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El club de los divorciados (Divorce Club) (**)

23 octubre 2020

El club de los divorciados – Desengañados y convencidos

Ben lo ha preparado todo para celebrar a lo grande su quinto aniversario de matrimonio. Ese día se encuentra con que su mujer está liada con su jefe y, por dejar un micrófono abierto, se entera de su infidelidad. Hundido, encuentra apoyo en un amigo de la infancia con el que forma un club muy especial.

Ha películas que, tengan o no valores fílmicos contratados, está destinadas a ser un éxito en taquilla. Eso es lo que sucede con El club de los divorciados, tercer largometraje del actor y cineasta Michael Youn, que ha sabido dar en la diana gracias a una historia bien contada por mucho que coquetee con la astracanada. Acompaña sus imágenes con un humor desenfadado, no exento de trazo grueso que sirve para que te olvides durante casi dos horas del mundo, el covid y de cualquier otro revés que hayas tenido antes de entrar al cine.

Ben –Arnaud Ducret- tiene todo preparado para celebrar a lo grande sus cinco años de casado. Ha tirado la casa por la ventana e incluso ha alquilado un velero. Antes de marcharse de vacaciones con su esposa acude a una reunión en la oficina de ella, que en un momento dado acompaña a su jefe a su despacho. Supuestamente a firmar un ascenso, pero al dejarse un micrófono abierto todos los asistentes escuchan la infidelidad de su mujer que, además, deja en mayor ridículo a su marido al comentar sus atributos.

Ya divorciado, el protagonista inicia un descenso a los infiernos. Acude a un grupo de terapia en el que advierte que su historia es mucho más cruel que cualquier otra. Entre los asistentes aparece Patrick –François-Xavier Demaison-, un amigo de la infancia convertido en millonario tras vender por una fortuna la star up que había creado. Decide que Ben se instale con él en su casa de ensueño donde es atendido por Helmut –Youssef Hajdi-, un chico para todo, aunque su especialidad son los cócteles. Patrick solo pone una condición: su ex mujer es intocable, al igual que su Ferrari exclusivo, ganador en Le Mans. Ni tan siquiera lo luce. Se sienta al volante, lo enciende y se extasía con su sonido.

Cuando Ben vuelve a su trabajo de agente inmobiliario conoce a Marion –Caroline Anglade-, una mujer desenfadada que pretende reconvertir un sex shop en un local de lucha femenino. Ambos comienzan a flirtear sin que se descubra de que se trata de la ex mujer de Patrick, quien sigue estando locamente enamorado de ella. Para entonces, el millonario ha acogido en su mansión a otros separados, especialmente a la besucona Albane –Audrey Fleurot-, a quien conoce desde hace tiempo. Es entonces cuando su amigo le dice que aquello parece un club de divorciados, frase que da origen a que esa idea germine. Hasta se apunta Titi, un amigo incondicional de Ben, que se inventa la muerte de su esposa para incorporarse al grupo. Papel que se reserva para sí el propio director.

Como se puede suponer, la condición impuesta por Patrick se hace añicos. Sucede en una noche desenfrenada, al estilo de Risky Business. Aunque Arnaud Ducret no puede pasar por un adolescente, como sucedía con Tom Cruise en el film de 1983, el tono resulta muy semejante. Realmente, no es el único paralelismo que pueda establecerse. Todos los personajes parecen tener un referente anterior. No se salva ni el mayordomo de  Arthur, el soltero de oro para cumplir cualquier necesidad de su jefe. En cuanto al casoplón en el que se dan cita los divorciados, recuerda al del fallecido dueño de Playboy.

Esa combinación funciona para el gran público. La cinta no es una obra de arte, pero cumple con creces la función de entretener que, al fin y al cabo, es una de las exigencias que pedimos al llamado séptimo arte. Nunca podría ganar un premio en ningún festival, y si fragmentamos esta producción podremos advertir que apenas hay nada original en su recorrido. Sin embargo, todos los referentes están tratados con la intención de que parezcan novedosos. Por ejemplo, suele ser normal que aparezca algún animal fiero como elemento protector. Puede ser un perro de raza peligrosa, o hasta un animal salvaje. En este caso es un lémur que abofetea a los intrusos.

La acción transcurre en Marsella, si bien la ciudad no influye en el devenir de la historia. Michael Youn aprovecha para mostrar alguna que otra postal atractiva, pero el gran mérito de El club de los divorciados reside en su buen humor. Las situaciones más desgracias se truecan en optimismo hasta llegar a un final condescendiente en el que todo el mundo es bueno y aquí no ha pasado nada.

From → Cine

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