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Tiburón blanco (Great White) (*)

5 May 2021
Tiburón blanco

Miedo en la superficie

Un viaje en hidroavión a la Gran Barrera de Coral australiana se convierte en una pesadilla para cinco personas cuando son atacados por un gigantesco tiburón blanco. Varado en alta mar sobre un frágil bote salvavidas, el grupo tendrá que usar todo su ingenio para resistir a la monstruosa amenaza que les acecha.

Cuarenta y cinco años después del estreno de Tiburón, los grandes escualos siguen amenazando desde la gran pantalla a los bañistas, los aventureros o aquellos que llevan a cabo un viaje de recreo por aguas problemáticas. Le toca el turno a una pareja de orientales que contratan un hidroavión para esparcir las cenizas de un hombre a quien se le tiene como un mito en una zona específica de la barrera de coral australiana.

Con efectos especiales fundamentalmente mecánicos, esta propuesta no tiene argumentos para figurar entre las diez películas con tiburones de mayor calidad, pero cumple con su función. No inventa nada. Hay un territorio inhóspito, ausencia de ayuda externa y la capacidad e improvisación suficiente como para que unos náufragos consigan sobreponerse a los ataques de mandíbulas aterradoras. Y esta vez atacan en manada. Eso se dice en el film, aunque en realidad se trate de dos grandes devoradores.

Los personajes tampoco ofrecen particularidades dignas de mención. Kaz Fellows -Katrina Bowden- y Charlie Brody -Aaron Jakubenko- conforman una pareja joven y feliz a pesar de las deudas contraídas. Ella teletrabaja, él tiene un hidroavión y cuentan con la ayuda de Benny -The Kohe Tuhaka-, que es cocinero y chico para todo. El mismo día que Kaz anuncia su embarazo, son contratados para un viaje de ida y vuelta al día siguiente.

La llegada de Michelle -Kimie Tsukakoshi- y su compañero Joji Minsa -Tim Kano- resulta espectacular. Especialmente por parte de ella, que parece una mujer sofisticada y elegante. Ahí se acaba cualquier atisbo de interacción entre sexos, y se desvanecen también las connotaciones eróticas del principio. Ella quiere llegar a una zona no muy recomendable porque lleva las cenizas de su abuelo, considerado un mito después de haber sobrevivido a un dramático naufragio.

Después de mares azules, turquesas y esmeraldas en lo que parece un video promocional de la barrera de coral, llegan a su destino. Se encuentran con un cadáver, presuntamente atacado por un tiburón. Es el de un hombre al que vimos con su chica en la secuencia inicial, cuando conocimos al gran escualo. Se disponen a sobrevolar por los alrededores para encontrar su barco. Cuando amerizan, el ataque de un gran animal, aproximadamente de cinco metros, les destroza el hidroavión y se ven obligados a dejarse llevar por la corriente en una balsa neumática.

Los roles son bastante inconsistentes, aunque en la hora y media de proyección se mantiene el suspense. La aventura es trágica y el enfrentamiento con los dos animales que siguen de manera impenitente a los humanos se espera con impaciencia. El debutante Martin Wilson consigue bellas imágenes y alterna las aéreas con las submarinas. Resultan más efectivas que un guion con bastantes faltas.

Aun así, los seguidores de este tipo de propuestas, que son abundantes y muy adictos, tienen oportunidad de disfrutar un duelo más entre los hombres y los animales con un bello espectáculo natural como acompañamiento. La partitura de Tim Count recuerda al principio la que John Williams nos metió en nuestro cerebro hace casi cinco décadas. Luego intenta ser más original, aunque ni molesta ni seduce.

From → Cine

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