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El señor Henri comparte piso (L’étudiante et Monsieur Henri) (**)

6 marzo 2017

No le queda más remedio al señor Henri que alquilar una habitación de su casa para que su hijo no le interne en un centro para mayores. Viudo desde hace años, se topa con una joven que viene de provincias y que acumula fracaso tras fracaso. El anciano ve en ella una oportunidad para otros fines con respecto a su familia.

A juzgar por las imágenes, parece ser que en París abundan los estudiantes que hacen cola para alquilar una habitación. Al menos, Constance –Noémie Schmidt-, visita algunas casas en las que la demanda resulta interminable. Una de ellas es la del señor Henri –Claude Brasseur-, un viejo cascarrabias que obliga a firmar a los aspirante toda una declaración de principios al margen de que los posibles inquilinos hayan de observar un régimen de conducta cuyo resumen ya  suponen nada menos que veinte folios.

Ella viene de provincias, concretamente de Orleáns, donde su familia tiene un puesto de verduras en el mercado. Entre despistada e inconsecuente, la chica va de fracaso en fracaso. Gira a la izquierda en el examen para el carnet de conducir cuando el examinador le dice que lo haga en sentido contrario, o pesa y despacha zanahorias cuando lo que en realidad le han pedido son calabacines. Tampoco es más fiable en sus relaciones amorosas, pues no consigue una satisfactoria y duradera a no ser que el varón esté casado. Un buen día emprende el vuelo para estudiar en París. Quiere entrar en un conservatorio y, de momento, trabaja en una cafetería para pagarse la estancia, ya que su padre no está dispuesto a avalarla.

El señor Henri es un hombre viudo de avanzada edad que vive cerca de la estación del metro parisino de Botzaris. Acepta a regañadientes acoger un realquilado por encargo de su hijo si no quiere verse recluido en un centro para mayores. Eso no es óbice para que intente disuadir a todos los aspirantes, amenazándoles con que no hay agua caliente y advirtiéndoles que la ventana exterior del cuarto a rentar da directamente al cementerio. No le satisface ninguno, pero obligado a escoger, se decanta casualmente por la solicitud de Constance.

Al advertir que la muchacha tiene problemas con el dinero del alquiler, le ofrece alojarla gratis siempre y cuando consiga enamorar a su hijo Paul –Guillaume de Tonquédec-. El anciano entiende que es una fórmula válida para alejarlo de su nuera Valérie –Frédéric Bel-, una mujer que no le ha entrado por el ojo derecho, desde el principio, cuando la pareja se conoció siendo adolescentes.

Una historia simple, adaptada de una obra teatral escrita por Ivan Calbérac que él mismo ha adaptado a la pantalla en el que significa su cuarto largometraje. Con unos colores vivos, el mejor logro es que se desvincula totalmente de la pieza escénica. Bien es verdad que la parte del león se la llevan los diálogos entre los dos protagonistas, pero también hay espacio para salidas nocturnas, paseos por los alrededores de la vivienda y conversaciones en el exterior entre Constance y su autoritario padre –Stephan Wojtowicz-, que únicamente desea ver a su hija continuar con el negocio familiar.

Lógicamente, la trama tiene su epicentro en la confrontación generacional entre una chica inexperta que sueña con un futuro diferente y un anciano curtido en mil batallas para el que se reservan los momentos más inspirados. No es difícil retratar a un personaje acorazado, de buen corazón pero de difícil trato, amargado por la muerte de su esposa, por una nuera que no desea y por una situación, la de alquilar una habitación, que detesta. Para un veterano como Claude Brasseur, que ha trabajado a las órdenes de un buen ramillete de cineastas franceses especializados en la comedia, no le resulta complicado desenvolverse en ese rol. Él representa la columna vertebral de una historia en la que los dos protagonistas, como mandan los cánones, están condenados a entenderse.

La ligereza de un argumenta poco extraordinario queda exenta de exageraciones o situaciones forzadas. Los hechos se suceden con tanta complacencia como con escasos alardes. Los diálogos tampoco brillan a gran altura, pero las situaciones jocosas a cargo del señor Henri desembocan en varias sonrisas. Hay moraleja final, naturalmente, pero doto dentro de una prudencia exquisita que permite caminar en todo momento a esta producción por un terreno sólido aunque sin pretensiones. El resto de papeles, y sus historias colaterales, están siempre al servicio de una línea principal que no molesta pero que tampoco se fija en nuestro recuerdo.

From → Cine

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