Saltar al contenido

La boda de Rosa (****)

21 agosto 2020

Yo, mí, me, conmigo

Está a punto de cumplir 45 años y Rosa no ha tenido otro modo de vida que el de servir a los demás. Parece imprescindible. Ha llegado el momento de dar un giro absoluto y para ello decide apartarse de todo y abrir un negocio. Quienes la rodean tienen otros planes para ella y la única salida puede ser el matrimonio.

El aplazado Festival de Málaga ha encontrado una magnífica oportunidad para comenzar con buen pie. Nada menos que la última película de Icíar Bollaín, centrada en una mujer de mediana edad que pretende dar un giro a su vida de ciento ochenta grados. Rosa -Candela Peña- está a punto de cumplir cuarenta y cinco años después de haberse consagrado a los demás. Vive en Valencia, donde es imprescindible para su trabajo, pero mantiene intactos sus sueños.

Por esa razón, un día decide romper con todo. Aprieta el botón nuclear, según palabras textuales. Se aleja dejando un caos en la empresa, manda a su padre de regreso a su casa, no se encarga de los niños de su hermano, desconecta con su hermana y no mantiene el contacto fluido que desearía con su hija, madre de dos hijos, que se marchó con su pareja a Manchester. También repercute en el gato que le ha dejado una amiga, o en el riego de las plantas que le ha encargado una vecina. La suya no es una desaparición absoluta, puesto que mantiene contactos telefónicos. Simplemente, quiere dedicarse por completo a sí misma y autocomplacerse.

Cuando alguien toma esa decisión casi siempre es acusado de mirar para sí mismo y no pensar en los demás. Después de haberse convertido en necesario, si se rompe esa rutina se le tacha de egoísta, como si el hábito se hubiera convertido en obligación. La huida hacia adelante de Rosa no resulta sencilla, puesto que pretende abrir en Benicàssim el taller de costura que en su día regentó su madre y que se ha convertido en una herencia familiar. Precisamente, en el momento en que su hermano Armando -Sergi López- pretende venderlo para ampliar su academia.

Cuando sus hermanos se desposaron encontraron el apoyo de Antonio -Ramón Barea-, su padre. Para conseguir el mismo trato, la protagonista decide casarse, pero no lo hará con Rafa -Xavo Giménez-, un novio poco consolidado, sino con ella. Está dispuesta a establecer sus votos en base a preguntarse primero a sí misma antes de hacer cualquier cosa y a priorizar sus intereses por delante de los de los demás. Esa decisión descubre las miserias de sus familiares más próximos.

Su hija -Paula Usero- ha dejado su trabajo basura, no mantiene una buena relación con su novio, y regresa a Valencia para establecerse nuevamente con su madre. Antonio, tras la pérdida de su esposa, se muestra hiperactivo y convencido de instalarse en casa de Rosa para no echar de menos alguien con quien convivir. Armando está a punto de divorciarse de su mujer y su hermana Violeta ha sido despedida de su trabajo y sin indemnización alguna debido a sus problemas con el alcohol.

De esta forma se construye una comedia dramática que ensalza los valores cinematográficos de una profesional como Icíar Bollaín a quien no tenemos que descubrir ahora. Su trabajo con la cámara es impecable, y el guion, coescrito con Alicia Luna, deja momentos antológicos. Es cierto que se deja algunos detalles por el camino, como la ausencia de la fotógrafa contratada para el enlace nupcial, pero no afectan a un conjunto ciertamente atractivo, lleno de hallazgos y que combina con acierto las carcajadas con el dramatismo inherente a la situación de sus personajes.

Con un gran trabajo de Nathalie Poza, bien secundada por Paula Usero, que había debutado a las órdenes de Bollaín en El olivo, la película discurre arropada por la sombra de Luis García Berlanga. No en vano se desarrolla en Valencia y rezuma por los cuatro costados ese amor ácido y a la vez absurdo que eleva a capital importancia las cuestiones más insignificantes haciendo que nos ruboricemos de nosotros mismos. ¿Hay algo más simple, y a la vez tan extraordinario como que alguien se case consigo mismo?

Aunque su responsable huya del plano secuencia, algunos pasajes son imborrables y encajan perfectamente con esa filosofía berlanguiana. Por ejemplo, cuando la comitiva cambia el ayuntamiento por la cala. Es cierto que algunos diálogos podrían ser más afilados para firmar un largometraje sin tachas. Aun así, roza el sobresaliente y demuestra que en Icíar Bollaín hay talento y mimbre como conseguir más de una obra maestra. Desde su debut no había incursionado en la comedia como hasta ahora. Quizá, en sus próximos trabajos no tenga que ser tan inflexible para que luzcan más.

From → Cine

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.