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Kedi (Gatos de Estambul) (**1/2)

22 julio 2017

Miles de gatos habitan a sus anchas en Estambul. Permanecen en las callejuelas de la ciudad desde los esplendorosos tiempos del Imperio Otomano. Cada uno tiene su historia, pero en mucho casos interactúan con los seres humanos, quienes los adoptan o los alimentan. Los felinos son, al fin y al cabo, el reflejo de los habitantes de la metrópoli.

Se cuenta en este documental que los perros piensan que sus amos son dioses mientras que los gatos ven a los seres humanos como los intermediarios de Dios. Se trata de una puesta en escena de Ceyda Torun, cineasta turco afincado en Estados Unidos , que ha trabajado al alimón con el director de fotografía Charlie Wuppermann, su socio en la productora que ha respaldado este elegante trabajo, rodado con mucho mimo, y en el que se nos ofrece una visión muy distinta de Estambul. Una ciudad más conocida por sus monumentos y el famoso Cuerno de Oro que forma una lengua de mar penetrando en la tierra, a la que se le dio ese nombre por el reflejo del sol en las aguas.

A lo largo de las imágenes se nos muestran una serie de felinos de distintas razas y diferentes comportamientos. Las hembras ocupan la primera parte del film, en una clara contraposición con la ausencia de derechos que tienen las mujeres en los países árabes, aunque la vieja Constantinopla constituya una clara excepción dada su naturaleza cosmopolita forjada a través de la historia y moldeada por el turismo en las últimas décadas. Después son los machos quienes se adueñan del relato. Los autores seleccionaron inicialmente treinta cinco gatos, aunque solo filmaron a diecinueve de ellos. Finalmente, escogieron a siete que son los que acumulan el protagonismo. Hay lugar para otros, pero siempre relacionados con el paisaje, incluso mimetizados con él.

Junto a los animales, conocemos un sinfín de historias humanas. Personas que cocinan diariamente diez kilos de pollos para alimentar a los gatos callejeros. Llegaron a cuidar de sesenta de ellos, conociendo todos sus nombres, sus elementos diferenciadores y sus costumbres. Sabemos que las gatas son más celosas y que acariciar uno de estos felinos compensa decepciones y aísla de los sufrimientos. Uno de los habitantes de Estambul llegó a crear un cementerio, enterrando a los muertos y colocando una cruz después de quedar impactado por ciertos aspectos mostrados en la pantalla, como el final de El bueno, el feo y el malo, e incluso dotando a las sepulturas de una lápida. No es católico, y se reafirmó en sus creencias mahometanas ante su padre, que temía por su apostasía.

Para la filmación, que cuenta con una fotografía destacable, se utilizaron cámaras por control remoto para seguir el movimiento de sus protagonistas por entre las callejuelas, los mercados, e incluso algunos hogares. Una visión muy diferente de la turística ciudad en la que asistimos a declaraciones pesimistas. La construcción de grandes bloques de cemento ha obligado a los gatos a buscarse nuevos hábitats. Los convecinos opinan que las nuevas construcciones terminarán por acogotar la vida de los felinos, que habitan en la ciudad desde los tiempos esplendorosos del Imperio turco.

Los vemos en uno de sus grandes empeños, perseguir a las ratas de alcantarilla, pero también robando comida o, en unas imágenes de gran ternura, alimentando a sus crías. Tampoco se oculta la lucha por el poder. Dos machos, como Gamsiz y Deniz, luchando por la supremacía del barrio. Uno estaba allí y era el jefe; el otro, un recién llegado dispuesto a detentar el mando. Igualmente, conocemos la insistencia de otros, que se plantan ante una ventana y la golpean hasta que el dueño de la casa le permite el paso. Subrayadas por una alegre partitura de Kira Fontana, con muchas raíces autóctonas, estas imágenes se completan con otras tomadas desde el aire, merced a vuelos no tripulados, que ofrecen otras perspectivas de la ciudad, principalmente cuando el enfoque se sitúa tras la torre Gálata en dirección a la Mezquita Azul.

El resultado es una propuesta que embriaga en sus primeros compases, que provoca fuertes sentimientos hacia los protagonistas de esta propuesta. Las dificultades para mantener esas sensaciones resultan evidentes y la película termina por empalagar. Se echan en falta detalles que se nos antojan importantes, como la posible presencia de los gatos en las zonas turísticas. Aunque se intenta trasponer el mundo de los felinos al de los habitantes, se habla siempre de los residentes en Estambul. Alguna que otra licencia en este aspecto bien combinada habría que el conjunto resultase mucho más apetecible, divulgativo e interesante.

From → Cine

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