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El mejor verano de mi vida (*1/2)

12 julio 2018

Supervivir como sea

Curro es un desastre. Tiene buenas intenciones, pero su matrimonio se va a pique, promete a su hijo lo que no puede cumplir, y su trabajo como vendedor de robots de cocina pende de un hilo. Casualmente, se instala en casa de una mujer de alta sociedad y su vida parece que puede dar un giro insospechado.

Antes de nada, hemos de convenir que esta historia, destinada a funcionar en taquilla por motivos ajenos a su calidad fílmica, apenas hay por donde cogerla. Todo lo que se cuenta es increíble y representa la mejor excepción de ese dicho popular basado en que la realidad supera la ficción. Las circunstancias que rodean a los personajes, ellos mismos y sus actos resultan inconcebibles.

Y decíamos que está condenada al éxito. El motivo principal es la presencia al frente del reparto de Leo Harlem, dando vida a Curro Montejo. El director, Dani de la Orden, no mejora su trabajo en relación a sus comedias anteriores, pero reviste a su estrella con secundarios que poseen tirón popular, incluido Berto Romero, a quien entregó la mayor responsabilidad de El pregón, su anterior film. El tercer argumento que coloca a esta producción como favorita del público es el humor que destila. Queremos creer que las mejores morcillas son producto del ingenio del propio Leo Harlem, pero el caso es que, el conjunto, se muestra compacto en lo que se refiere a tonterías y salidas de tono que permitirán al espectador reírse si n pensar en nada más.

El personaje central no es el clásico pícaro porque no tiene malicia. Tampoco es un listillo que utilice malas artes para salir a flote. Algún pecadillo sí, pero nada retorcido. Se podría decir que es como aquellos tipos que encarnaban Andrés Pajares y Fernando Esteso. Más descarados que sinvergüenzas, más ingenuos que poseedores de mala intención, desaprensivos en sus ideas por confiados y nunca por maldad. La ventaja, en este caso, es que solo se necesita un actor para encanar a dos; a cambio, Leo ha llegado tarde al cine y, en este caso, no se ciega por los bikinis. Es fiel a su esposa, aunque el matrimonio se hunda.

Curro Montejo, que vive en Toledo y se graduó en Económicas tras diez años de matrícula a distancia en una Universidad sin el menor pedigrí, deja su trabajo. Lo hace el mismo día en que su mujer, Daniela -Toni Acorta-, se ha colocado el mundo por montera y se ha situado al frente de sus compañeros de trabajo en una industria que sus propietarios quieren vender a unos filipinos para eliminar prácticamente a toda la plantilla.  El protagonista es un soñador y, mientras intenta sobrevivir como vendedor de robots de cocina donde cuenta como compañero y rival a Morales -Arturo Valls-, promete a su hijo Nico -Alejandro Serrano- llevarle de vacaciones sin termina el curso con sobresaliente en todas las asignaturas.

El muchacho lo consigue y Curro no tiene más remedio que cumplir su palabra mientras Daniela quiere el divorcio y prosigue con su lucha sindical. Ni siquiera consigue convencer a la profesora del chaval -Silvia Abril- para que le rebaje alguna nota, así que el destino es Fuenteovejas, localidad natal de Curro donde piensa vivir a cuenta de sus familiares y venderles los robots suficientes como para convertirse en jefe de zona. Una tía muy tacaña, Martirio -Gracia Olayo-, les alberga en su casa. Cuando podrían explotar las vivencias del típico pícaro, padre e hijo enfilan hacia la Costa del Sol.

Se convierten en huéspedes invitados en un resort de lujo, regentado por Zoe -Maggie Civantos-, gracias a que Laura -Stephanie Gil- la hija de ésta, recupera el habla al encontrarse con Nico. Allí se encuentran con personajes curiosos como Usha -Salva Reina- y una profesora de meditación – Nathalie Seseña-. La siguiente parada es en la casa familiar de Zoe en Marbella. Junto a su madre, Julieta -Isabel Ordaz- tiene que hacer frente a varias tomas de decisiones con respecto a sus negocios. Víctor -Jordi Sánchez-, el novio de Julieta, junto a su socio Jorge -Antonio Dechent- son quienes pretenden sacar tajada de una operación que ven truncada por la influencia de un recién llegado al que pretenden sobornar.

Si lo visto hasta ese momento atenta contra toda lógica, lo que sucede resulta todavía más esperpéntico. La cámara no se mueve con soltura, las situaciones resultan irreales y algunos detalles de la puesta en escena atentan contra la más pura sensatez. En el intento de cerrar un círculo que más bien parece una espiral, se apuesta por un desenlace en el que se procura encajar todas las piezas. Tan difícil como cerrar una maleta cuando nos disponemos a regresar de un viaje en el que hemos hecho bastantes compras de más.

From → Cine

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