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Disobedience (***)

25 May 2018

Disobedience: Refleción sobre el libre albedrío

La hija de un rabino ortodoxo decide regresar a su Londres natal como consecuencia del fallecimiento de su padre. No demasiado bien vista por su comunidad debido a que no acata las normas tradicionales, se reencuentra una amiga íntima de la infancia que está casada con el hombre destinado a sustituir a su padre.

Se confirma el descubrimiento de una gran estrella en el panorama cinematográfico hispanoamericano. Se trata de Sebastián Lelio, nacido en la localidad argentina de Mendoza, pero chileno de adopción. Una mujer fantástica, ganadora del  Oscar al mejor film de habla no inglesa, lo encumbró y esta adaptación de la novela de Naomi Alderman ha confirmado su capacidad para retratar el mundo femenino, especialmente en su forma más compleja. Vistos estos dos trabajos, esperamos con ahínco su remake norteamericana de Gloria, con Julianne Moore a la cabeza del reparto.

Para llevar a buen puerto este largometraje sobre el amor entre dos mujeres en el cerrado mundo del judaísmo ortodoxo, resultaba imperiosa la presencia de dos actrices capaces de entregarse en cuerpo y espíritu al proyecto. Las encontró en Rachel Weisz, judía y coproductora de este título, pero sobre todo en Rachel McAdams que, sin duda, cumple su mejor trabajo ante las cámaras. Vulnerable cuando se requiere, fuerte en algunos pasajes, y capaz de pasar de la sumisión a una rebeldía contenida. No es el único mérito de Lelio en lo que al reparto se refiere. Alessandro Nivola, que se ha dejado ver en títulos interesantes pero cuyo trabajo nunca había trascendido lo suficiente, también cuaja una actuación más que digna como el rabino Kuperman.

Estos tres personajes componen el triángulo que despierta las emociones de este film, que tiene como punto más álgido la secuencia lésbica entre las dos actrices protagonistas en la habitación de un hotel. Pocas veces se había llegado tan lejos en una producción convencional, y nunca en el caso de una obra respaldada por un gran estudio. A esa situación se llega cuando fallece el rabino Kruschka –Anton Lesser-, el anciano líder de una comunidad judía ortodoxa judía londinense. En su última homilía hablaba del libre albedrío, de que el Ser Supremo había creado los ángeles, que nunca se desviaban del buen canino; las bestias, que también tenían marcada su propia senda; y los hombres, que son dueños de sus actos y pueden elegir libremente.

Aunque en la esquela del rabino se dice que no tiene hijos, la realidad es que era el padre de Ronit –Rachel Weisz-, una fotógrafa que vive en Nueva York y en su día fue denostada por la comunidad. No se cubre el cabello con una peluca, viste faldas cortas de cuero y fuma habitualmente. Llega a Londres porque ha recibido la noticia de la muerte de su progenitor y se encuentra con que Esti –Rachel McAdams-, la amiga íntima de su infancia, se ha casado con el rabino Dovid Kuperman, designado para ser sucesor de su padre, quien lo había acogido como discípulo desde que tenía trece años.

En una primera reunión social, con los familiares más directos y los miembros más influyentes de la comunidad, se ponen de manifiesto las miradas cómplices entre las dos protagonistas. Se recupera la atracción entre ellas mientras entre sus allegados crece la desconfianza. Esti se entrega a su marido todos los viernes pero su mirada está ausente; por el contrario, en sus encuentros con Ronit se muestra efusiva hasta entregarse al máximo. Surge el dilema, la confrontación y la toma de decisiones. Todo ello se complica al descubrirse que Esti se encuentra embarazada.

En esos momentos la mano de Sebastián Lelio se muestra más firme pero al mismo tiempo delicada para escudriñar el trasfondo de sus dos personajes centrales. Los cuida con especial mimo, aunque la parte final no deja de dar vueltas sobre sí misma en una especie de vaivén que no parece terminar nunca. A cada paso se descubre un mínimo detalle más que influye en los vértices del triángulo en el que se centra la acción, lo que se podría haber aligerado en el guion.

Los colores son fríos, provocando una apariencia de distanciamiento que se altera con algunos rayos de luz que entran furtivos en la habitación donde se entregan las dos amantes. La música se reduce al mínimo hasta el punto que, salvo los cánticos de la torá, parece no existir. Algunas cuestiones quedan en el aire. Son detalles adyacentes que, posiblemente, se eliminaron en la sala de montaje o en un boceto que se iba a alargar demasiado. Por ejemplo, las instantáneas de Esti por la cámara fotográfica de Ronit. Imágenes sensuales que vendrían a ratificar su relación.

From → Cine

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