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El hombre del sótano (L’home de la cave) (**)

18 marzo 2022
El hombre del sótano

En París, Simon y Hélène, de origen judío, deciden vender un sótano situado en el edificio donde viven. Un hombre con un pasado problemático lo compra y se muda sin previo aviso. Poco a poco, su presencia trastornará la vida de la pareja.

El autor de Molière en bicicleta regresa con una metáfora de la sociedad francesa, donde las convulsiones ideológicas están a flor de piel. En este caso, Philipe Le Guay no se refiere a las crispaciones derivadas de la inmigración o las diferencias culturales y sociales. Más bien, mira el pasado gracias al personajes de Jacques Fonzic -François Cluzet-, un negacionista del Holocausto nazi. Es quien compra un sótano situado en un céntrico edificio parisino.

Simon Sandberg -Jérémie Renier- es el vendedor. Se trata de un arquitecto casado con Hélène -Bérénice Bejo-, quien pone en duda la oportunidad de la venta. Sin embargo, el matrimonio necesita dinero para efectuar una inversión y el marido estima que se trata de una buena oportunidad. Aparentemente, no puede dudar en ningún sentido de Fonzic. Paga al contado antes de formalizar la escritura y afirma ser un profesor de historia recientemente jubilado después de revisar a fondo el estado de su adquisición.

La primera pega tiene lugar cuando Simon se entera que el reciente comprador ha pasado la noche en el sótano. Recibe una explicación creíble acerca de su situación y de que no tiene otro lugar para dormir. A cambio, el vendedor le proporciona una habitación en el mismo edificio, pero no puede evitar que finalmente Fonzic se instale en su nueva propiedad como si fuese una vivienda. Además, rehúsa abandonarla y se cree con méritos para ello.

Los antecedentes del personaje, investigados por el antiguo propietario no son nada esperanzadores. Efectivamente, el hombre era profesor de historia, pero salió mal del instituto en el que ejercía. En cuanto a su antiguo domicilio, debía más de medio año de alquiler y la realidad no tiene nada que ver con su versión. Comienzan las dudas, que dan paso a un enfrentamiento físico y mental. El protagonista saca a relucir el pasado judío de los vendedores y, en su faceta de negacionista del Holocausto, arremete contra ellos.

El documento de venta se pone en manos de un abogado, pero no se puede desalojar a Fonzic porque, aun a falta de la escritura, existe un contrato privado y se ha hecho efectivo el pago. El hombre del sótano sigue en sus trece y se envalentona en sus dominios. La vida de la pareja, por el contrario, parece derrumbarse e incluso Simon opta por una acción desesperada ante la imposibilidad de una salida negociada o de una acción legal.

A medida que avanza, se abandona el drama para adentrarse en el terreno del thriller psicológico. Le Guay se extiende en algunas situaciones más de lo necesario. Hay fragmentos de sus secuencias que no aportan nada al conjunto y podría haberse dejado el metraje en poco más de hora y media, lo que le beneficiaría a todas luces. Aunque el objetivo de la trama no se diluye, sí que frena el conjunto. Simon no es un okupa, pero es otra forma de preocuparnos a quien vendemos alguna propiedad por pequeña que sea y los problemas que puede plantear.

From → Cine

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