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La ciudad de las estrellas (La La Land) (****1/2)

13 enero 2017

Mia es una aspirante a actriz que trabaja como camarera en Los Ángeles. Sebastián es un músico de jazz que sueña con abrir su propio club y que se gana la vida en sórdidos tugurios. Ambos se conocerán y vivirán una tempestuosa historia de amor en la que tendrán que elegir entre sus sueños o alimentar su mutua atracción.

Estamos ante la película del año. Probablemente, una de las diez mejores producciones que nos dejará esta década. Una delicia para los sentidos y, sin embargo, no es una obra maestra. Los más críticos podrán sacar pecho afirmando que se nutre de clichés, pero sus defensores sentirán que es un film para perdurar en el tiempo, al que no le hacen falta diálogos extremadamente brillantes ni números musicales originalmente maravillosos. Vale con una historia que llega al espectador, dos actores carismáticos, una puesta en escena admirable aunque vaya de más a menos, unas canciones que pueden desbancar a Disney de lo alto del podio en esta temporada, y un vestuario en el que relucen hasta los conjuntos amarillos de su protagonista femenina.

Aparentemente, todo en este film va contra corriente. Los musicales clásicos, en cuyas fuentes bebe sin decoro, o se han rodado en estudio o en la Costa Este. En este caso, se convierte a la ciudad de Los Ángeles en el epicentro de la acción. Nunca el jazz se había identificado con el Observatorio Griffith o Rodeo Drive y sus aledaños, pero Damien Chazelle lo consigue y sale airoso de la propuesta, como también de un larguísimo plano secuencia inicial, con movimientos de cámara asombrosos que rayan en lo imposible. Desde ese momento, ya estamos rendidos a lo que suceda en la pantalla.

Habitualmente, los musicales trágicos, o que no terminan en modo rosa, apenas gozan de la confianza del público. All that Jazz puede ser la excepción, pero su último número, con la canción popularizada por Everly Brothers –Bye Bye Love-, compensa el drama. En este caso, el romance de Mia –Emma Stone-, la aspirante a actriz, y Sebastián –Ryan Gosling-, el apasionado del jazz, puede terminar como quiera, porque la historia nos lleva de la mano con total satisfacción, ya sea por espléndidas canciones como City of Stars, y en general toda la partitura de Justin Hurwitz, o a base de coreografías que nos recuerdan los grandes momentos de los musicales de los 50. No faltan las escalinatas y tampoco se escatima en el cuerpo de baile.

Chazelle hacía tiempo que tenía en mente esta película, pero no encontraba productores dispuestos a financiarla. Tuvo que ser un proyecto más pequeño, Whlplash, el que le abriera las puertas. Una vez en marcha, recurre a situaciones comunes, a coreografías que elevan todavía más el talento de Bob Fosse, Gene Kelly o el sentido del espectáculo de Florence Ziegfeld. La historia de amor, desarrollada en cuatro tiempos coincidentes con las cuatro estaciones, tampoco resulta extraordinaria ni tremendamente original, pero hay talento delante y detrás de la cámara.

Su director sabe que está, por el momento, ante su obra cumbre, la que lleva acariciando desde hace tiempo. Y cuenta con un dúo de protagonistas que es el mejor que Hollywood le podría dar en estos momentos. Emma Stonme y Ryan Gosling son la pareja del momento, la mejor en lo que va de centuria. Rebosan química y, especialmente en el caso de él, deja empequeñecido a todo aquel con el que comparte escenario, incluido el eficiente JK Simmons, que interpreta a Bill, el dueño del local en el que Sebastián Wilder se sale de madre cuando conoce a Mia Dolan.

¿Quién se acuerda del resto?  John Legend es Keith, compañero de fatigas de Sebastián, y Rosemaie DeWitt encarna a Laura, la hermana de Mia. Ninguno de ellos puede lucir al lado de dos talentos innatos. Tanto es así, que Sebastián puede entrar por derecho propio al olimpo de personajes cinematográficos para el recuerdo. Su compañera se aprovecha de un gran diseño de vestuario para lucir todavía más esplendorosa y sacar mayor partido a sus pasos de baile, que en otro caso no serían tan valorados. Mary Zophres ha conseguido un gran trabajo, actualizado lo clásicos y trayendo al siglo XXI las mejores siluetas de mediados de la pasada centuria. La película acumula siete Globos de Oro, pero en los Oscar le auguramos una cosecha, cuando menos, semejante.

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