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El sueño de Gabrielle (Mal de pierres) (**)

7 junio 2017

Durante veinte años se muestra la historia de una mujer, casada tras un matrimonio arreglado al término de la Segunda Guerra Mundial, pero que se enamora de un enfermo que conoce en un balneario al que acude aquejada de cálculos renales. Es la historia de un personaje de espíritu libre, que sueña con alcanzar el amor perfecto.

Después de ser presentada a concurso en el festival de Cannes, esta última puesta en escena de Nicole Garcia se coronó con ocho candidaturas al César para quedar sin premio alguno. No sería justo que se alzase con algún galardón en un año de películas altamente interesantes rodadas en francés, como Elle, Frantz o la más discutible Solo el fin del mundo. Nicole Garcia parte de una novela escrita por la italiana Milena Agus, a la que sigue libremente en su primera parte para intentar una resolución inesperada y sorprendente que lo consigue a medias después de una historia que parece extraída del más puro romanticismo decimonónico, cuando las heroínas literarias intentaban mantenerse firme en sus convicciones y en sus deseos más íntimos.
Gabrielle –Marion Cotillard-, su marido y su hijo acuden a un concurso de piano en Lyon en el que debiera participar el pequeño. En el taxi se detienen ante una calle, la mujer se baja del auto y les pide a los demás que continúen puesto que ya se reunirá con ellos más adelante. Tras detenerse ante un portal, es el momento de recordar cómo ha llegado hasta allí. También de evocar la manera en que ha transcurrido su vida, cuando era una muchacha de provincias morbosa y deseosa de encontrar su meta, que no podía tener hijos, probablemente debido a su enfermedad, unos cálculos renales que le obligaron a acudir a un balneario para tratarlos. Era hija de un matrimonio que se dedicaba a la explotación agrícola –Brigitte Roüan y Daniel Para- poco después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, aunque ella hacía de su capa un sayo. Le gustaba su maestro y le tiraba los tejos o se imaginaba lo que nunca tuvo lugar. Sus progenitores pactaron un enlace de conveniencia con uno de aquellos españoles que se desplazaban a Francia para ganar un poco de dinero trabajando sin destajo en las tareas del campo. José Rabascal –Alex Brendemühl- aceptó el envite. Sabía que tendría que hacer de tripas corazón y mirar hacia otro lado muchas veces, pero también tenía la confianza de revertir la situación y de que su esposa llegase a quererle. Ella le avisó: nunca me tendrás, ni nuca te querré. Esa fémina de espíritu libre buscaba satisfacer sus instintos y sus deseos, sin detenerse ante nada. No es de extrañar que cuando acude a un balneario para tratar su dolencia renal se quedara prendada de otro hombre. Posiblemente, al espectador no le parecerá el más adecuado, porque se trata del teniente André Sauvage –Louis Garrel- un malherido en la Guerra de Indochina. En su búsqueda por el amor absoluto, Gabrielle se queda deslumbrada y cree encontrar en el militar el objeto idealizado de su obsesión. También es una ilusión porque a la vuelta de la esquina le aguarda siempre su abnegado marido, el hombre que incluso acepta la locura de su esposa para, según su propia afirmación, dejarla vivir. Así fue antes y será después, cuando ella se quede embarazada tras su paso por el balneario. Todo en esta película respira clasicismo, pero un clasicismo que huele a rancio. Una historia que levantaría ampollas hace más de medio siglo, pero que ahora se ve con cierta distancia. Esta Gabrielle hubiera sido una perfecta Madame Bovary, pero ahora nos pilla bastante a contrapelo y hasta suena a demodé. Destaca la interpretación de su triángulo principal. Ellos están más que aceptable, y dudamos que Javier Cámara, propuesto inicialmente para el papel del granjero español, pudiera mejorarlo. Y quien vuelve a brillar por encima del resto es Mariosn Cotillard. Esa actriz de mirada lánguida y unas dotes inigualables para la actuación mantiene vivo su personaje, que pudiera haberse descosido casi a cada secuencia. Nicole Garcia esperó dos años por ella para iniciar la película. Mereció la pena. La parisina luce en los papeles dramáticos, especialmente en los de roles fuertes pero a la vez desesperados. Cuando hace falta, como en este caso, muestra una sensualidad de la que inicialmente parece carecer. Es un monstruo interpretativo capaz de que cualquier personaje resplandezca cuando ella lo hace suyo. A pesar de ello, no resulta suficiente para convertir esta propuesta fílmica en un conjunto lucido. Ni tampoco aunque se vea ayudada por un giro final que intenta retorcer un argumento bastante previsible.

From → Cine

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