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Playground (Plac zabaw) (**1/2)

26 May 2018

Recreación de un delito cruel

Último día de clase en un colegio de Polonia. Una estudiante se prepara para declararse a un compañero sabiendo que se trata de la postrera oportunidad. No sale como ella esperaba y dos chicos, tras vejarla, ponen rumbo a un centro comercial en el transcurso de una jornada especialmente trágica.

Con el retraso de más de un año llega esta ópera prima a nuestras pantallas después de su paso por la sección oficial de San Sebastián en 2016. El debutante Bartosz M. Kowalski propone un relato basado en seis capítulos y protagonizado por tres muchachos, apenas unos niños de diferente estrato social. Nos muestra sus vivencias, aunque sin profundizar, en diferentes entornos, desde una casa de familia más que acomodada a los barrios que denotan el paso del comunismo. Sin embargo, lejos de detenerse en el mundo pre juvenil, termina por recrear un crimen que puso los vellos de punta a cualquier persona mínimamente sensible debido a la gravedad de los hechos.

El 12 de febrero de 1993, un niño de dos años, James Patrick Bulger, natural de Merseyside, en Inglaterra, fue  secuestrado, torturado y asesinado en Liverpool por dos críos de diez años, Robert Thompson y Jon Venables, que permanecieron en prisión hasta su mayoría de edad, en 2001. Avanzar que el film de Kowalski está pensado para centrarse en un episodio de este calibre es descubrir bastantes cosas del film, pero no podríamos hablar de él sin recurrir al verdadero núcleo central. Todo lo demás, aquello que se expone para llegar a ese desenlace son los preparativos de una tragedia que ni tiene lógica aparente ni parece justificada porque un asesinato premeditado nunca puede tener respaldo. Y la película tampoco ofrece demasiadas claves.

La cinta se centra en tres personajes. Otros tantos alumnos de un colegio polaco. Primero encontramos a Gabrysia  Wolska –Michalina Swistun-, una muchacha regordeta que vive con sus padres en una lujosa vivienda unifamiliar en una zona exclusiva. Se acicala, incluso llega a pintarse los labios antes de borrar el rastro del carmín. La comunicación con sus mayores no es fluida y cuando llega al centro educativo se muestra más segura. Quiere declararse a un compañero sabiendo que es su última oportunidad el día en que acaba el curso.

Luego pasamos a ver cómo viven dos críos varones. Szymek –Nicolas Przygoda- vive en un bloque que recuerda el dominio comunista. Cuida de su padre impedido. Lo lleva al servicio, le prepara el desayuno y las pastillas. Antes de marcharse, una secuencia resulta especialmente llamativa y aparentemente incomprensible. Abofetea a su progenitor. El tercer vértice del triángulo es Czarek –Przemek Balinski-. Como los demás, debe llevar dinero para las flores con las que obsequiarán a sus maestras. Se lo pedirá a su hermano y se rapará el pelo, ofreciendo una imagen de neonazi de ojos tristes.

Será el testigo del rechazo de su amigo a Gabrysia mientras lo graba con su teléfono móvil. Lejos de desatenderla, Szymek le pide que se desnude, que le muestre sus partes íntimas.  Luego, los dos muchachos se dirigen a un centro comercial.  Dan vueltas, se acercan a una zona de golosinas, miran, hasta que se llevan de la mano a una criatura mucho menor que ellos. Caminan aunque el bebé se muestra cansado y así llegan a un lugar aledaño a las vías del tren. Será el playground o el campo de juegos donde tendrá lugar el siniestro acontecimiento.

Kowalski lo muestra a distancia, con una mirada fría. Hay tanto estupor en las imágenes como desencanto y furia contenida en el espectador. Es el momento en el que algunos se levantan de su butaca y se marchan a pesar de la lejanía de los hechos. La cámara está muy separada de los acontecimientos y también hay que contar la diferencia hasta la pantalla. Aun así, las imágenes resultan sobrecogedoras, irritantes y provocativas. Ausentes de diálogo e incluso de música, el hecho de que sean tan descarnadas las convierte en más trágicas y rechazables.

El autor parece prepararnos para el desenlace, pero hasta que no estamos encima no se puede aventurarse algo tan brutal. Para llegar hasta allí, tampoco se detiene demasiado en mostrar las diferencias entre los tres protagonistas y sus distintas posiciones sociales. Las esboza, pero poco más. Hay pinceladas de lo que podría suceder, pero siempre sin estudiar a fondo los personajes y buscar motivos. Cosas de chicos, se podría decir. Cuando Szymek abofetea a su padre y Czarek se afeita su atractiva melena rubia, debíamos prever en que se convertirán, pero no queremos creerlo. O, tal vez, tampoco encontremos una explicación coherente al desasosiego que nos provocará en su último capítulo. Como tampoco las hallábamos cuando Gus van Sant se llevó la Palma de Oro en Cannes al mostrarnos la masacre de Columbine.

From → Cine

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