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Hedi (***)

14 febrero 2017

Tres años después de la primavera árabe, un joven de 25 años parece haber perdido sus sueños. Deja que su madre organice su boda, asiente cuando su hermano mayor le dice cómo debe comportarse y acepta ser enviado fuera de la ciudad por su jefe pocos días antes del compromiso matrimonial. En ese desplazamiento conoce a una animadora de un hotel.

Algo tuvieron que ver los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne para producir la ópera prima de un tunecino llamado Mohamed Ben Attia. La cinta plantea la historia de Hedi –Majd Mastoura-, un joven norteafricano de veinticinco años, silencioso, apocado y aparentemente demasiado servil para con los demás. Acepta que su madre, Baya –Sabah Bouzoutia-, prepare y condicione su boda con Khedija –Omnia Ben Ghali-, una muchacha de familia adinerada. Para el acontecimiento ha llegado desde Francia su hermano Ahmed –Hakim Boumsaoudi-, quien le indica los pasos a seguir y cómo debe comportarse. Se comunica con su madre a través de Skype varias veces al día aunque parece ocultar mucho más de lo que muestra.

Hedi acepta sumiso. El responsable del film muestra planos cortos sobre su nuca. No se rebela ante nadie, ni siquiera cuando su jefe en un concesionario de Peugeot le obliga a viajar a una localidad relativamente próxima para ofrecer sus vehículos en medio de una crisis que golpea con fuerza al país tres años después de la dimisión del presidente Zine el Abidine Ben Ali. Poco le importa que falten escasos días para el enlace matrimonial. No hay detalles que inviten a pensar en que el protagonista pueda tener un ápice de agitación. Como mucho, se refugia en sus dibujos, próximos al cómic. Ni siquiera mantiene contactos íntimos con su prometida. Ni besos. Únicamente conversaciones casi monosilábicas en su automóvil durante las primeras horas nocturnas.

Tampoco muestra apetencias por desempeñar a rajatabla su trabajo. En plena crisis, su dejadez profundiza el problema de las ventas. Procura entretenerse, utilizando los servicios del hotel en el que se instala, donde conoce a una animadora, Rym –Rym Ben Messaoud-. Con ella, mayor que él, inicia una relación diferente y desconocida. La sexualidad y una libertad condicionada hasta el momento le obliga a plantearse la correspondiente opción entre la disyuntiva que se le presenta. No solamente tendrá que elegir él, también incitará al espectador a que tome partido, ya sea sobre lo que observa en la pantalla o relacionado con sus propios planteamientos.

La historia, escrita por el propio Mohamed Ben Attia, puede tacharse de simple, pero la película esconde entre sus imágenes situaciones más comprometidas, al tiempo que efectúa un barrido muy descriptivo acerca de la situación de Túnez después de la llamada primavera árabe. Hedi habla de revolución, pero lo hace solamente en una frase, sin ir más allá. Su jefe esboza la crisis, pero la vemos más claramente a lo largo y ancho del viaje del protagonista. Es un decorado absolutamente pormenorizado de lo que sucede en el país, donde los hoteles se muestran semivacíos ante la ausencia de turistas y en los que la búsqueda entre los vertederos contratas con la caída de beneficios de las empresas y su temor a unos gastos que no puedan afrontar.

Hedi también puede representar el pueblo que baja la cabeza ante la suerte que otros han previsto para él. Una mayoría silenciosa que da rienda suelta a sus apetencias con la más mínima libertad, como el baile en el hotel con melodías populares, en el que cada uno va por su lado y el director, cámara en mano, da rienda suelta a la emancipación de cada uno. Probablemente, sea la secuencia más llamativa y la menos convencional de una puesta en escena en la que el autor, acompañado por una fotografía realista, intenta aferrarse a los cánones. Como si no quisiera molestar.

Cuenta con un buen actor para representar la doble cara de su protagonista, que obedece a la tradición y asiente a los deseos de su madre, que ya ha preparado la parte de arriba de la casa para el futuro matrimonio. Pero  que al mismo tiempo sabe mostrar el otro reverso de su moneda y que por primera vez siente un empujón hacia sus ilusiones cuando Rym valora sus dibujos. No hay por qué dudar de la autenticidad en cada uno de esos dos casos. Ambos son creíbles y consecuentes. Lo difícil es elegir con cual quedarse. Al fin y al cabo, como el matrimonio, será para el resto de sus días.

From → Cine

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