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Jupiter’s Moon (***)

17 noviembre 2017

Cuando intenta cruzar ilegalmente la frontera, un inmigrante sirio es alcanzado por varios despachos en el pecho a cargo de la policía húngara. Lejos de fallecer, el joven encuentra la capacidad de levitar, lo que aprovecha un médico corrupto para sacarlo de un campo de refugiados y explotar comercialmente esa cualidad.

Desde hace años al húngaro Kornél Mundruczó solamente le falta estar en nómina en el Festival de Cannes porque presenta en dicho certamen todos sus trabajos. Pasó con este film por la sección oficial antes de detenerse en Sitges, donde se alzó con los galardones que distinguían la mejor película y los mejores efectos especiales. Antes de continuar, dos apreciaciones. Por una parte, la luna de Júpiter, tal y como se referencia al comienzo del film es Europa, un astro susceptible de albergar vida, según los especialistas. Por otra, la recurrente afirmación de que en las grandes ciudades de la actualidad las personas no miramos hacia arriba. El vértigo del día a día nos lo impiden a no ser que se produzca un suceso extraordinario.

Ese suceso existe. ¿Un ángel, quizá? Aryan Dashni –Zsombor Jéger- es un inmigrante sirio que intenta cruzar la frontera de Hungría junto a su padre y otros compatriotas. Es abatido a tiros por el policía Lázsló –György Cserhalmi- pero cuando todos le dan por muerto, unas gotas de sangre comienzan a elevarse de su cuerpo para, a continuación levitar por entero. Cuando un médico sin escrúpulos, Gabor Stern –Merab Ninidze-, descubre esa cualidad consigue sacarlo del campo de refugiados y, tras recurrir a una colega y amante –Mónika Balsai- va mucho más allá. Explota a Aryan utilizando su acceso a poseedores de grandes fortunas que se sienten deslumbrados por los supuestos logros del profesional sanitario.

Con esa propuesta, la película integra varios géneros, desde la acción a la comedia negra, pasando por el thriller, el drama y el género fantástico. En casi todas ellas Muncruczó sale airoso. Su puesta en escena, respaldada con acierto por la cámara en mano de Marcell Rév, es singularmente efectiva y los efectos especiales, sobre todo cuando el inmigrante se eleva sobre la ciudad de Budapest o provoca el desconcierto en otros personajes, están compuestos con elegancia. Con la amalgama de géneros, una acción insertada con detalle y felizmente rodada, así como la insistente persecución del policía tras el médico y el inmigrante refuerzan el aire de thriller. El espectador disfruta y el largometraje luce a lo largo de las más de dos horas de metraje.

Otra cosa es la propuesta interior, tan diversa como su envoltorio. Tan pronto denuncia la política de su país respecto a los refugiados que intenta sorprender con un relato místico. Tanto es un drama social como una cinta de propuesta de acción, una historia sobre la corrupción y el engaño o un relato de padres adoptivos e hijos asustadizos o poco integrados. En la mayoría de ellas la exposición es inconclusa, escasamente profunda y ligeramente velada. De tal forma que, al final, lo que te queda en la retina son las poderosas imágenes iniciales y al protagonista levitando.

El comienzo es arrollador. El arco, los gritos de los inmigrantes, Aryan y su padre intentando sobrevivir, las carreras por el bosque y tres disparos que abaten al joven. Es difícil encontrar una cinta sobre desplazados con imágenes tan contundentes. Tras el incidente en la frontera con Serbia, a orillas de guas peligrosas, como muy bien sostiene Lázsló, se continúa por el campo de refugiados con cámara en mano y algunos planos secuencias meritorios. Al estilo de El hijo de Saúl, domina lo que sucede ante la cámara, por mucho que haya contar en el fondo. Ahí es donde el médico encuentra el filón después de mostrar sus corruptelas, tanto con las fuerzas del orden como aceptando dinero para distraerse en la huida de los refugiados. Es la forma de saldar una deuda.

Con Aryan puede obtener una suma de dinero mayor y de forma más rápida que tapando los excesos policiales o trasladando a heridos leves al hospital para que no sean deportados. El sirio busca a su padre y el galeno cree haber encontrado un hijo adoptivo. ¿Un ángel? Parece que sí, que esos seres existen más allá de la Biblia. No beben ni tienen otros vicios o querencias. Pero no conviene olvidar que Aryan tiene las llagas desu propio martirio, que se transfigura y es hijo de un carpintero. Entra en juego la alegoría religiosa.

La propuesta se queda coja, porque los apuntes sobre el terrorismo no van más allá. Tampoco hay solución o esperanza para los refugiados y se centra más en un policía empecinado, tanto como el teniente que acosa a El Fugitivo, en los tres días de plazo para encontrar a una pareja que se muestra escurridiza y esquiva con facilidad el peligro. La acción domina y la corrupción y el engaño a cualquier escala queda patente con mayor o menor fortuna. A río revuelto, ganancia de pescadores, piensa el doctor Stern, insensible a los males ajenos y aficionado a llenar sus bolsillos a toda costa. Con todo ello, si salimos del cine y no miramos hacia arriba es que la película tiene un problema.

From → Cine

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