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Gracias Dios (Grâce à Dieu) (***1/2)

17 abril 2019

Cadena de silencios

Un hombre de mediana edad se entera de que el sacerdote que abusó de él en su infancia sigue rodeado de niños. Intenta que el obispado le aparte de sus obligaciones eclesiásticas antes de que profundicen en la causa otras dos víctimas, artífices de una asociación que pretende denunciar y castigar esos actos impuros.

A primeros de marzo tenía lugar en Francia una sentencia histórica que afectaba al cardenal de Lyon, Philippe Barbarin, quien terminó presentando su renuncia al Vaticano tras la condena de seis meses de cárcel por no haber denunciado los abusos sexuales a menores cometidos por un sacerdote de su diócesis, Bernard Preynat. Representa uno de los casos más llamativos destapados en Europa sobre este asunto, que se anexiona al del cardenal australiano George Pell y a los destapados en 2002 por el Boston Globe y recogidos en la oscarizada Spotlight.

El cineasta Fraçois Ozon abandonó su zona de confort centrada en la denuncia de la sociedad burguesa para adentrarse en una historia verídica, con personajes reales. Recordemos que la diferencia entre pederastia y pedofilia es que la primera es una práctica delictiva que deriva en abusos sexuales que provoca graves repercusiones en el desarrollo social, sociológico y sexual de las víctimas. Dicho esto, hemos de distinguir entre conductas execrables, que emparentan a algunos ministros de la Iglesia Católica con iluminados dirigentes de sectas condenables, y la exposición cinematográfica de unos hechos constatados; es decir, debemos desligar una situación real con el aspecto puramente crítico de una producción audiovisual.

La frontera que los separa, como en este caso, es muy difícil de definir. Máxime, cuando nos enfrentamos a unos tabúes tradicionales. Ha existido siempre un muro impenetrable para proteger el mundo eclesiástico. Toda una cadena de silencios de la que han formado parte muchos seglares. Se trata de un manto refractario que llega con fuerza hasta nuestros días. Por ejemplo, en el juicio que condenó a Barbarin tenía que haberse juzgado al cardenal mallorquín Luis Ladaria, pero la Santa Sede no lo permitió alegando la impunidad diplomática que le protegía por su cargo en el Vaticano. En su caso, dio instrucciones al prelado de Lyon para castigar a Preynat, pero evitando que trascendiera a la opinión pública.

Ozon centra su relato en tres hombres de estratos sociales diferentes. Alexandre Guérin -Melvil Popupaud- es un ejecutivo de banca que inicia las denuncias en 2014. Es el cabeza de familia de una cédula católica cuyos hijos se aprestan a recibir la confirmación y que tanto ellos como su esposa -Aurélia Petit- le apoyan de manera incondicional. Un relato le hace recordar los abusos del padre Bernard Preynat -Bernard Verley- y por medio de una socióloga de la Iglesia -Martine Erhel- tiene una reunión con el sacerdote, quien asume su culpa sin pedir perdón e incluso le insta a rezar con él un Padrenuestro en una escena sobrecogedora.

Alexandre decide llegar más lejos, y accede al cardenal Philippe Barbarin -François Marthouret-, quien no parece dispuesto a que Preynat se aparte de su ministerio, ni tampoco de los niños. A continuación, le toca el turno a François Debord -Denis Ménochet-, quien tras sufrir las vejaciones en su infancia reniega de la religión. Junto a un cirujano, Gilles Perret -Eric Caravaca-, conforma una asociación a la que se adherirá el banquero y más adelante Emmanuel Tomassin -Swann Arlaud-, un tipo de elevado coeficiente intelectual que, a consecuencia de los abusos ha tenido problemas tanto con sus parejas como con su propio sexo debido a secuelas psicológicas y físicas.

Combinar las tres historias siempre presenta riesgos y aunque el guion de Ozon es muy sólido su propuesta implica que algunos personajes desaparezcan y otros estén fuera de foco en más secuencias de las deseadas. Su puesta en escena resulta absorbente, si bien podría haber aligerado las dos horas y cuarto de duración eludiendo los flashbacks o insertándolos en algunos de los pasajes en los que recurre a la voz en off. Se trata de una película en todo caso brillante, ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín, y cuyo máximo defecto sean los instantes en exteriores en los que los planos cortos y la partitura de Evgueni y Sacha Galperine invitan a pensar en accidente o situaciones dramáticas que se quedan muy al margen de la exposición.

La literatura en general nos ha dejado muchos ejemplos de abusos de menores por parte del sacerdocio católica. Las relaciones sexuales mantenidas por el clero han sido recurrentes, incluso en los cenobios, adquiriendo su máximo esplendor con el destape y el erotismo de los setenta. Véase Interior de un convento, de Walerian Borowczyk, a partir de la novela de Stendhal. En el caso de Ozon, pretende ser ecléctico, pero termina acusando y extiende a los padres de los damnificados buena parte de culpa. El ejemplo más representativo es la madre de Emmanuel -Josian Balasko-, al tiempo que presenta dos de las tres parejas centrales como afectados por malos tratos en su infancia, tanto por parte del hombre como por la de la mujer.

La cinta se abre con un prelado caminando hacia el balcón de la catedral que domina la ciudad de Lyon. El mundo está a sus pies. Termina replantándose si los católicos afectados pueden creer en Dios después de sus vivencias. En medio, el férreo muro impermeable que protege a la Iglesia. No solo favorecido por su corporativismo, también por sus feligreses. La película habla de la mala conciencia de algunos padres, que no intervinieron en su caso, pero también de que nunca se creyeron a ciencia cierta que los hechos hubieran traspasado ciertos límites. La mayoría decide acogerse a la cláusula de la prescripción del delito. De esa forma se dejaba hacer sin tomar medidas, como se muestra en este drama coral, de ajustadas y creíbles interpretación es entre las que sobresale la de François Marthouret como el cardenal contra el que chocaban las acusaciones.

From → Cine

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