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Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeunesse) (***)

17 May 2016

Paul se va de Tayikistán con los recuerdos de su infancia y de su adolescencia. Rememora las crisis de su madre, a su hermano Iván, pero también, años más tarde, la inconsolable viudez de su padre, un viaje a Rusia donde le piden que ofrezca su identidad a un nativo, sus amistades posteriores y Esther, su gran amor.

Tres recuerdos, que son realmente muchos más, suponen tres capítulos que, completados con un epílogo y un prólogo, suman dos horas de proyección para el último largometraje de Arnaud Desplechin, un realizador al que se le podía definir como el cineasta que amaba a François Truffaut. Hay mucho de búsqueda interior en sus personajes, de rebelión, de un amor entregado que, a su ruptura, es el catalizador para que el protagonista se descubra a sí mismo. Para ello cuenta con Mathieu Amalric, su actor de cabecera y el encargado de diseñar en pantalla a Paul Dédalus, personaje recurrente del realizador, a quien Quentin Dolmaire interpreta como adolescente.

Amalric se luce, como también todo el reparto. Los actores brillan con luz propia en una película que mereció once candidaturas a los premios César y el máximo galardón para su máximo responsable. La dirección es inteligente, y saca adelante un guion propio, coescrito con Julie Peyr, que se recrea demasiado en sí mismo, que se enrosca como lo hace su protagonista, especialmente en el tercero de sus recuerdos, el eje central de la historia. En él se narra su relación amorosa con Esther –Lou Roy-Lecollinet-.

Paul es un antropólogo que, al regresar de Tajyistán y dejar a la mujer con quien vive, rememora pasajes determinados de su vida. Primero, siendo niño en Roubaix, evoca las crisis de su madre –Cécile García-Fogel- y la estrecha relación con su hermano Iván –Raphaël Cohen-, un muchacho tan violento como piadoso. Posteriormente, a sus dieciséis años,  rememora a su padre –Olivier Rabourdin-, un viudo inconsolable, y el viaje a la URSS, donde una organización clandestina le propone que ceda su pasaporte a un judío ruso.

Finalmente, a los diecinueve, conocemos más en profundidad a su prima Delphine –Lily Taieb-, y vivimos con intensidad sus momentos de asueto con Pénélope –Clémence le Galle-, Mehdi –Yassine Douighi- y Kovalki –Pierre Andrau/Eric Ruf-, su mejor amigo desde la infancia. Es el momento de su relación con Esther, el amor de su vida. Se quieren, se aman, se necesitan, pero también se desgastan el uno al otro. Las primeras infidelidades no lo son tanto cuando la comunión más estrecha preside sus encuentros hasta que llega la saturación remolcada por el hábito.

La nostalgia es la base. También la melancolía y, sobre todo, los recuerdos. Es la cinta que más encaja con Truffaut dentro de la filmografía de Arnaud Desplechin, pero él no es Truffaut. Sigue sus pasos, se reafirma en los postulados, pero mastica mucho más sus propuestas. Gana en la narración y pierde en la concreción. Probablemente, hay mucho de autobiografía en este proyecto porque se nota que está rodado con los cinco sentidos, aportando emoción, sensibilidad y brillantez.

La disección de la pareja es coherente y los que se cuenta, también. Quizá sorprenda un poco el episodio en la Unisón Soviética. Parece no encajar con el resto, pero la caída del muro de Berlín lo justifica en parte, ya que nos remite al derribo de creencias básicas y supuestamente inamovibles del protagonista. Las metáforas no chirrían, pero sí que se adviertecierta lentitud y reiteración en la exposición. No echan por tierra el buen trabajo fílmico del director, aunque sí puede lastrar el interés del espectador en ciertos pasajes.

From → Cine

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