Saltar al contenido

La casa que Jack construyó (The House That Jack Built) (**1/2)

22 enero 2019

La no tan divina tragedia

Durante doce años seguimos a Jack, un asesino en serie que está convencido de que cada uno de sus actos criminales es una obra de arte en sí mismo. Paralelamente a sus fechorías intenta construir la casa de sus sueños en un terreno jugo a un lago que ha adquirido al comienzo de la historia.

Siete años después de que fuera declarado persona non grata por el Festival de Cannes tras unas tempestuosas declaraciones en la sala de prensa, Lars von Trier regresó a la Riviera francesa. Lo que no se le puede discutir al cineasta danés es su talento, que deriva en unas puestas en escena que resultan enrevesadas en su mayoría. Generalmente es retorcido y provocador, dos características de su obra que no están exentas esta historia, que flirtea con la comedia, se arroja al terror psicológico de manera evidente y busca referencias en la obra cumbre de Dante Alighieri.

Divide su propuesta en cinco incidentes y un epílogo para mostrarnos los puntos que considera más álgidos en la vida de Jack, que se llama a sí mismo Mr. Sofisticación -Matt Dillon-. Mientras intenta construir la casa de sus sueños durante los doce años que abarca el filme, aunque se trate de un ingeniero amante de la arquitectura, se convierte en un asesino en serie que, según propias declaraciones, ha matado a más de sesenta personas, cuyos cuerpos acumula en un inmenso congelador. Inicialmente, se trata de un hombre metódico, perfeccionista en lo que se refiere al orden y la pulcritud, dos aspectos que va descuidando a medida que avanza el relato.

Con el talento de Von Trier, la cinta puede ser jugada de dos formas distintas. En el aspecto fílmico, da buena cuenta de su habilidad, entremezclando sus capítulos con imágenes de todo tipo, que van desde obras pictóricas muy reconocibles a la inclusión de animaciones poco comprometidas. Incluye también imágenes del pianista canadiense Glenn Gould, fallecido en 1982 y reconocido por ser un ejecutante aplicado de la obra de Johann Sebastian Bach. Tampoco faltan imágenes de otras producciones, incluidas las propias del director.

El otro camino es mucho más sofisticado. De la categoría artística del danés se puede esperar de todo, incluso que el resentimiento provocado por su exclusión en Cannes le haya llevado a ser vengativo y a incluir en su propuesta una alta dosis de provocación que raya en el cinismo. De esta manera puede explicarse mejor, a no ser que dé la razón a sus detractores acérrimos, su empeño por demostrar que el hombre está perjudicado por la mujer y que ésta apenas es nada si no fuera por lo que daña a los aspectos masculinos.  Se ensaña con el maltrato, posible consecuencia del recibido por él. De ahí que nos restriegue con imágenes del holocausto y una alusión a la teoría de las ruinas de Albert Speer, arquitecto jefe de Adolf Hitler antes de asumir el Ministerio de Armamento y Guerra.

El protagonista mantiene diálogos imaginarios con alguien que bien pudiera ser su propia conciencia. Curiosamente, se llama Verge -Bruno Ganz-, lo que le emparenta con La Divina Comedia, máxime cuando aparece con un abrigo con capucha de color rojo. En su historia, maltrata a las mujeres, y también a la familia. El primer asesinato, recurrente en el filme, lo perpetra al estampar un gato metálico en el rostro de una fémina -Uma Thurman-, que le agobiaba con su palabrería. No duda en disparar contra una madre -Sofie Grâbol- y sus hijos. Lo hace después de intervención macabra en la que les dice a los niños que cuando hay un rebaño primero se debe matar a las crías. Más tarde, obliga a que ella les dé cucharadas de comida a los pequeños ya muertos.

Utiliza sus conocimientos de taxidermia con uno de los hijos, y se recreará en las mutilaciones con un nuevo personaje, Jaqueline -Riley Keough-. Se siente únicamente interesado por sus pechos, que marcará con un rotulador como si se tratara de un cirujano dispuesto a una intervención. La denigra de tal manera que le llama Simple. Este incidente, como los anteriores se abrazan a la más pura provocación. Son repulsivos, como el asesinato múltiple que pretende llevar a cabo a continuación. Toda la exposición es una danza macabra. El protagonista parece condenado a una existencia vil. Su condición es matar, algo de lo que por un momento parece arrepentirse, pero solo de fachada.

Puede que su existencia sea tan lamentable como la de un Drácula obligado a vivir eternamente. No obstante, siente placer en los asesinatos. Considera que son minuciosos, efervescentes, coloristas y artísticos, al igual que las pinturas que muestra en los prolegómenos de cada apartado. Realmente, lo que pasó por la mente de Von Trier al concebir esta película solo podría explicarlo él. Se pueden establecer muchas conjeturas y cada una de ellas sería válida. Nos preguntamos si el pecho asimilado a un monedero es pura provocación o si existe un lenguaje subliminal, como los cadáveres que forman parte de la casa que intenta construir a orillas de un lago y cuyos terrenos a cada de adquirir al inicio del largometraje.

From → Cine

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.