La primavera de Christine (Maikäfer flieg) (**)

En Viena, al borde del final de la Segunda Guerra Mundial, una familia de Viena se ve obligada a refugiarse en una casa acomodada de las afueras. Pronto, su existencia se ve alterada por la presencia de las tropas soviéticas que avanzan desde el norte y se aprovechan de la retirada de los nazis.
El primer largometraje de ficción de Mirjam Uger comienza con una célebre canción de cuna en lengua germana, Maikäfer flieg –Vuela, abejorro-, cuyo título inspiró a la escritora Christine Nöstlinger la novela en la que está basada esta producción. Publicada en 1973, se asentó como un libro juvenil traducido a diversos idiomas. La acción transcurre en Austria, cuando la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin y las tropas soviéticas avanzaban aprovechándose de la retirada de los alemanes.
Por otras novelas, como El tercer hombre, sabemos que Viena estuvo dividida en la postguerra en diversos sectores, pero en la primavera de 1945 los nazis dejaban de controlar el país y eran las fuerzas dirigidas desde el Kremlin quienes se hacían fuertes. Primero en la capital, y más tarde en los alrededores. Los bombardeos eran frecuentes y Christine –Zita Gaier- se había acostumbrado a la guerra. Cuando su casa fue destruida desde el aire, su madre –Ursula Strauss- se refugió con sus dos hijas en una acomodada vivienda de las afueras, donde no tardaron en llegar nuevos personajes. En primer lugar, el padre de la protagonista –Gerald Votava-, que desertó tras ser herido en el frente. Luego, la propietaria de la mansión, la señora Von Braun –Paula Brunner-, junto a sus dos hijos, que más adelante no dudaría en relacionarse con el oficial que estaba al mando de las fuerzas de ocupación.
Con pocos víveres y un hombre herido oculto en el sótano, la perspectiva de estos personajes no era demasiado halagüeña hasta que, finalmente, aparecen las fuerzas del Ejército Rojo, a cuyos componentes se les tilda de exageradamente bebedores y mujeriegos. Un hombre destacaba en aquella marabunta sin apenas sentimientos, el cocinero Cohn –Konstantin Khabensky-, un superviviente golpeado por sus escasos méritos culinarios pero que muy pronto se hace amigo de Christine. Gracias a ello, y al consentimiento de la señora de la casa, gozaban de cierta inmunidad. Incluido el padre de la niña protagonista, relojero de profesión, que se ocupaba de restaurar las joyas de los soldados.
La novela está escrita en primera persona, e incluye monólogos interiores, al igual que el film. Existen algunas variaciones, especialmente la referencia a la casa de los abuelos por parte de Christine, que anhelaba poder reunirse con ellos y a cuya morada se refería como la casa de muñecas puesto que, a consecuencia de los bombardeos se había derribado la fachada y se podían ver los interiores desde la calle. Por lo general, la adaptación cinematográfica es bastante fiel al texto literario.
Lo cierto es que se nos presenta una guerra cruel, no exenta de sus horrores; así como una ciudad, Viena, inhóspita y poco aconsejable para vivir en ella. Sin embargo, todo aparece dulcificado a causa de que la visión de los hechos se tamiza por los ojos de una muchacha inocente que, como dice al principio, no se acuerda de lo que era exactamente una guerra. Hay momentos en los que sus actos, muy próximos a la temeridad, se dibujan con una sonrisa.
Como el protagonista de El piano, su único alimento se basaba en lo que podían hacer con una patata. Se hace mención de pasada, para justificar los beneficios de la amistad entre Christine y Cohn. Lo cierto es que hay una clara dicotomía entre buenos y malos, especialmente por el libertinaje de los soldados soviéticos y su poco aprecio por los bienes ajenos. El carácter juvenil, con aproximaciones infantiles de la historia convierte los horrores en un juego, aunque muy alejado de las parábolas y los horres de La vida es bella. Aquí todo es más dulce, más humano y mucho menos interesante.