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La gran ola (**1/2)

25 marzo 2017

Las posibilidades de que un tsunami se lleve por delante el litoral del suroeste español y el sur de Portugal son mucho mayores de lo que se pudiera pensar. Incluso, para algunos investigadores puede ser una realidad inminente en cualquier momento.  Hay evidencias históricas pero no las suficientes como para emitir un veredicto más fiable.

¿Qué pasaría si un tsunami afectase a la zona suroeste de la Península Ibérica? Muy pocos piensan en esa posibilidad, pero el peligro puede resultar inminente. Así los justifica en este documental Fernando Arroyo Castilla, que ya en su anterior trabajo cinematográfico se había preocupado por otra tragedia que afectó en su día al litoral onubense, el hundimiento del pesquero Islamar III la noche del once de agosto de 1984, con el resultado de veintiséis marineros fallecidos de los veintiocho de que constaba la tripulación.

María Belón, la mujer superviviente del tsunami de Indonesia, que inspiró la película Lo imposible, es coguionista de esta producción que, en principio, indaga las posibilidades de que un hecho de estas características afecte a las costas españolas. Para ello, se consultó a expertos del Instituto Geográfico Nacional, y de sus homólogos portugueses, expertos del Instituto Español de Oceanografía, científicos y universitarios que trabajan en simulaciones de riesgos naturales extremos. El resultado, es muy preocupante.

Hay evidencias de tsunamis en el suroeste de la Península Ibérica desde hace miles de años. Está constatado científicamente que donde tiene lugar una catástrofe de esta naturaleza, el hecho se repite con una cadencia de entre trescientos y mil dos cientos años. Es lo que se llama período de recurrencia. Se sabe que el último que afectó a la zona tuvo lugar en el siglo XVIII, por lo que las posibilidades de que se reproduzca comienzan a ser muy altas. Lo malo es que no se tienen todos los datos históricos de estas calamidades, pero los estudios científicos van rellenando huecos en el mapa, como el del caso que afectó a las ruinas romanas de Baelo Claudia, cerca de Tarifa.

Normalmente, todo se inicia con un terremoto generado en el océano que, al afectar a una ciudad, puede provocar incendios o desembocar en edificios en ruinas y consiguientes focos de fuego; después, a consecuencia del seísmo o del desplazamiento de una falla, se genera el tsunami, con olas que pueden llegar hasta los dieciocho metros. Generalmente, más de una. En el llamado terremoto de Lisboa de 1775, en el que todo partió de un corrimiento de tierras de grado 9 en la escala Richter, la gran ola tardó una hora en alcanzar las costas andaluzas, y la peor fue la segunda. Solo en Chipiona puso fin a la vida de 1200 personas. Se ha establecido que en esa zona, a lo largo del tiempo, se han producido entre siete y catorce tsunamis.

Después de intranquilizarnos con su propuesta, Fernando Arroyo va más lejos y señala que no hay un plan de contingencia ni de evacuación en caso de que tenga lugar otra catástrofe de parecidas dimensiones.  Los expertos consultados afirman que los gobernantes se preocupan de proyectos a corto plazo para asegurar su éxito, y no tienen la mente fija en situaciones que hipotéticamente pueden darse lugar ahora, dentro de un par de generaciones o en el próximo siglo. En 1775, cuando el mar llegó a la Plaza de Las Monjas, Huelva era una ciudad de cinco mil habitantes, pero la población actual supera con creces los cien mil. En un terreno lleno de marismas, en muchos casos por debajo del nivel del mar, y sin apenas escapatoria, la peor parte se la llevaría Cádiz. El porcentaje de supervivientes ante una gran ola sería muy escaso.

Puede acusarse este trabajo de sensacionalista, pero a tenor de las explicaciones de los expertos, y no hay razones para dudar de sus palabras, la amenaza es real y presumiblemente próxima. Los testimonios son aplastantes. Desde ese punto de vista, la película es irrefutable, aunque se echa en falta un poco más de posproducción. Los gráficos resultan elementales y parece que se agotó el presupuesto en una secuencia final que muy bien pudiera haberla filmado J.A. Bayona. Por ese mismo hecho, da sensación de que se podría haber mejorado mucho más en este sentido para redondear un trabajo cuando menos sorprendente.

Las imágenes iniciales, y otras que se salpican en la proyección, tomadas desde el aire dan sensación de profundidad al conjunto, aunque echamos de menos otras que cubran parte de las declaraciones, o que estas no sean tan frecuentes en ese intento loable de concienciarnos ante un peligro real y una respuesta inexistente por parte de las autoridades, tanto de España como de Portugal. El turismo que invade ahora sus playas contrasta con la irresponsabilidad de preparar un plan de emergencia ante un posible tsunami en terrenos plagados de marismo, muy vulnerables, o de una evacuación prácticamente imposible.

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