artísticas singulares. Le basta con colocar la cámara con esmero  y ponerla al servicio de su relato. Con la comicidad latente quiere llegar al espectador de una manera más sencilla y sin complicaciones. Las situaciones no emergen como originales, ni siquiera cuando Amal elige su vestido de boda. Sin embargo, Annemarie Jacir consigue envolvernos con su aguda visión sobre la tensa realidad palestina, dulcificada siempre por el tamiz de la relación paterno filial. Podría esperarse algún secreto desvelado en su parte final, pero se acepta el perfil bajo que se mantiene a lo largo de toda la exposición.

From → Cine

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