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Zama (*1/2)

21 enero 2018

La insoportable obcecación del ahí te quedas

Un oficial español del siglo XVII, asentado en algún lugar remoto de lo que hoy es Paraguay, aguarda con ahínco su traslado a Lerma. Distintos Gobernadores se van sucediendo sin que atiendan a fondo sus pesquisas por lo que se presta voluntario para dar caza a un mítico bandido con la esperanza de que se puedan acortar los plazos de su marcha.

Seis años después de su último largometraje, con la salvedad de un documental realizado en México, la argentina Lucrecia Martel regresa con la adaptación de la segunda novela publicada por el mendozino Antonio di Benedetto. Se trata de un autor confiado en un realismo tan profundo como árido, que ha sido comparado, salvando las distancias, con Franz Kafka. La transcripción a la pantalla grande respeta los cánones del autor, con una formalidad enmarañada que alberga una riqueza interior más plural. Su protagonista, como los personajes de la obra más afamada de Samuel Beckett, espera con ilusión lo imposible. En este caso, su traslado a una ciudad más populosa en la que deberá reencontrarse con su familia.

La acción se desarrolla en el siglo XVII en un lugar apartado de la actual Paraguay. Allí se encuentra al mando Don Diego de Zama –Daniel Giménez Cacho-, un militar menor dentro del plano de la Conquista de América por parte de la Corona de España. Está rodeado de indígenas que hablan un idioma ininteligible, en paisajes de contrastes bien fotografiados por la cámara de Rui Poças, y un destacamento que convive con los lugareños en cuyas filas destaca Ventura Prieto –Juan Minujín-.

El protagonista lleva más de un año aguardando su solicitado traslado a Lerma, donde residen su esposa y sus hijos, pero los sucesivos Gobernadores que desfilan por la región no parecen tomarse muy en serio sus súplicas. Por tanto, ansía con vanas esperanzas la misiva Real que corrobore su marcha. Al mismo tiempo, su mundo se debilita. La india con la que ha tenido otro hijo le rechaza y tiene un altercado con Ventura Prieto, quien es castigado con su regreso a Lerma. Circunstancias que erosionan la moral de Zama. Una herida todavía más profunda cuando él se pone al servicio incondicional de Luciana Piñares de Luenga –Lola Dueñas-, esposa de un ministro ausente, a la que ve retozando con su enemigo.

Con la intención de hacerse visible ante la Corona para conseguir su propósito, se presta voluntario para formar parte de un grupo armado que parte en busca del mítico bandido Vicuña Porto –Matheus Nachtergaele-. Supone que si la operación tiene éxito nadie podría oponerse a su traslado. Sin embargo, en esa incursión por lugares de vegetación frondosa, extraña y diferente, aprenderá que antes de afrontar cualquier empeño debe de estar vivo y la supervivencia se convierte en el objetivo de una persona que ha aprendido a ser mucho más pragmática que hasta entonces.

Cuando Zama advierte a un grupo de hombres que no les dará faltas esperanzas, como hicieron con él, se ha consumido más de hora y media de esta coproducción que implica a Argentina, Francia, Brasil, Países Bajos y España, representada por El Deseo, la empresa encabezada por Pedro Almodóvar. Hasta entonces, hemos sufrido con una propuesta farragosa en ocasiones y demasiado simplista en otras. Homogéneamente tediosa, a la altura de la biografía de Lope de Aguirre que filmó en su día Carlos Saura en El Dorado. A cambio, los últimos veinte minutos, la acción se acelera porque se vuelve más concreta y es cuando el conjunto remonta el vuelo.

Se trata de una película que puede reafirmar sus valor en festivales cinematográficos, pero que difícilmente conseguirá asentarse entre un público mayoritario. Demasiadas propuestas en sus primeras tres cuartas partes. Por ejemplo, la ecológica, donde se da la mano con El abrazo de la serpiente, que es muy superior en este aspecto. También por lo que se refiere a los desmanes de la colonización por lo que Lucrecia Martel pasa incomprensiblemente de soslayo cuando lo tenía todo a favor. Hay una inmersión en el erotismo que se queda igualmente a medio camino. Como amalgama, ejerciendo de catalizador, figura el derrumbe interior de Diego de Zama, que va envejeciendo sin conseguir ninguna de las metas que se había fijado. Ni siquiera, ver crecer a sus hijos.

Si en algo destaca esta producción es en la utilización del sonido a cargo de Guido Berenblum, elemento que se aproxima a convertirse en un personaje dentro del conjunto. Aunque chirría mucho menos, por momentos, puede resultar tan anacrónico como su banda sonora, que poco o nada tiene ver con la época en que se desarrolla el film. Como en cualquier ser humano que se precie, las virtudes de Zama están sobre todo en su interior. Concretamente, en sus alegorías tal y como se pone de manifiesto al inicio cuando se habla de unos peces cuyo sino es luchar siempre contra la corriente acuífera. El río no los quiere, pero ellos se aferran hasta tal punto que puedes verlos pelear siempre en la orilla y nunca en el centro del cauce. En la película, el agua es un recurrente en el entorno y el paisaje.

From → Cine

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