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La boda de mi ex (Destination Wedding) (*)

1 abril 2019

Oda al narcisismo

Dos personajes antagónicos a primera vista, cuyos trabajos se basan en juzgar a los demás, coinciden en un aeropuerto. Lindsay y Frank tienen el primer encontronazo antes de subir al avión que les aproximará a una boda, la del ex novio de ella y la del hermanastro de él. No se conocen y están hastiados de la vida.

Es difícil que esta película guste a una gran mayoría. Está protagonizada por una pareja que parecen representar polos opuestos. Hablan casi sin cesar, en la pantalla no se muestran los coloridos paisajes de la California vinatera y nadie más que sus dos componentes cobran protagonismo. Los demás están pero no están, apenas se les escucha, y casi tiene mayor relieve el sonido de un televisor que el resto del elenco. Y, sin embargo, la propuesta tiene ciertas virtudes, especialmente, la química que destilan sus dos protagonistas en su cuarta aparición conjunta al frente de un reparto.

Lindsay -Winona Ryder- y Frank -Keanu Reeves- coinciden en un aeropuerto. No se conocen y ya están discutiendo. Él se adelanta para colocarse el primero en la fila; ella se lo reprocha y lo compara con los banqueros de la peor calaña, los políticos más indeseables y hasta con un terrorista cualquiera. Acuden a una boda en un lugar de California ubicado entre viñedos llamado Paso Robles y ubicado en el condado de San Luis Obispo. Tienen la esperanza de que haya dos enlaces matrimoniales a poca distancia, pero no. En el avión es de ocho plazas y les corresponden asientos conjuntos.

Así arranca este filme escrito y dirigido por Victor Levin, a cuyas imágenes acompaña una meritoria partitura compuesta por William Ross. Desde ese momento, asistimos a hora y media de batalla dialéctica entre dos personas que, lo sabemos desde el principio, están condenadas a enamorarse, incluso a pesar de ser antagónicos en apariencia y de manifestarse hastiadas de la vida. Sus trabajos también parecen enfrentarles, aunque tengan el mismo fin, de juzgar a los demás. Frank lo hace en una firma que concede premios de excelencia a las corporaciones y Lindsay persigue a las empresas por prejuicios.

Están donde no les corresponde y un lugar que en realidad no desean. Son esos invitados molestos, pero inevitables, a los que se les coloca en las mesas más apartadas. A cambio, Levin nos da una pista cuando, a las primeras de cambio nos hace saber los narcisistas no pueden dejar de existir porque el mundo se acabaría. Entramos de lleno en la zona Richard Linklater. Esto es un Antes de… la boda, en este caso. También durante y después. Le falta el alma del cineasta texano, también sus diálogos mordaces, capaces de empujar a fondo el bisturí para diseccionar sus personajes.

La boda de mi ex pretende ser una comedia romántica sin romanticismo y con escaso humor. Tal vez, lo mejor en este último apartado sea cuando la pareja protagonista critica al resto de invitados como cualquiera podemos hacerlo con los transeúntes sentados en el banco de un parque o en la terraza de un café. Tal vez esbocemos una sonrisa nada forzada cuando contemplemos una de las secuencias de sexo más dislocadas y menos sensibles vistas últimamente en el celuloide. Hay cosas hechas a propósito que crean emociones o sentimientos muy diferentes.

Pese a todo ello, esta comedia romántica en la que el desamor profundo da paso al amor inequívoco tiene sus puntos positivos. En primer lugar, ese intento loable, aunque bastante desacertado de centrar la historia en solo dos personajes que compiten en un contexto más teatral que cinematográfico. Destaca la connivencia entre Winona Ryder y Keanu Reeves. Hay complicidad entre ellos y muchísimo ensayo detrás de sus composiciones. Por eso tal vez se adivine un cierto aire de impostura en el hieratismo de Frank y en la alocada gesticulación de Lindsay.

From → Cine

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