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La canción de mi padre (I Can Only Imagine) (*)

7 abril 2019

Un milagro musical

Se basa en la historia real de la canción I Can Only Imagine, el tema más escuchado y aclamado de la música cristiana. Gracias a él, el grupo MercyMe logró un triple álbum de platino y se asentó como unos de los más importantes de su segmento discográfico en los Estados Unidos.

Después de un drama y una comedia ligera parece que los hermanos Andrew y John Erwin han visto la luz y se han decantado por sendos dramas religiosos. El primero, Woodlawn, sobre un equipo de fútbol americano que supero el racismo; y el segundo, también una historia real, basado en el nacimiento de la canción cristiana más importante de la historia. Se trata de un tipo de producciones con buenas intenciones y fines apostólicos que contienen ideas aprovechables, aunque terminen sin saber qué hacer realmente con ellas.

Normalmente, el drama inicial interesa hasta que la evangelización oculta cualquier mérito. En este caso, se centra en la historia de una canción. Una composición que ha servido para la redención de su creador y posteriormente ha extendido ese sentimiento a miles de personas. Una lástima que el filme concluya justamente con el éxito inmediato de I can Only Imagine. Ese detalle no es baladí puesto que nos oculta la canción hasta el final, a excepción de un reconocible riff, y tampoco nos permite ver su impacto en el público si exceptuamos unos textos que acompañan la repetición del tema durante los títulos de crédito.

Hay que remontarse casi dos décadas antes de que sonara por primera vez en público, a principios de siglo gracias a una banda conocida por MercyMe. Un muchacho de diez amos vive en una pequeña localidad de Texas junto a su madre y su abusivo padre, Arthur Millard -Dennis Quaid-. Un verano es enviado a un campamento, donde conoce a una niña de su edad por la que se interesa, pero cuando vuelve a casa su madre les ha abandonado. La situación provoca un nuevo enfrentamiento con su progenitor del que sale mal parado.

Años más tarde encontramos al protagonista, Bart -J. Michael Finley- en la escuela secundaria junto a su compañera de siempre, Shannon -Madeline Carroll-. Por expreso deseo de su padre juega al fútbol americano y en una acción deportiva se fractura ambos tobillos. La música es su válvula de escape, muy a su pesar. Iba para técnico de sonido, pero su voz y su afinación resultaron determinantes para ser el protagonista de una función musical lo que no comunica a Arthur. Al día siguiente de la representación padre e hijo vuelven a tener un enfrentamiento y las heridas de aquel son visibles en la iglesia, por lo que Shannon le pide a su novio que reconsidere su postura.

Bart se marcha de casa sin saber que su padre está enfermo terminal a causa de un cáncer de páncreas. Se une a un grupo como vocalista y le pide a un productor de música cristiana, Secott Brickell -Trace Adkins- que se responsabilice de su carrera. Por mucho que les presente a dos figuras consagradas en ese ámbito musical, Amy Grant -Nicole DuPort- y Michael W. Smith -Jake B. Miller-, los comienzos son difíciles y nadie cree en ellos. Indudablemente, les hace falta una canción para salir del anonimato.

Para llegar a I Can Only Imagine, Bart tendrá que regresar al hogar paterno y asumir la redención mutua. Para entonces, Arthur es un ferviente lector de La Biblia, a la que ha dado ya varias vueltas al tiempo que la enfermedad le consume. El perdón reluce en la historia de una manera absoluta. Es lo que aúna a los principales personajes, incluida Shannon que, como otros caracteres, viene y va para dar más empaque y complementar el argumento. Es una de las desafecciones de esta propuesta, centrada fundamentalmente en los Millard, dejándose por el camino aspectos que pudieran ser interesantes, como el posible intento de Bart por conectar con su madre.

Así llegamos a la evangelización que prima en su parte final para convertir la historia en poco más que un biopic. El vehículo es el tema que del que toma su título original este largometraje y los pastores son MercyMe con Bart a la cabeza. Su popularidad alcanzó la cima en 2001, cuando grabaron la canción cristiana más exitosa de la historia, si bien la película no llega a la altura de sus logros como parte de la industria discográfica. La dirección de los hermanos Erwin es bastante plana y las actuaciones se nos antojan acartonadas, aunque Dennis Quaid brille sobre el resto gracias, principalmente, a su experiencia ante las cámaras.

From → Cine

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