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Bajo la arena (Land of Mine – Under Sandet) (***1/2)

7 marzo 2017

Terminada la Segunda Guerra Mundial, los prisioneros alemanes en poder de las tropas danesas son destinados a las playas danesas del Mar del Norte para desenterrar las minas colocadas por los nazis. Se trata de miles de artefactos de distintos modelos a los que se enfrentan adolescentes que son mínimamente instruidos para ese trabajo.

Son muchas las consecuencias que pueden extraerse de este film, seleccionado por Dinamarca para aspirar al Oscar. Una de ellas, es que la guerra no acaba cuando se firma la paz. Quedan secuelas, y no nos referimos a las de tipo físico o psicológico. En este caso, es un hecho que más de dos mil soldados alemanes fueron obligados a retirar las mimas colocadas por su ejército en los arenales por donde las autoridades nazis pensaban que se iba a producir el desembarco aliado.

Dado que hacia el Oeste, las primeras tierras habitadas corresponden a parajes británicos, y después de haber sido engañado su servicio secreto, en Berlín estaban convencidos de que el ataque vendría por esas latitudes, por lo que enteraron miles de explosivos de distintos modelos a una profundidad de entre quince y veinte centímetros de la superficie. Al término de la contienda, los militares daneses utilizaron a los prisioneros germanos para desactivar dichas minas. Ahí nos encontramos con otra de las consecuencias más dramáticas de un conflicto bélico: cada vez se reclutaba a gente más joven. En este caso, adolescentes que imploraban por su madre cuando resultaban heridos o se enfrentaban a cualquier peligro.

Otra consecuencia más, el odio que se mantiene entre los ganadores después de haber sufrido afrentas y vejaciones. Llegados a este punto, entendemos que la propuesta de Martin Zandvliet no es demasiado original a tenor de su argumento, pero en conjunto nos deja una producción meticulosamente estudiada, con una buena interpretación, un guion más que interesante y una fotografía de Camilla Hjelm que resalta los contrasentidos del drama vivido por unos chavales y el encanto de las playas nórdicas.

La ira se muestra al inicio, cuando el sargento Carl Leopold Ramussen –Rolland Moller- golpea sin clemencia a un prisionero que portaba una bandera danesa. A continuación, el teniente Ebbe –Mikkel Folsgaard- comienza a instruir a doce supervivientes alemanes sobre como desactivar cualquier tipo de minas. Su destino será una playa del Mar del Norte en la que, según un mapa de situación, hay enterrados más de dos mil artefactos explosivos. Cuando terminen, podrán regresar a sus hogares. O no, porque aunque el conflicto haya terminado, la guerra parece continuar.

Evidentemente, los doce seleccionados, e incluso los que remplazarán a quienes se queden en el camino, son prácticamente niños. Todos ellos quedan a recaudo del sargento Rasmussen, que los instala en un barracón próximo a una granja regentada por Karin –Laura Bro-, que tiene una hija de corta edad llamada Elizabeth. Aunque las autoridades locales le pagan por darles cobijo y alimento, los días pasan sin que los chicos puedan llevarse algo comestible a sus bocas. Incluso, llegan a enfermar por comer estiércol mezclado con excrementos de ratas.

Poco a poco, los muchachos van eliminando minas. Los hay de toda condición, pero destacan especialmente el sensible Sebastian Schumann –Louis Hofmann-, Helmut Morbach –Joel Basman, -Ludwig Haffke –Oskar Bokëlmann-, y los siameses Werner y Wilhelm Hahn. Cada uno de ellos tiene sus sueños, principalmente regresar a su casa y trabajar para reconstruir un país arrasado. Pero no encuentran piedad entre los daneses, masacrados por los nos nazis durante cinco años. Ahora tampoco tienen compasión con quienes fueron sus verdugos, razón por la que asistimos a una de las escasas ocasiones en las que el celuloide nos muestra lo que piensa y sufren los perdedores de ese enfrentamiento bélico.

Sin embargo, el ser humano tiene también valores positivos, y el sargento Rasmussen llega a sentir cariño por esos imberbes que, a su entender, no tuvieron nada que ver con la masacre y el expolio de los verdaderos invasores. Aquellos que llegaron antes de que estos chavales fueran reclutados. Pero la guerra raramente perdona u olvida. Esta historia no es la excepción. Apoyándose en dos actuaciones sobresalientes, Zandvliet ha construido un producto aséptico, en el que se trasluce una propuesta más antibelicista que proclive a enjuiciar la historia ofreciendo sus respetos al ganador final.

La cinta es dura en ocasiones, conmueve y logra que te intereses por la aventura de esos chavales en un medio hostil. Hay secuencias estremecedoras, especialmente cuando sabes que más de la mitad de esos dos millares de jóvenes empleados en esa tarea murieron o resultaron heridos graves. No llega a la crudeza llevada casi al límite de El hijo de Saúl, ni el sargento responsable es un agresivo intolerante durante toda la función y es precisamente ese aspecto el que ablanda el film y hasta lo debilita en su parte final.

From → Cine

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