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Caso Murer. El carnicero de Vilnius () (**1/2)

21 enero 2019

Juicio contra el olvido

Franz Murer, un ex oficial austríaco de la SS, fue quien organizó y controló el gueto de Vilnius, donde fueron eliminados miles de judíos. Tras ser condenado en la antigua URSS regresó a su país en virtud de un tratado bilateral y fue juzgado posteriormente por solo unos pocos de los crímenes cometidos.

El caso Murer es uno de los vergonzantes de las secuelas del nazismo. Desde el punto de vista social y humano, su resolución parece difícil de aceptar, aunque Austria se ha destacado por una política bastante liberan el lo referente a los exterminadores del régimen instaurado por el III Reich. Sin embargo, no estamos aquí para señalar lacras históricas y sí para comentar una película. Aunque su contenido implique dolor y rabia, dos conceptos que buscada el cineasta Christian Frosch con este largometraje, cuya idea surgió durante una visita al Museo Estatal Judío Vilna Gaon, propone una reconstrucción imparcial de los hechos

La historia sitúa a Karl Murer -Karl Fischer- como el oficial austríaco de las SS que organizó y dirigió el gueto de Vilnius (Vilna) entre 1941 y 1943. Se estima que solamente unos seiscientos judíos sobrevivieron al horror de unos ocho mil confinados entre sus edificios. A lo largo del juicio asistimos a relatos tan tremendos como sonrojantes. Médicos que tuvieron que practicar incontables abortos para que no nacieran más niños judíos, o mujeres en avanzado estado de gestación que eran asesinadas impunemente. Por sus calles se paseaba Murer, con su uniforme verde y su carro tirado por caballos blancos.

Fue condenado en la URSS a veinticinco años de trabajos forzados, aunque estuvo solamente cinco ya que regresó a su país en la aplicación de un convenio bilateral. Una vez en libertad fue el cazador de nazis Simon Wiesenthal -Karl Markovica- quien consiguió llevarlo nuevamente ante los tribunales. A pesar de los muchos crímenes que se supone había perpetrado, únicamente se le pudo acusar en la corte de la ciudad austríaca de Graz por diecisiete de ellos. El caso es que tuvo que enfrentarse a un jurado popular bastate despreocupado, que fue el encargado de emitir un veredicto.

Su abogado, Verteidiger Böck -Alexander E. Fennon- le dice que no acuda al juicio con su mejor traje. Simplemente, con una chaqueta raída de granjero, para insistir en que se trata de un hombre de campo, y que estén presentes sus hijos, detalle que suele conmover a los integrantes del jurado popular. Durante diez días desfilaron por la corte de justicia testigos a favor y en contra. Unos hablan de sus atroces intervenciones en Vilnius, y otros le definen como un hombre bueno, incapaz de esas tropelías. El acusado calla prácticamente durante todo el filme. Escucha atentamente y, en ocasiones efectúa un pequeño gesto de asentimiento o negación. No sabe nada y nunca fue el brazo ejecutor.

Frosch procura ser lo más ecléctico posible, tanto en el texto como en las situaciones y en la puesta en escena. La incertidumbre mostrada en el estrado, casi dualidad, se mantiene a lo largo de la proyección y se traslada también al entorno familiar. Muy pocas veces la acción sale de la sala donde tiene lugar la vista, pero nos deja algunas secuencias álgidas, como cuando la esposa de Murer, Elisabeth -Ursula Ofner- visita a su marido en la cárcel y ambos degustan una tarta de chocolate. Quien fuera tachado de demonio parece un ángel compartiendo la comida con su mujer.

El resto de salidas son para mostrarnos detalles de la vida privada de los personajes más relevantes del film, incluido algún que otro miembro del jurado, así como algunas posibles consecuencias a causa del juicio. En general, la propuesta pretende ser austera, con planos cortos durante las declaraciones. Hay un interés evidente en que todo aparezca lo más descarnado posible, con la cámara, bastante inquieta, dirigiéndose de forma recurrente a Murer. La historia está muy por encima de la puesta en escena y las resoluciones jurídicas son para meditar.

