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El rehén (Beirut) (***)

7 agosto 2018

Cómo se hace un terrorista

Mason Skiles era uno de los diplomáticos estadounidenses que mejor conocían Oriente Medio, pero se vio obligado a abandonar el Líbano tras un trágico incidente. Diez años después, la CIA lo reclama para llevar a cabo una delicada operación mientras una agente, que trabaja encubierta en la Embajada, velará por su seguridad.

Esta película estaría condenada al éxito si se hubiese estrenado hace algunas de décadas. Se trata de un tipo de cine efectista para un cierto tipo de público que ha caído en desuso. En una industria que mira al espacio exterior, que estudia las mil y una forma del apocalipsis, y que se entrega sin miramientos a los súper héroes, aparece una historia de espías rodada con cierto mimo, escrita con ingenio, recordando las propuestas clásicas de John Le Carré, e interpretada con credibilidad. Un conjunto para mayores de veinticinco años que gusta de estas producciones cuyo antecedente más próximo pudiera ser El puente de los espías.

Tom Gilroy es uno de los guionistas de Hollywood más eficiente en la actualidad para este tipo de historias. Le gusta retratar hombres triunfadores que se precipitan en caída libre para, en un momento determinado y bajo una serie de circunstancias, remontar el vuelo. Lo demostró, aparte de otros ejemplos, con George Clooney en Michael Clayton, y con Matt Damon en la trilogía original de Bourne. Ahora se aprovecha de Jon Hamm, en quien se confiaba plenamente después de su participación en la serie Mad Men, Hasta ahora, sus papeles secundarios se han impuesto a los principales, pero tiene ocasión por primera vez de lucirse con un protagonista. Todavía puede dar mucho más de sí, o al menos eso esperamos, a la vista de su participación en un script ultimado hace años y que se ha recuperado después del éxito de Argo.

Hamm encarna a Mason Skiles, un experto diplomático estadounidense en Oriente Medio que, en 1972, se encuentra destinado en Beirut. Allí, su mujer está tramitando la adopción de Karim, un muchacho árabe de trece años que lleva bastante tiempo bajo su mismo techo cuando su buen amigo Cal Riley -Mark Pellegrino- le anticipa que el muchacho es hermano del terrorista que preparó los atentados de los Juegos Olímpicos de Múnich y que ambos se han visto seis meses atrás. Mason intenta que esa circunstancia no afecte al chico, pero los hombres de su hermano Raffik hacen explotar un coche bomba durante la recepción que estaba teniendo lugar en la Embajada. Karim es raptado y la esposa del protagonista fallece a consecuencia de una ráfaga de metralleta.

Una década después Mason desempeña su labor en una actividad donde se encuentra muy a gusto. Es un buen negociador desde temprana edad y ejerce de mediador entre expresas y trabajadores cuando el conflicto parece inevitable. Se ha entregado a la bebida, lo que demuestra en ciertos pasajes en los que Hamm demuestra su valía como actor. En entonces cuando la CIA le reclama para que regrese a Beirut. Reticente al principio, cuando se entera que Cal está en manos de Karim -Idir Chender-, convertido en un peligroso activista. Finalmente, a cambio también de un buen dinero, acepta encargarse del intercambio de su amigo con el hermano de Karim, en poder de las fuerzas occidentales.

El primer paso es proporcionarle un seguro de vida en forma de agente encubierto que trabaja en la Embajada de Estados unidos. Se trata de Sandy Crowder. En una película de hombres, ella, junto a la esposa de Cal -Kate Fleetwood-, representan las participaciones femeninas más importantes. En este caso, es una delicia encontrar a Rosamund Pike dando vida a este personaje. Desde Perdida, la actriz londinense no ha encontrado papeles que hagan justicia a su talento y éste tampoco es una excepción. Queda en un segundo plano y ni siquiera puede presumir de romance.

Desde ese momento, se suceden las idas y venidas y la trama se vuelve más compleja. No es un film de acción, y el resto de personajes secundarios se muestran ambiguos, tal y como suele suceder en relatos de este tipo. No confíes en este tipo, le advierten a Mason. Es mucho más difícil conseguirlo cuando se trata de actores convincentes, como Dean Norris, Shea Whigham, Jonny Coyne, o Douglas Hodge. La ciudad en la que transcurre la historia tampoco colabora a que todo se desarrolle con normalidad, ni la puesta en escena de Brad Anderson, que se inclina por una envolvente oscuridad, como si la trama no tuviese ya demasiada penumbra.

Beirut es una ciudad caótica en las que mil facciones se echan la culpa entre sí de cualquier adversidad, al tiempo que cada una saca pecho e intenta eliminar a las demás. Es una pensión sin propietario, como la define Mason al comienzo del film. Caldo de cultivo de terroristas. Karim no lo era, pero la mañana siguiente del trágico incidente de la Embajada ya se había convertido en un activista convencido y sanguinario. Es lo que tiene una ciudad confusa y autodestructiva que no tiene el protagonismo que debiera en este trabajo cinematográfico. Quizá por el cambio que ha operado en los últimos veinte años y que ha obligado a rodar en Marruecos y no en la República Libanesa.

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