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Los misteriosos asesinatos de Limehouse (The Limehouse Golem) (**)

18 septiembre 2017

En 1880 una serie de crueles asesinatos aterroriza el barrio londinense de Limehouse. Un detective que nunca se ha enfrentado a un caso de homicidios, recibe el encargo de investigarlos y se topa con una compañía teatral sobre la que gira el epicentro de la acción y el misterio de los crímenes.

Vayamos por partes. Limehouse es un barrio del este de Londres cuyo nombre proviene de los hornos que en el siglo XIV proporcionaban cal para la construcción. Está situado a orillas del Támesis, aunque el río ni siquiera se nombra en esta adaptación cinematográfica de la novela de Peter Ackroyd llevada a la pantalla por el español, nacido en Estados Unidos, Juan Carlos Medina, que hasta ahora tenía Insensibles como su único largometraje. En cuanto al golem, se trata de un ser animado construido a partir de materia inanimada que forma parte de la mitología judía.

Hay un tercer pilar en este relato de corte victoriano que conjuga el thriller con ciertos toques de terror y unas dosis de romanticismo, Dan Leno. Se trata de un destacado cómico de music hall que triunfó en los escenarios londinenses, preferentemente en el Teatro Drury durante el último decenio del siglo XIX, y casi siempre con personajes travestidos. Son los mimbres sobre los que se sustenta esta obra, que incluye a otros personajes reales, como Karl Marx antes de que El capitalismo se erigiese en una obra de referencia. A ellos se les añaden un inspector primerizo en homicidios y una actriz femenina, contrapunto del propio Leno.

El caso es que en Limehouse se han producido una serie de macabros asesinatos de los que el boca a boca popular culpa a un supuesto golem. Scotland Yard, que daba sus primeros pasos en la mítica sede de Victoria Embankment, encarga el caso a John Kildare –Bill Nighy-, un experto detective aunque primerizo en lo referente a homicidios. Muy pronto, la justicia encuentra un culpable en la figura de la actriz Lizzie Cree –Olivia Cooke-, una mujer surgida de los bajos fondos que llegó casarse con un hombre adinerado, el difunto John Cree –San Reid-. Ella es detenida después del testimonio de Aveline Ortega –María Valderde-, prima de Dan Leno –Douglas Booth-, en venganza tras ser relegada a segundo plano porque era ella quien aspiraba a conquistar el corazón de John Cree y porque su estrella en el escenario palideció al tiempo que destelleaba la de su rival.

El inspector Kildare pronto se compadece de Lizzie, supone que es inocente y crea con ella una especie de vínculo paterno filial. De sus conversaciones y la investigación que lleva a cabo junto al policía George Flood –Daniel Mays-, deduce que la lista de sospechosos se reduce a sólo cuatro posibilidades, resultando la clave principal la caligrafía del que, a la postre, fuese el auténtico responsable de los crímenes. Entre ellos, figuraba el propio Karl Marx –Henry Goodman. Los otros tres son el fallecido Cree, así como George Gissing –Morgan Watkins- y Dan Leno, el cómico del momento.

Con una intachable ambientación, que suponemos no habrá resultado extremadamente costosa, la puesta en escena tiene un evidente aroma a las propuestas de Dickens, al tiempo que se adorna con ciertas gotas de gore y una intriga que se enriquece con las suposiciones de Kildare acerca de los motivos de los sospechosos así como la forma en que cometieron sus crímenes. No hay reproches a la dirección de Juan Carlos Medina, tan formal como plana. Ni estropea el relato ni lo engrandece, aunque, si tuviéramos que desnivelar la balanza, se encuentre más cerca de los primero que de lo segundo. También hay que poner en valor la correcta interpretación de actores que nunca defraudan, como Bill Nighy, o la buena aportación de María Valverde en esta su segunda incursión en el cine británico después de la recientemente estrenada Ali & Nino.

Hay otros aspectos en los que el conjunto sale perdiendo y que se les ha ido vivos tanto al director como a la guionista. Y eso, a pesar de que Jane Goldman tiene en su haber adaptaciones de títulos como Kick-Ass o la primera entrega de Kingsman. La novela, y por su puesto la historia, ofrecían mucho más juego. No sólo la época en la que se sitúa, sino también la posible identificación de Kildare con un Sherlock Holmes que estaba a punto de cobrar vida literaria. Al mismo tiempo, se producía el nacimiento del teatro musical en el West End como reclamo de todos los estratos sociales, y qué no decir de los versos de Alexander Pope, la evocación de Jack el Destripador y los personajes reales presentes en el relato, como Leno y Karl Marx.

Al cómico se le extrae algo más de jugo, pero del filósofo nos queda su aspecto barbudo y desgreñado. Los demás aspectos reseñados, resultan tan inexistentes como la persistente niebla londinense o las escasas referencias al golem, que se diluyen sin que cobrar protagonismo. Lo curioso es que se trata de una película para complacer a una gran mayoría. Casi todos los espectadores encontrarán argumentos para defenderla, pero no es menos cierto que la propuesta se cae ella solita, con un desarrollo que gira sobre sí mismo. Tanto, que llega a convertirse en farragoso, aunque se salva por su buen arranque y la sorpresa final, dubitativamente desarrollada por su responsable.

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