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¿Tenía que ser él? (Why Him?) (*)

12 enero 2017

La familia Fleming viaja hasta Los Ángeles para ver a su hija mayor por Navidad. Allí se encuentran con el novio de ella, un triunfador cibernético de Sillicon Valley, con buenas intenciones pero socialmente complicado. El enfrentamiento entre un padre conservador y un posible yerno descontrolado se hace palpable.

Vaya por delante que esta es la película navideña que le hubiera gustado al Grinch hasta que en los diez últimos minutos se produce el desenlace esperado acorde con los milagros que se atribuyen a ese período del año en el que parece que nos afecta a todos un tipo de virus muy especial que nos inunda de buena voluntad y mejores deseos, que se inicia con el sorteo especial de la lotería y concluye con el regreso de los Reyes Magos. Por cierto, que sabemos cuándo llegan, al igual que Santa Claus o Papá Noel, pero desconocemos absolutamente todo acerca de su retorno. Incluso, no sabemos si reciclan las cajas o los recipientes sobrantes. Esperamos que sí.

La última película de John Hamburg, que cuenta con el respaldo de Ben Stiller en la producción y el de Jonah Hill entre los creadores de la historia, está plagada de un lenguaje soez, de algunas imágenes escatológicas y de Kiss. Al menos Gene Simmons y Paul Stanley, que en esa idea de poner el mundo al revés, cantan un villancico en acústico ataviados con sus extravagantes trajes y sin desposarse de su llamativo maquillaje. El guion exigía tanto su presencia como los exagerados diálogos de elevado contenido sexual. Es decir, nada relevante hubiera pasado sin contar con ellos.

Una vez más, nos encontramos con el padre reaccionario y el futuro yerno desbocado, y los altercados que ello conlleva. Mucho más desbocado y menos imaginativo en este caso que en las propuestas protagonizadas por Ben Stiller y Robert DeNiro. Ned Fleming –Brian Cranston, a quien el doblaje en español no le hace mucha justicia-, viaja a Los Ángeles con su esposa Barb –Megan Mullally- y su hijo Scotty –Griffin Gluck-, de quince años. Van a visitar a la primogénita de la familia, Stephanie –Zoey Deutch-, una brillante estudiante que se enfrenta a los seis últimos meses de carrera universitaria.

No contaban con Laird Mayhew –James Franco-, el novio de Stephanie, y mucho menos con que fuese un millonario excéntrico de Sillicon Valley gracias al diseño de un videojuego, que no ha cursado estudios y cuya adaptación social es complicada. Para remediarlo, cuenta con su prometida y con su hombre de confianza, Gustav –Keegan-Michael Key-, que tanto se ocupa de la administración de la finca como de ser el entrenador personal de Laird y de otros muchos menesteres.

Da la sensación de que quienes más se han divertido en la película son sus dos protagonistas masculinos, especialmente James Franco, que parece tener un personaje a la altura de su propia personalidad. Desquiciado, inestable e imprevisible. No digo que sea así el actor en su vida real, pero sí que al menos lo refleja en sus apariciones en público y en el tipo de películas en el que parece sentirse como pez en el agua. Desde luego, el elenco salva en buena parte la función, especialmente los varones protagonistas. El resto son locuras escatológicas y subidas de tono con mayor o menor acierto.

Los nuevos millonarios, representados por Laird, lo mismo se tatúan en la espalda la imagen de su futura familia que construyen una pista de bolos en medio de un salón porque es el deporte preferido del padre de su novia. Son tan caprichosos como inocentes o derrochadores. Se mueven a impulsos. A cambio están los hijos, o hijas de papá. Algunas, como el caso de Stephanie, tienen la cabeza bien amueblada, aunque no suele ser lo más frecuente. Los tópicos más habituales de este tipo de relaciones se dan cita en esta historia.

El guion y la puesta en escena toman elementos ya vistos en la pantalla para amasar una propuesta que pretende ser original aunque no lo sea. Destaca más por su lenguaje postmoderno que por otra cosa. Los ataques por sorpresa de Gustav a Laird tenían más gracias cuando era Peter Sellers cuando los sufría y las excentricidades del joven multimillonario no son tan llamativas cuando nos acordamos de cualquier otra producción centrada en Sillicon Valley. Eso no quita para que funcionen algunos gags en una película perfectamente prescindible pero con la que te puedes entretener que si entras sin prejuicios a la sala a verla de proyección.

From → Cine

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