Saltar al contenido

Mandíbulas (Mandibules) (***1/2)

2 julio 2021

Mandíbulas – Dos tipos y una mosca gigante

Dos amigos no muy inteligentes encuentran una mosca gigante, viva y atrapada dentro de un coche que acaban de robar. En lugar de cumplir un encargo, toman la decisión de entrenar al animal para ganar dinero con él. Incluso, no desdeñan que pudiera servir para atracar bancos.

El parisino Quentin Dupieux, anteriormente conocido como Mr. Oizo en su faceta de productor musical, es un cineasta singular. Sus propuestas son siempre extravagantes y coquetean con aspectos crípticos que suelen retraer al gran público. En esta ocasión ha contado con mayor presupuesto en relación a sus ocho largometrajes anteriores para firmar el hito más elevado de su filmografía hasta el momento, a la vez que el menos inteligible.

En solo 77 minutos narra una historia que se eleva sobre la alargada sombra de los hermanos Farrelly, cuando en 1994 rodaron Dos tontos muy tontos. También son dos personajes con pocas luces los protagonistas. Manu -Grégoire Ludig- recibe el encargo de ir a recoger esa tarde un maletín que debe llevar en el maletero de su coche y entregarlo a otra persona a cambio de quinientos euros.

Lo primero que hace es robar un automóvil y después ir a visitar a su amigo Jean-Gab -David Marsais-, que se encarga de una gasolinera. Sin otro particular, cierra el negocio y los dos se embarcan en la tarea encomendada. Durante el desplazamiento, alrededor de treinta kilómetros- escuchan un ruido incierto en el maletero. Cuando lo abren se encuentran con una descomunal mosca.

De repente, olvidan la misión encomendada y deciden amaestrar el insecto, que en el futuro podría comportarse como un dron y hasta robar bancos quedándose ellos a cubierto y sin arriesgar lo más mínimo. Entienden que un buen lugar para iniciar el entrenamiento es una caravana en medio de ninguna parte. En ella se encuentran con otro tipo de comportamiento absurdo, pero el sumun de lo paradójico se producirá cuando unas chicas los lleven a casa de una de ellas confundiendo a Manu con un ex compañero de colegio.

En toda esa amalgama de tipos incongruentes y de reacciones inverosímiles y antinaturales destaca Agnès, interpretada con mucho acierto por Adèle Exarchpoulos, quien nos había impresionado en La vida de Adèle. Es el único personaje sensato de todos los que desfilan por la pantalla. A cambio, posee un evidente daño cerebral a causa de un accidente de esquí que le obliga a hablar a gritos, porque no hay nadie normal entre los caracteres.

Con reminiscencias de los Hermanos Coen, sin dejarnos atrás las ocurrencias de dos payasos de circo, es inevitable pensar lo que hubieran hecho Martes y Trece o cualquier dúo cómico con esta historia. Engarza con la mejor tradición del cine mudo gracias a unos gags consistentes e imaginativos. Todo funciona bien, desde la imagen de esa mosca descomunal para la que se ha tenido el acierto de no recurrir imperiosamente a las creaciones CGI.

El título responde al apetito voraz del animal, que se convierte en protagonista y cierra el film de forma hilarante. El humor transluce durante la proyección y, con un lenguaje cinematográfico sencillo, Quentin Dupieux es capaz de sorprendernos para bien. Aprovecha la presencia de actores desconocidos, salvo los casos de Adèle Exarchpoulos y Anaïs Demoustier. Sin excepción, consiguen transmitir lo que el director espera de ellos.

Los dos tontos, excesivamente tontos, que deciden aparcar un trabajo sencillo para embolsarse quinientos euros por una utopía, son personajes para recordar. No lo es menos la idea de adiestrar una mosca gigante para hacerse ricos a base de robos. Ellos, que parecen incapaces de todo, que abren el maletero de un auto con unas tijeras de podar y que cuando roban un vehículo los cables están desconectados.

From → Cine

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.