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Handia (***)

23 octubre 2017

Martín regresa al caserío familiar tras haber intervenido en la Primera Guerra Carlista y se encuentra a su hermano Joaquín convertido en un gigante que no para de crecer. Ambos personajes se embarcan en una aventura por Europa para exhibir al hombre más alto del continente, lo que cambia el destino de la familia.

No nos damos cuenta. Parece que es igual, pero el mundo cambia a cada instante. Ese es el punto de partida de los creadores de la sorprendente Loreak, Jon Garaño y Aitor Arregui que, basándose libremente en un hecho real, se alzó con el Premio Especial del Jurado en la pasada edición del Festival de San Sebastián. Como eje central del relato encontramos al Gigante de Altzo, un ser que llegó a medir 230 centímetros, aunque la tradición popular eleva su altura en doce centímetros más, y a pesar más de doscientos kilos.

Se cuenta que este monstruo humano llegó a solicitar de la Reina Isabel II la dispensa de sus impuestos, ya que ingería 20 litros de sidra al día y comía por tres hombres. No lo consiguió, pero sí encontrarse a la conspicua monarca, muy interesada en saber si todo el cuerpo del gigante era proporcional a su altura. Posiblemente, la existencia de Joaquín de Eleizegi y esa anécdota con Isabel II sean los dos hechos reales a los que hace mención el film así como a su gira por Europa, al precio de un real, o la mitad en caso de niños y militares.

Por medio de la historia del Gigante de Altzo, y la afirmación sostenida de que el mundo cambia a cada instante, los creadores del film buscan metáforas que aseveren su postulado. Lo consiguen de forma muy velada, tanto como la posible emoción que se desprende de su propuesta. Técnicamente impoluta, sorprendente y magnífica en su arranque, no logra agitar al espectador que, paulatinamente, se va desinflando hasta considerar ciertos pasajes reiterativos o criticar su metraje, próximo a los dos horas.

Con una fotografía espléndida de Javier Agirre y un escenario que atrapa, conocemos el caserío en el que Antonio Eleizegi –Ramón Agirre- intenta sacar adelante a su familia. Le ayudan los dos hijos varones de mayor edad hasta que las tropas carlistas le hacen elegir para que uno de ellos se incorpore a filas. Decide que sea Martín –Joseba Usabiaga- quien marche con el ejército y que Joaquín –Eneko Sagardoy- se quede junto él y el resto de sus hermanos. Transcurren  más de tres años en los que Martín experimenta una transformación lógica. Herido en el campo de batalla, no puede mover su mano derecha, y cuando regresa al hogar paterno se encuentra con que su hermano sobrepasa los dos metros y sigue creciendo a raíz de una enfermedad contraída a los veinte años. Gracias a ello se casa con María –Aia Kruse-, la mujer que amaba pero quien parecía tener inicialmente mucho más interés en Joaquín.

Los tres varones se ocupan del caserío arrendado hasta que entra en escena un promotor de espectáculos –Íñigo Aramburu-, que piensa en el gigante como un reclamo a exhibir en ferias y teatros. Su hermano mayor le acompañará y de Bilbao su fama llega a Madrid y desde la capital a diversos puntos de Europa, incluida Inglaterra. En Stonehenge tiene lugar una de las secuencias cumbres, en la que se demuestra que Joaquín es el hombre más alto de Europa. Desde que comenzaron a exhibirle, su cuerpo ha seguido creciendo, y desde esa secuencia, el film adelgaza.

Jon Garaño y Aitor Arregui quieren contar muchas cosas. De la historia central y su postulado, hasta la ambición y de que como el dinero cambia a las personas, especialmente en el caso de Martín. Lo consiguen a medias porque la propuesta era muy ambiciosa. La ausencia de algunos detalles significativos en el relato incide directamente en que al largometraje le falte nervio y que los espectadores se entusiasmen con su belleza formal mientras echan en falta más emociones. Ni siquiera los encuentros sexuales del gigante con una mujer de gran altura alcanzan un nivel mínimo de ternura o compasión, al tiempo que la relación fraternal, que pasa por sus correspondientes altibajos, llegan a conmover.

Rodada íntegramente en euskera, está defendida por un reparto irregular. Joseba Usabiaga se enfrenta a un papel de muchos matices y no siempre sale airoso en el envite, al contrario que Eneko Sagardoy, quien necesita muchos menos esfuerzos para componen su personaje y sale como triunfador en una película cuyos mayores méritos son los técnicos. La dirección es consistente, y el aire minimalista y preciso de la primera media hora nos permite recordar a Terrence Malick con su aire de simpleza pleno de segundas lecturas.

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