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Touch Me Not (No me toques) (**1/2)

9 junio 2019

La libertad hacia el sexo

Tres personajes quieren establecer una relación. Están tan deseosos de sexo como temerosos a la hora de hacerlo. Para alcanzar la libertad que sueñan deberán desprenderse de sus tabúes y, sobre todo, superar sus mecanismos de defensa, aquellos que les imposibilitan alcanzar su meta.

Rumanía se llevó el Oso de Oro en la edición de la Berlinale correspondiente a 2018, y también el galardón a la mejor ópera prima aunque se trate del segundo largometraje dirigido por Adrina Pintillie. No somos quien para enmendar la plana a un jurado competente, pero tenemos la sensación de que, por lo que se refiere al premio máximo hubo algún exceso en un certamen que no se caracteriza precisamente por la falta de escrúpulos.

Ciertamente, la película tiene fases atractivas, está bien rodada y, por momentos, presenta secuencias de gran nivel. Tampoco debemos olvidar que en ocasiones es pretenciosa y en otras se nos antoja desagradable. Es una de esas producciones que te obligan a recapacitar, pero a las que también cuesta entrar. Su recorrido comercial será tremendamente limitado y viene a refrendar esa creencia de que aquella película que triunfa en los festivales no es apta para una mayoría. Algo que deberíamos desterrar.

Se puede hablar de una cinta experimental y, ante todo, transgresora. Tiene sus valores por cuanto nos presenta la contradicción entre el deseo de una relación y el miedo mayúsculo a enfrentarse con ella. Domina el blanco, tanto en los decorados como como en el vestuario. Hay un motivo, como en cada una de las secuencia, si bien en un porcentaje elevado hay que búscalo con microscopio y solamente su autora podría explicarlo.

Se inicia con un plano larguísimo de un hombre tumbado y desnudo que arranca desde su zona pélvica. Es el adelanto de lo que veremos. Enseguida conoceremos a los tres personajes principales. A Laura –Laura Benson- la vemos en una entrevista a través de un monitor para explicarnos lo que se ve y lo que se mira. Como quiera que la película aborda el sexo desde muchos puntos de vista, quizá demasiados para lo que se expone, tenemos una primera cita con el voyerismo.

Tómas –Tómas Lemarquis- se siente aislado del mundo por su alopecia. Ama su pene porque es la única parte del cuerpo que funciona correctamente. Asiste a una especie de terapia disfuncional donde su compañero es Christian Bayerlein, que sufre una severa atrofia espinal. En un primer ejercicio buscan sentir la mirada a través del tacto, Les proponen adivinar la cara del otro por medio de la yema de los dedos.

Todo evoluciona hacia el sexo en diversas variantes. El encuentro de Laura con un transexual es uno de los puntos fuertes en el comienzo de la historia. Especialmente cuando él/ella dice que se acaricia en sus partes íntimas como si fuesen los genitales de una mujer. El striptease que lleva a cabo, máxime después de lo visto, nos pone más en guardia todavía. No hay concesiones y el sexo se ofrece de manera explícita. A una parte le parecerá demasiado exhibicionismo y otros lo encontrarán adecuado. Sin embargo, no se trata de cuerpos jóvenes o bien proporcionados. Ahí es donde entra, sobre todo, la provocación.

Es posible que personas más atractivas tengan problemas similares a los que nos narra Adrina Pintille, pero esa no es la cuestión que plantea. Por eso el conjunto, que evoluciona bastante positivamente en su segunda hora, es provocativo y con claros síntomas de ausuficiencia por lo que se refiere a su responsable. Hay inteligencia, atrevimiento y, por supuesto, invita a la reflexión. Cabe pensar si el mensaje no se deteriora por los personajes elegidos, que llegan a provocar rechazo en las situaciones límites.

Se habla de tocar o no tocar y también de todo lo que rodea a las relaciones sexuales. Se hace de la forma más serena posible, recreándose en unas imágenes que no serán del gusto de todos. Los traumas no se obvian, ni siquiera lo que pudieron sufrir de pequeños los intervinientes. La monotonía es una constante, con ese sentimiento de hospital que marca el desarrollo y unos planos lejanos que llegan a confundir. Sentimos alivio cuanto Tómas sigue a una mujer que se dirige a un club de sexo BDSM, un estilo de vida donde se llevan a cabo diversas prácticas sexuales consentidas, incluido el sadomasoquismo sin cortapisas. En un punto de oxigenación. No hay decorados. Solo una orgía extrema que parece extraída de un cóctel de Fellini, Pasolini y la versión más pornográfica de 50 sombras de Grey.

From → Cine

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