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Asher (**)

2 abril 2019

Un asesino a sueldo crepuscular

Un ex agente del Mossad trabaja como asesino a sueldo en una zona muy concreta de Nueva York. Sabe que el final de su carrera está próximo, y probablemente también el de su vida, cuando encuentra a una mujer que le hará replantarse ciertas convicciones muy asentadas en su interior.

Nueva York, mafia, asesinos a sueldo, romanticismo otoñal… claves de sobra conocidas en el cine que nos presenta un nuevo personaje. Asher está encarnado por Ron Perlman, un actor de físico singular que dota al ex agente del Mossad que protagoniza esta historia de una lógica credibilidad aun en contra de que ni su carácter ni el desarrollo de la historia en general resulten especialmente novedosos.

Hay muchos clichés en esta puesta en escena de Michael Cayton-Jones, pero él no tiene la culpa, puesto que los males del filme residen en un guion apenas salvable. La presencia de Richard Dreyfuss y Jacqueline Bisset da la sensación de que los intérpretes están por encima de sus papeles, teniendo que destacar igualmente el buen trabajo de Denis Crossan, el director de fotografía. La historia se desarrolla entre Brooklyn y Siracusa, lo que elude las clásicas postales neoyorquinas. La nocturnidad que impera en el desarrollo valora más el empeño de Crossnan, que extrae buen partido de los tonos ocres y anaranjados.

El comienzo atrae. El sicario protagonista, muy aficionado al vino tinto, lustra sus zapatos negros y siempre se hace con un paraguas al salir de su apartamento. Cuando efectúa sus trabajos obliga persistentemente a que entren en función los detectores anti-humos soltando el chorro de agua correspondiente. Es la fórmula ideal para disimular su presencia. En uno de ellos, que no sale como esperaba vemos sus debilidades. Las heridas de bala en tiempos pasados complican la fluidez de su torrente sanguíneo, algo que mantiene en secreto. Un desvanecimiento permite que se encuentre con Sophie -Framke Janssen-, a quien comienza a cortejar rompiendo de esta forma una de sus máximas.

La mayor parte de la continuación deriva en convencionalismos. Casi todos los aspectos del filme conducen a estereotipos, como el negocio que regenta Abram -Ned Eisenberg-, quien le pasa los trabajos a Asher, pero que en realidad es un subordinado de Avi -Richard Dreyfuss-. Llega un momento en que éste le presiona para que lleve a cabo una acción de represalia contra un jefe rival. Se trata de una labor de equipo con la que no está muy conforme, pero debe soportar a Uziel -Peter Facinelli-, quien fuera protegido del propio Avi.

La historia se complica y afecta a tres frentes. Asher se encuentra con que alguien de dentro de la organización para la que trabaja quiere eliminarle. Afecta a su idilio con Sophie, quien también se ve metida en el embrollo. Además, están sus problemas de salud y sus propias convicciones. Todo ello entre tiroteos y diálogos rutinarios. La presencia de Ron Perlman, un tipo aparentemente duro y de cabello plateado que sigue la línea de otros que le precedieron, como Lee Marvin, posibilita que algunos chascarrillos tengan un punto de humor.

El más significativo es cuando Sophie habla de su madre -Jacqueline Bisset-, aquejada de demencia senil. Mu pidió que la matara. Imagínate, yo matando a alguien, dice ella sin saber el verdadero oficio de su enamorado quien, a esas alturas, ya ve que su trabajo se ve visiblemente afectado por su debilitado físico. El conjunto, que tarda en remontar, se cocina a fuego lento, especialmente por lo que se refiere a la relación de sus dos personajes principales. Un idilio demasiado relajado en sus comienzos.

La producción encaja perfectamente con la vieja escuela de películas llamadas de serie B, de aquellas historias de gánsteres con argumento convencional y rodadas con eficiencia. Al fin y al cabo, también son las señas de identidad de esta puesta en escena. Se ve sin apasionamiento, entretiene lo suficiente, pero en ningún caso nos deja con la boca abierta. Seguramente, tampoco era su propósito.

From → Cine

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