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Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express) (**1/2)

23 noviembre 2017

El inicio de una saga

El afamado detective Hercule Poirot se ve obligado a viajar en el legendario Orient Express desde Estambul. A su paso por Los Balcanes, un alud detiene el convoy. Esa noche, uno de los ocupantes de primera clase aparece apuñalado. Es obvio que el asesino se encuentra en el mismo coche que tuvo lugar el homicidio.

A estas alturas, el argumento de la novela escrita por Agatha Christie es de sobras conocido como para incidir en él. La autora se inspiró cuando conoció el legendario Orient Express y, probablemente, el asesinato en el que se centra la historia tenga algo que ver con el secuestro real en su día del hijo de Charles Lindbergh. Después de la popular versión británica, a cargo de Sidney Lumet, que le supuso el Oscar a la mejor actriz secundaria a Ingrid Bergman y otras cinco nominaciones más, Kenneth Brannagh dirige y protagoniza una nueva versión que tiene todos los números para convertirse en el inicio de una saga. No en vano, en la secuencia final del film requieren al detective Poirot para que viaje a investigar un crimen cometido en Egipto. Hace dos años que el bisnieto de la esriota emitió su aprobación en este sentido.

En este caso, hay diferencias con respecto a la novela y a la película de 1975. El guion de Michael Green elimina varios personajes, como a la misionera sueca encarnada por Bergman y modifica otros. A su vez, aparecen otros nuevos, como Pilar Estravados, encarnado por Penélope Cruz. También se modifica el nombre de la víctima, sustituyendo a Edward Rachett por Gerhard Hardman –Johnny Depp-. Lo que no cambia es el sentido del espectáculo, ni el buen reparto, aunque los actores están infravalorados por lo poco que se profundiza en ellos. Algo tiene que ver la duración de este trabajo, casi un cuarto de hora menos que el de Lumet. Por si fuera poco, se le ha añadido una secuencia inicial que explica la forma de actuar de su protagonista.

Kenneth Brannagh dirige y actúa. Conociendo sus antecedentes, especialmente los casos de  Frankenstein y Hamlet, no hay que ser muy crédulos para suponer que propone una producción para su loa personal. Parece que es el único que tiene derecho a lucirse, y lo consigue aunque se encuentre muy lejos de la notable actuación de Albert Finney. Se lleva los mayores minutos de la película y las frases más ocurrentes, destacando cuando acota su propio nombre, Hercule Poirot, sin la ese final, porque él no mata leones. Todo en la película está a su servicio, aunque el producto final no se resienta demasiado por ello.

Le encontramos inicialmente en Jerusalén, cerca del Muro de las Lamentaciones. Un aviso urgente le obliga a embarcarse en Estambul en el Orient Express. Aunque es invierno, y la ocupación es mínima en esas fechas, su amigo y director del convoy, Mr. Bouc –Tom Bateman-, le incluye en el viaje en perjuicio de un tal señor Harris, que no se presentó media hora antes de la salida del tres, como es norma. Ciertamente, siempre me he preguntado qué tenía que ver en toda esta historia ese personaje y si también estaba relacionado con la familia Armstrong. Seguramente, sería el único viajero al margen del suceso, o un arrepentido de última hora.

Brannagh dirige con oficio y actúa con pedantería. Al comienzo ya dice que su personaje ve el mundo de una manera real y por eso destaca cuando algo no encaja como una nariz prominente en una fotografía de perfil. Su rol es igualmente preponderante, hasta el punto de eclipsar a un reparto en el que se luce Michelle Pfeiffer y se acompaña, aparte de los citados, de Judi Dench, Willem Dafoe, Josh Gad, Derek Jacobi y Manuel García Rulfo entre otros. Todos ellos, y los enumerados con anterioridad, a excepción del protagonista, están desaprovechados, y apenas tienen dos o tres frases para demostrar que están allí aparte de su carismático nombre.

La película se ve con agrado. Aunque sepamos de memoria su argumento, se sigue con atención gracias a una estructura bien armada, que alterna un montaje suficiente con cámara en mano y algún que otro travelling que consiguen las apuestas técnicas más notables. Muy superiores a unos efectos visuales y unos decorados que se antojan bastante más torpes. La dirección artística busca ser recargada en exceso, con una ampulosa visión de una silueta de Estambul que difiere de la real. A la altura del vestuario. Será difícil que tanto en este aspecto como en la banda sonora Alexandra Byrne y Patrick Doyle igualen al menos las nominaciones al Oscar cosechadas en su día por Tony Walton y Richard Rodney Bennett, respectivamente.

From → Cine

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