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El gran baño (Le grand bain) (*)

9 enero 2019

Sirenos con michelines

Un grupo de hombres, en plena crisis de los cuarenta, forman un equipo de natación sincronizada. Todos ellos en su vida privada son perdedores y, en su mayoría maníacos depresivos. Sin embargo, y contra todo pronóstico, compiten en Campeonato Mundial de la especialidad.

Seamos consecuentes. ¿Pueden un grupo de tipos desarraigados y depresivos, fondones y cuarentones, presentarse al Mundial de natación sincronizada? Una historia como ésta, en la cinematografía francesa, solo puede ser obra de Gilles Lellouch, responsable de Los infieles. Ciertamente, no hay que tener ningún escrúpulo para presentar una historia de estas características que, en su conjunto, supera su propuesta anterior, lo que no era muy complicado. Sus puntos fuertes se basan en una buena interpretación y algunos hallazgos visuales, especialmente en la parte final. Sin embargo, no tiene la picaresca que exhibían historia precedente.

El autor se enreda mostrándonos a los ocho componentes del futuro equipo de natación sincronizada y de cómo han sido golpeados por la vida. La depresión es la tónica general, pero también el fracaso profesional o familiar. Naturalmente, todos ellos tienen sus vivencias aparte de la piscina y arrastran con ellos a otros personajes, a los que se suman las dos entrenadoras, campeonas en su día que, para colmo, son tetrapléjicas -Leila Bekhti- o exdrogadictas -Virginie Efira-. Realmente, no se salva nadie en una propuesta que tiende a narrarnos las circunstancias más dramáticas sin perder el sentido del humor, aunque éste funcione a cuentagotas. Por ejemplo, en el intento de robo en el supermercado por parte de esa pandilla tan peculiar.

Entre los ocho, hay algunos en los que el argumento se entretiene más, lo que nos óbice que el metraje alcance las dos horas. El más significativo es Bertrad -Mathieu Amalric-, cuya depresión llega al máximo. Vive con una esposa comprensiva -Marina Foïs- y sus dos hijos, pero no aguanta a sus cuñados. Laurent -Guillaume Canet- goza de responsabilidad en su trabajo, pero está amargado, tiene un hijo que necesita que le empujen en su dicción y su matrimonio hace aguas. Marcus -Benoît Pelvoorde- presume de un negocio de piscinas al pie de Los Alpes. Es un mujeriego que asiste al derrumbe de su cuarta empresa como emprendedor, tal y como sucedió con las anteriores. Simon -Jean-Hugues Alglade- es un músico de rock duro fracasado. Ninguno de sus diecisiete discos ha funcionado y trabaja como limpiador en el instituto en el que estudia su hija Lola -Noée Abita-.

Con estos tipos se pretende ganar un Mundial de natación sincronizada en el que se dan cita los países más pujantes en esa disciplina y cuyos representantes lucen cuerpos macizos y espectaculares. Claro que ni siquiera pasan unas eliminatorias previas. Se inscriben como el equipo de Francia, y punto. La propuesta de una superación personal regresa a la escena. Se puede tomar en serio, lo que no aguantaría esta propuesta, o conmovernos y hasta soñar con sus protagonistas. Está claro que el recuerdo de Rocky, o incluso de Karate Kid, pesa como una losa sobre este largometraje. El entrenamiento no es tan creíble como en aquellos casos y no se propone una idea original que pueda rivalizar con la ascensión por las escaleras del Capitolio de Filadelfia, o aquella mítica frase: dar cera, pulir cera.

Lo de pulir, precisamente, no encaja con estos caracteres creados por Lellouch, que después del entrenamiento se atiborran a cerveza, o que se desplazan al Mundial de Noruega en la caravana de Simon sin que durante el trayecto ensayen ni tan siquiera un poquito. Más tarde, cuando llega uno de los puntos álgidos del film, la ternura no permite ver las trampas de una puesta en escena a ritmo del tema principal de Carros de Fuego que no ha deparado ningún antecedente y que, desde luego, no se improvisa de la noche a la mañana.

La banda sonora original, firmada por Jon Brion, incluye temas de Tears for Fears, Phil Collins y Philip Bailey. Está a la altura del conjunto, una producción que arrasó en la taquilla francesa pero que tendrá muchos problemas para continuar su éxito comercial fuera de sus fronteras. Compararla, como se ha hecho, con Full Monty son palabras mayores, aunque sí funciona bien la moraleja: a veces, sorpresivamente, un cuadro encaja en un círculo, y viceversa. Sin embargo, no por ello consigue este film la cuadratura del círculo. Una vez más, su autor se entrega a los personajes masculinos y los salva por entero. El resto se encuentran a su servicio con la idea de que sean más felices cuando acaba la historia que cuando empieza.

From → Cine

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