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La cena (The Dinner) (*1/2)

18 diciembre 2017

Rencores sobre la mesa

Dos hermanos y sus respectivas esposas se reúnen en un restaurante de lujo para tratar sobre un asunto trágico que afecta a las dos parejas. Dos de los hijos de ambos vejaron  y maltrataron hasta el límite a una mendiga y el video que les incrimina se ha hecho viral aunque no se reconocen los rostros de los autores.

Esta es la primera vez que el cineasta Oren Overman se basa en un best seller. Más concretamente, en la novela homónima publicada en 2009 por el holandés Herman Koch. El punto de partida es la agresión perpetrada por dos primos a una mendiga que se refugiaba junto al cajero de una entidad bancaria. Aunque no se ven sus caras, el video del execrable acto se ha hecho viral y los padres respectivos se reúnen en un restaurante de lujo para tomar una decisión.

Paul Lohman –Steve Coogan- es un profesor de historia sugestionado por las guerras, pero especialmente por la batalla de Gettysburg.  En sus clases plantea a sus alumnos que hagan elucubraciones acerca de la población mundial si no hubiesen existido los conflictos bélicos. Le hubiese gustado que los europeos hubieran sido rechazados cuando llegaron a las costas de América del Norte y su posición como docente es más bien agria y extrema. Está casado con Claire –Laura Linney-, una mujer resuelta y ambos son los padres de Michael, uno de los jóvenes implicados.

Stan Lohman –Richard Gere- en un reconocido político que goza de gran popularidad y opta a Gobernador. Tiene dos hijos producto del matrimonio con su primera  esposa, Barbara –Chloë Sevigny-: Rick y Beau, que es adoptivo. Ahora está casado con Katelyn –Rebecca Hall-, una mujer que ejerce en apariencia como hermosa acompañante de su marido pero que se revelará con una fortaleza inesperada conforme avanza el film. Son los cuatro comensales, a los que debemos unir un quinto personaje, Nina –Adepero Odyue-, secretaria de Stan que, aunque en principio debería aguardar fuera, representa un ir y venir constante para informar a su jefe de la marcha de su candidatura.

Lo que más preocupa a las dos parejas durante su encuentro es la decisión a tomar. El sentido común impone que aconsejen a sus hijos acudir a la policía y declararse culpables, pero todos saldrían perdiendo con ello. Especialmente el político, que vería truncada su carrera de raíz. Para el profesor, se trataría de su Gettysburg particular. El principio del fin. El escenario del ese campo de batalla ocupa un lugar preeminente cuando es visitado por los hermanos en uno de los muchos flashbacks de que consta el relato, trasladado a los Estados Unidos aunque el texto de origen se ubicaba en los Países Bajos.

El intento de Overman es ampuloso. Tanto como los platos que presenta el nervioso maître Dylan Heinz –Michael Chemus-. Cada uno de ellos se ofrece como una excelsa obra de arte, incluido el postre. De la misma forma parece obrar el responsable del film, que estira su propuesta e introduce secuencias retrospectivas convertidas en subtramas hasta que, a falta de un cuarto de hora la película crece desde un encefalograma casi plano, pero lo hace entonces a toda velocidad, apenas sin tiempo para degustarla.

Es como si en la primera hora y media larga se hubiera puesto el freno o un control de velocidad en zona urbana para salir finalmente disparada a un circuito de Fórmula 1. Mientras, en ese caos, el espectador se desinteresa de lo que debiera ser la línea argumental casi única: la decisión a tomar y si, realmente, los hijos son fiel reflejo de los padres. Cuestión de genes, más o menos. Esa hipótesis se desarrolla con el personaje de Paul en un film que nos evoca Un Dios salvaje –Carnage, 2011- y, en cierto modo, El discreto encanto de la burguesía. Los filmes de Roman Polanski y Luis Buñuel son bastante superiores y, en este caso, tampoco gana enteros con la interpretación. Los cuatro actores principales acumulan méritos en el film pero en el conjunto parecen sobreactuados.

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