Envidia sana (La bonheur de uns…) (***)

Una estrella inesperada

Léa, Marc, Karine y Francis son dos parejas de amigos de toda la vida. El marido machista, la novia chillona… Todos ocupan su lugar en el grupo. La armonía se rompe en el momento en que Lea, la más discreta de todos, les comenta que está escribiendo una novela que se convierte en un éxito de ventas.

La envida es mala consejera. El refranero castellano es rico en sentencias que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Ese pecado capital es el epicentro de este relato de Daniel Cohen que cuenta con cuatro intérpretes de lujo para una función que comienza como una obra teatral y se eleva conforme llega al desenlace. Al pesar por el bien ajeno llaman envidia y es veneno. Ciertamente. Por eso se rompe la amistad entre dos parejas que llevaban años encontrándose.

Léa -Bérénice Bejo- está empleada en una tienda de ropa en un centro comercial. Es la más tranquila y menos ambiciosa. Está a punto de ser nombrada gerente de una sucursal del establecimiento en que trabaja, pero duda si está capacitada. Su marido, Marc -Vincent Cassel- tiene un puesto importante en una empresa de aluminios, aunque espera un ascenso definitivo con la próxima jubilación de su responsable. La otra pareja está conformada por Francis -François Damiens-, asesor inmobiliario, y la efervescente Karine -Florence Floresti-.

Durante una cena, con un gag que provoca las primeras sonrisas, y donde se pone de relieve lo apocada que es Léa, se rompe la armonía. Ella anuncia que está escribiendo una novela tras una anécdota a la que su amiga saca punta y pone en guardia a Marc sobre la estabilidad de la pareja. Su iniciativa literaria revuelve los intereses de los demás. Karine opina que es mejor escritora y se aplica a ello. Sin embargo, siente en sus propias carnes el síndrome del folio en blanco. Su marido intenta varias disciplinas sin obtener recompensas efectivas.

Mientras, la carrera de Léa como autora es meteórica. Cuando su jefe Paul, interpretado por el propio director, le anuncia el nombramiento de responsable de la franquicia, su foto está por todo el centro comercial porque su primera novela ha sido un gran éxito de ventas. Después vendrán más. Su marido, que no ha recibido el nombramiento esperado, se aparta de su vida porque, según sus propias palabras, no quiere ser un mantenido. Por su parte, el matrimonio amigo no hace más que sacar defectos a su éxito al tiempo que fracasan en sus aspiraciones.

Vaya por delante que, con sus visibles defectos, yo lo he pasado muy bien con esta película después de un comienzo poco interesante. Las dos mujeres protagonistas suponen dos caras de la misma moneda. Léa es tímida, parece superficial y carente de aspiraciones. Lo que le llega es inesperado, pero lo toma como algo normal. Todo lo contrario que Karine, quien llega a sacarnos de quicio. Es un personaje detestable, que actúa con una envidia malsana que la coloca en posiciones incómodas.

El espectador siente repulsión hacia ella, pero tendríamos que mirarnos al espejo y considerar si estamos más cerca de una o de la otra. Seguramente, la mayoría seamos una Karine en potencia, aunque no alcancemos sus extremos y sepamos controlar esas ansiedades. Un filón más para explotar en la película que, sin embargo, se pierde en la gracieta más o menos fácil. No penetra, por ejemplo, en el cambio que se produce a través del éxito. A veces, las menos, no son los triunfadores quienes se muestran diferentes, sino el entorno que le rodea.

Es posible que Léa siga siendo la misma y que sean su marido y sus amigos los que divergen. Ya sea por sentirse inferiores o por envidia. Daniel Cohen se centra en la comedia y no deja lugar para esas introspecciones que la historia, sin duda, hubiera merecido. Se aprecia cierta torpeza en la exposición y en la puesta en escena, que se conforma con cubrir el expediente mientras los intérpretes sacan adelante sus personajes entregándose a ellos. Lástima que Vincent Cassel sea el menos lucido por causas achacables únicamente al guion.