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Grandes familias (Belles familles) (**)

14 junio 2016

Un hombre de negocios que vive en Shanghái regresa a Francia diez años después. Se encuentra con que posesión familiar situada en el campo no se ha podido vender porque existe una disputa entre una empresa privada y el ayuntamiento. Investigando las razones salen a flote secretos profundamente guardados.

Siempre he tenido problemas con el cine de Jean-Paul Rappenau. Cuando visiono una película del cineasta de Auxerre no sé si ha querido rodar un drama y le ha salido una comedia, o viceversa. Teóricamente, Grandes familias es un drama, pero no puede enjuiciarse como tal. La propuesta gira alrededor de los Varenne. El padre de familia falleció hace unos y su hijo mayor, Jérôme –Mathieu Amalric- se ha convertido en un próspero hombre de negocios en Shanghái y ni siquiera vino al funeral de su progenitor. A las puertas de cerrar un importante acuerdo comercial en Londres, pasa por París junto a su novia Chen-lin –Gemma Chan- para visitar a Suzanne –Nicole Garcia-, su madre.

Cuando aparece en escena Jean-Michel –Guillaume de Tonquédec-, el hermano pequeño, las diferencias familiares salen a relucir, como también el hecho de que una casa de campo y la extensión que le rodea, situada en Ambray, no ha podido ser vendida por las diferencias entre el ayuntamiento y una empresa de Grégoire Piaggi –Gilles Lelouche-, un especialista en bienes raíces, amigo de Jerôme desde la infancia.

El recién llegado deja a su pareja que vaya a Londres a cerrar el trato y desenmaraña una serie de secretos que afectan a la familia, pero también a otras personas. Principalmente, a quien fuera amante de su padre –Karin Viard- y a su hija Louise –Marine Vacth-, que ahora es la pareja de Grégoire. También al alcalde Pierre Coteret –André Dussollier-, admirador constante de su madre, del notario Vauriot –Jean-Marie Winling- y una de sus empleadas, Fabienne –Claude Perron-, que siempre ha estado enamorada del protagonista.

Tantos personajes derivan hacia una puesta en escena coral, donde la resolución de un problema  da paso a otro nuevo. Los personajes se entremezclan y da la sensación de que asistimos a una obra griega, con dos figuras siempre en escena y un imaginario coro que les acompaña. Muchas son las casualidades, pero todas ellas llegan en pareja, desenterrando filias, fobias, incestos y adulterios. O los dos hermanos, o los amantes, madre e hija….

Giros casi constantes, que no dificultan su seguimiento. La película se sigue sin apasionamiento pero con cierto interés. Favorecen los muchos enredos, aunque la exposición inicial sea un tanto aletargada con respecto a lo que está por suceder, cuando todo sucede a mayor ritmo y las curvas del guion convierten en más interesante la propuesta. Así, Louise se enrollará con Jerôme y en el alcalde reviven viejos sentimientos, mientras queda por resolver un fleco de la herencia de los Varenne y algunos puntos oscuros de la mayoría de los personajes.

Doce años ha tardado Rappenau en dirigir su octavo largometraje, desde Bon voyage -2003- con un resultado más comercial que cualitativo. No ha perdido ritmo, puesto que todas las secuencias tienen vigor y luz propia, aunque si escarbas dan la sensación de ser como un espumoso de mediana calidad, cuyas burbujas se desvanecen de seguido. Tampoco colabora el final amable, más digno de una comedia romántica, que sólo persigue la complicidad final del espectador y que está salga del cine satisfecho. Luego, se irá a cenar, a tomar un café o a ver la televisión y olvidará todo como si fuese afectado por un destello de los Men in Black.

From → Cine

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