Juicio contra el olvido

Franz Murer, un ex oficial austríaco de la SS, fue quien organizó y controló el gueto de Vilnius, donde fueron eliminados miles de judíos. Tras ser condenado en la antigua URSS regresó a su país en virtud de un tratado bilateral y fue juzgado posteriormente por solo unos pocos de los crímenes cometidos.

El caso Murer es uno de los vergonzantes de las secuelas del nazismo. Desde el punto de vista social y humano, su resolución parece difícil de aceptar, aunque Austria se ha destacado por una política bastante liberan el lo referente a los exterminadores del régimen instaurado por el III Reich. Sin embargo, no estamos aquí para señalar lacras históricas y sí para comentar una película. Aunque su contenido implique dolor y rabia, dos conceptos que buscada el cineasta Christian Frosch con este largometraje, cuya idea surgió durante una visita al Museo Estatal Judío Vilna Gaon, propone una reconstrucción imparcial de los hechos

La historia sitúa a Karl Murer -Karl Fischer- como el oficial austríaco de las SS que organizó y dirigió el gueto de Vilnius (Vilna) entre 1941 y 1943. Se estima que solamente unos seiscientos judíos sobrevivieron al horror de unos ocho mil confinados entre sus edificios. A lo largo del juicio asistimos a relatos tan tremendos como sonrojantes. Médicos que tuvieron que practicar incontables abortos para que no nacieran más niños judíos, o mujeres en avanzado estado de gestación que eran asesinadas impunemente. Por sus calles se paseaba Murer, con su uniforme verde y su carro tirado por caballos blancos.

Fue condenado en la URSS a veinticinco años de trabajos forzados, aunque estuvo solamente cinco ya que regresó a su país en la aplicación de un convenio bilateral. Una vez en libertad fue el cazador de nazis Simon Wiesenthal -Karl Markovica- quien consiguió llevarlo nuevamente ante los tribunales. A pesar de los muchos crímenes que se supone había perpetrado, únicamente se le pudo acusar en la corte de la ciudad austríaca de Graz por diecisiete de ellos. El caso es que tuvo que enfrentarse a un jurado popular bastate despreocupado, que fue el encargado de emitir un veredicto.

Su abogado, Verteidiger Böck -Alexander E. Fennon- le dice que no acuda al juicio con su mejor traje. Simplemente, con una chaqueta raída de granjero, para insistir en que se trata de un hombre de campo, y que estén presentes sus hijos, detalle que suele conmover a los integrantes del jurado popular. Durante diez días desfilaron por la corte de justicia testigos a favor y en contra. Unos hablan de sus atroces intervenciones en Vilnius, y otros le definen como un hombre bueno, incapaz de esas tropelías. El acusado calla prácticamente durante todo el filme. Escucha atentamente y, en ocasiones efectúa un pequeño gesto de asentimiento o negación. No sabe nada y nunca fue el brazo ejecutor.

Frosch procura ser lo más ecléctico posible, tanto en el texto como en las situaciones y en la puesta en escena. La incertidumbre mostrada en el estrado, casi dualidad, se mantiene a lo largo de la proyección y se traslada también al entorno familiar. Muy pocas veces la acción sale de la sala donde tiene lugar la vista, pero nos deja algunas secuencias álgidas, como cuando la esposa de Murer, Elisabeth -Ursula Ofner- visita a su marido en la cárcel y ambos degustan una tarta de chocolate. Quien fuera tachado de demonio parece un ángel compartiendo la comida con su mujer.

El resto de salidas son para mostrarnos detalles de la vida privada de los personajes más relevantes del film, incluido algún que otro miembro del jurado, así como algunas posibles consecuencias a causa del juicio. En general, la propuesta pretende ser austera, con planos cortos durante las declaraciones. Hay un interés evidente en que todo aparezca lo más descarnado posible, con la cámara, bastante inquieta, dirigiéndose de forma recurrente a Murer. La historia está muy por encima de la puesta en escena y las resoluciones jurídicas son para meditar.

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