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El vicio del poder (Vice) (***1/2)

11 enero 2019

Manipulador democrático

Dick Cheney llegó de la nada a ser el hombre más poderoso de Estados Unidos desde su despacho como vicepresidente en la Casa Blanca. Buscó las argucias legales que le permitieron tomar cualquier decisión, por muy arriesgada que fuera, sin que nadie pudiera discutírsela. Favoreció a los poderosos y él se convirtió en uno de ellos.

Atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York el 23 de septiembre de 2001. En un búnker, el vicepresidente Cheney ordena abatir cualquier avión que ofrezca dudas sobre las intenciones de su tripulación. No importa que el presidente George W. Bush se encuentre en lugar alejado. Su segundo le ignora y toma las riendas sabiendo que está amparado por un resquicio legal y por el hecho de declarar que se encuentran en situación de guerra. ¿Cómo llegó ese tipo mediocre de Nebraska a consolidar un poder absoluto, prácticamente dictatorial, en una democracia como la estadounidense?

Eso es lo que intenta explicar Adam McCay y lo hace de forma convincente. Con su anterior film La gran apuesta, se empleó de lleno en un tipo de puesta en escena muy personal, en la que combinada con tanta audacia como clarividencia las imágenes reales con la fabulación de personajes llevados a sus extremos. Consigue acercarse al thriller allí donde este género no parece tener cabida y adorna el aspecto más dramático con unos toques de comedia que constituyen la parte más débil de la puesta en escena. Domina los resortes del séptimo arte con tanta fluidez como Dick Cheney controlaba los de la política. Se le puede achacar de hacer un cine dirigido exclusivamente a su propio ego. Por eso se permite licencias como amagar por dar por terminado el filme a la media hora de proyección, títulos de crédito incluidos. Sus bromas son muy personales y no todo el mundo está de acuerdo con ellas.

En esta producción ha trabajado con los dos actores más influyentes de La gran apuesta. Principalmente, con un Christian Bale asombroso. Si la película presenta una fuerza devastadora, no se queda a la zaga la actuación del británico. Otro de los intérpretes más carismáticos de su anterior propuesta, Brad Pitt, es uno de los productores. La participación femenina, como suele ocurrir con la mayoría de sus trabajos, es más testimonial de lo deseado. Amy Adams da vida a una Lynne Cheney segura de sí misma y dotada de una gran fortaleza mental. Sin embargo, su papel se nos antoja corto, diluido en el torbellino políticamente devastador de su marido. Posee más relevancia la voz en off de Kurt –Jesse Piemons-, un persone casi anónimo  que cobrará importancia al final.

Cheney fue expulsado por bebedor y pendenciero de Yale, Universidad a la que accedió gracias a Lynne, terminó en una cuadrilla que colocaba postes de la luz hasta que su esposa le leyó la cartilla y le dio un ultimátum. Ingresó como becario en la Casa Blanca durante la administración de Richard Nixon y se quedó como chico de los recados del todopoderoso Donald Rumsfeld –Steve Carrel- para terminar con su propio despacho que, aunque minúsculo, compensaba sus esfuerzos y anunciaba una carrera relevante.

Rumsfeld valoraba de él que sabía estar callado. Así, mientras los demás dormían, él pensaba, y cuando los demás deliberaban él maquinaba. Tras el paso de Gerald Ford –Bill Camp-, con quien se convirtió en el Jefe de Gabinete más joven de la historia, la llegada de Bush sénior apartó a su benefactor de la primera línea, que fue destinado al frente de la delegación de su país en la OTAN. Cheney, aquejado del corazón, se situó poco después como cabeza visible de una importante  empresa privada. Pareció olvidarse definitivamente de la política cuando su hija Mary –Allison Pill- confesó su homosexualidad. Una circunstancia que incidió posteriormente en la carrera política de su hermana Liz –Lily Rabe-.

La aparición en escena de George W. Bush –Bill Camp-, proporcionó un cambio radical a los acontecimientos. Le propuso ser su vicepresidente, lo que aceptó con varias condiciones que le proporcionaban un poder casi total, siempre amparado por un mandatario indeciso, marioneta de sus designios y poco preparado para el cargo. Cheney, que había visto maniobrar a Henry Kissinger –Kirk Bovill-, aseguró todavía más su potestad gracias a las argucias legales constatadas por su asesor legal David Addington –Don McManus- y su Jefe de Gabinete, Scooter Libby –Justin Kirk-. Tomó decisiones trascendentales que aún tiene repercusiones hoy en día. Favoreció a las empresas petrolíferas declarando la guerra a Irak, e impuso su criterio a voces más cautas como las de Colin Powell –Tyler Perry- y Condoleezza Rice -LisaGay Hamilton-.

Con un buen montaje, salpicando escenas reales, utilizando saltos en el tiempo, Adam McCay apenas da tregua y hasta consigue secuencias para el recuerdo, como la silueta de su protagonista recortándose en la puerta de su despacho de vicepresidente. Cuando abandonas la proyección crees haber asistido a una suerte de docudrama. Un documental de ficción acerca de un pasaje absolutamente oscuro de la política norteamericana que ya quisiera Michael Moore contar con esa efectividad.

Después, si meditas sobre lo que has vistos, puedes pensar que hay una parte evidente de engaño, que el cineasta te ha llevado a tu terreno sin que apenas te dieras cuenta. Pero esto es cine, como también la actuación de un irreconocible por lo desfigurado Christian Bale. Por momentos, nos hace sentirnos próximo a un tipo políticamente indeseable. El único vicepresidente con mando, y no un florero a la espera de ocupar el trono por el fallecimiento de su jefe. Por cierto, el monólogo final eleva la nota del total hasta rozar el sobresaliente.

From → Cine

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