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La cordillera (**1/2)

24 septiembre 2017

 

En Chile tiene lugar la cumbre de presidentes latinoamericanos y a ella acude el argentino Hernán Blanco, un político de perfil bajo. En el transcurso de la reunión deberá afrontar decisiones que serán determinantes para su futuro, tanto en lo referente a su vida personal como en el plano profesional.

Con éxitos a sus espaldas como El estudiante y Paulina, el bonaerense Santiago Mitre afronta su largometraje de mayor presupuesto, con un elenco importante y la aventura de un thriller político al que pretende dotar de su propia personalidad desde la confección de la historia. El eje central es la reunión de los presidentes latinoamericanos en Chile. No es casual que se utilice la cordillera andina denominador común, a la que se la saca buen partido gracias a sus escenarios naturales, y a ello se remite el título de un film, que se inicia con la llegada de un proveedor a la Casa Rosada para ilustrar las reglas que imperan en el país y advertirnos de que penetraremos en los entresijos de la política. Conocemos a Luisa Cordero -Erica Rivas-, quien pronto se revelará como asistente y mano derecha del Presidente Hernán Blanco –Ricardo Darín-.

No es chica para todo, puesto que para la intimidad se queda Natalia –Gabriela Pastor-, secretaria y amante. Pronto, la comitiva presidencial se pone en marcha hacia un resort chileno donde tendrá lugar la cumbre. Allí se encontrará, entre otros con el carismático presidente de Brasil –Leonardo Franco-, su homónimo paraguayo –Rafael Alfaro-, el más alto mandatario mexicano –Daniel Giménez Cacho- y la anfitriona chilena Paula Scherson –Paulina García-. Todos ellos deben afrontar problemas comunes y pretenden que Brasil ocupe un lugar preeminente en el cono sur mientras los mexicanos se ven atenazados por el poderío yanqui. Los Estados Unidos no son un amigo confiable, especialmente para los argentinos.

La cinta penetra en el interior de las discusiones y en las intrigas palaciegas de los asistentes, pero Santiago Mitre quiere ir más allá, y apartarse del thriller político al uso. Como si quisiera demostrar que su cine es algo más, y por ello establece una nueva propuesta que circula paralela a la anterior y que se basa en el drama personal. Ambos postulados gozan de idéntica importancia, pero no se entremezclan con la suficiente habilidad como para disfrutar de ambas. Es más, funciona mejor cuando se centra en la intriga, pero da la sensación de que la otra vertiente es la parte preferida de su responsable. Cualquier cordillera tiene dos vertientes y ese es un detalle que no le resulta ajeno a este film.

Hernán Blanco es un tipo plano, un político de perfil bajo. Es natural de La Pampa, un territorio que imprime carácter y que le hace ser reservado y poco echado hacia adelante. El contrapunto en su país es su Secretario de Estado –Gerardo Romano-, un tipo feroz y ávido de poder. Sin embargo, todo cambia para el protagonista cuando su hija Marina- Dolores Fonzi- le informa de un caso de corrupción protagonizado por su marido y que puede afectar directamente al Presidente. Él le pide que se presente en Chile y de esta forma se desencadenan los dos aspectos principales de un film presidido por sus amplios silencios. A veces pensamos que esos períodos de reflexión son demasiado largos.

La chica tiene problemas psiquiátricos y es lo más parecido a una persona bipolar. Su presencia alerta a los miembros de la expedición argentina y cuando sufre uno de sus brotes, su padre siente que la política debe quedar en un segundo plano para preocuparse de ella mucho más. Así entramos en el aspecto más personalista del director, que impone un ritmo más pausado con dos caminos que ofrecen tensiones parejas aunque por cauces muy diferentes y que desembocan un final que podrá dejar perplejos a muchos espectadores. Algo impredecible que obliga a hablar de ello a la salida de la proyección.

Con la maldad planeando a lo largo y ancho de la exposición, destacan las localizaciones y un reparto muy consistente, en el que también figura la palentina Elena Anaya y el neoyorquino Christian Slater en el papel de Embajador de su país. Su conversación con Hernán Blanco parece metida a calzador dentro del argumento y, sin embargo, termina erigiéndose como una de las secuencias más atractivas. Ricardo Darín se desempeña con clase, como siempre, aunque su personaje no tenga el juego que otros que han servido para que se estableciera como un intérprete de primer orden, y el resto cumple con creces. No en vano han demostrado su solvencia y profesionalidad en trabajos anteriores.

From → Cine

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