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Vivir deprisa amar despacio (Plaire, aimer et courir vite) (**1/2)

12 May 2019

Caminos de ida y vuelta

Un escritor portador del virus del sida que vive en París y un joven bretón se encuentran y se enamoran. Uno siente que la vida hay que tomársela despacio, disfrutar de ella; el otro quiere devorar etapas a pasos agigantados. Cada cual tiene cosas que ofrecer y son aceptadas como algo natural.

Presentada entre el ramillete de películas que optaron a la Palma de Oro en Cannes en 2018, recibió tantos parabienes como denostaciones. Tampoco le favoreció demasiado que se proyectara inmediatamente después de Cold War. Una vez más, Christophe Honoré se centra en la temática homosexual, elemento recurrente en su filmografía. Esta vez ubica la acción a comienzo de los noventa, cuando la libertad sexual era una norma, aun con la amenaza constante del sida, que tantas muertes propició entre la juventud de la época.

Un guiño a aquel 1993 es que los dos protagonistas, como muchos otros de su generación, no tenían demasiado clara su inclinación sexual. Jacques Tondelli -Pierre Deladonchamps- es un escritor que roza los cuarenta años. Vive en París con Marco -Thomas Gonzalez-, quien fuera su amante y que está en la última etapa de su existencia a causa del sida, así como con su hijo Louis -Trista Farge-. Tiene buena relación con la que fuera su esposa y se encuentra en una etapa en la que tiene éxito en su profesión, pero en la que también es portador del virus VIH, lo que no le impide buscar compañías ocasionales en lugares oscuros que son frecuentados de forma clandestina por los homosexuales.

Arthur Prigent -Vincent Lacoste- es un joven bretón que apenas sobrepasa los veinte años. Ha tenido una amante y ahora busca satisfacción masculina en cualquier parte. Le dice a quien fuera su novia que sí se enamoró de ella, lo que no ha sucedido con ningún hombre. Todo cambia cuando conoce a Jacques. Se juntan la tranquilidad del que ya ha vivido mucho, aunque espera que lo mejor está por llegar, y el ímpetu del joven deseoso por abrirse al mundo. Se encuentran en Rennes, donde el escritor acudió a los ensayos de la adaptación teatral de una de sus obras.

Una sala cinematográfica ejerce de celestina. Se proyecta El piano y ambos se citan para poco después. El séptimo arte flota siempre en la película, con homenajes en forma de afiches de producciones LGTBI que en su día fueron significativas, como Querelle y Orlando. Arthur propone que vana al Monte Saint Michel para ver amanecer abrazados. Elegirán otra opción, pero la semilla del amor ya está sembrada. El amante mayor sabe exactamente lo que quiere; el más joven, quiere dejar atrás su pequeña localidad natal y disfrutar de ser gay.

Christophe Honoré, que ilustra el filme con canciones de la época y una buena reconstrucción artística, suele ser un cineasta demasiado egocentrista, que presume interiormente de su talento, lo que desemboca en títulos bastante fríos y alejados del espectador. Este largometraje es de lo mejor de su carrera, lo que no evita que algunos de los tics o defectos de su autor se encuentren también presentes en su desarrollo. Con dos horas y cuarto de duración, el metraje se nos antoja excesivo. No solo alarga cada secuencia, sino que se entretiene en tramas colaterales e insiste subliminalmente en que escrutemos cada uno de los planos que propone.

Una temática que se incluye dentro de los dramas más sensibleros la difumina con acierto buscando un halo de comedia que consigue disminuir la tensión. No obstante, tampoco la obvia. En esos dos ejemplos se inscribe la presencia de un actor homosexual, el mejor amigo de Jacques, llamado Mathieu. Los dos intérpretes principales brillan a gran altura, pero Denis Podalydés les supera en sus apariciones. Otro personaje que sirve para desengrasar la historia es un estafador llamado Jean-Marie -Quentin Thébault-, cuyas caminatas nocturnas alivian la tirantez que se espera.

Cinematográficamente, la película está por debajo de un guion que busca interrogar acerca de si el sexo conduce al amor o este último el que culmina con aquel. Hay momentos álgidos, como la secuencia en la que Arthur, antes de irse, le quita el calzoncillo a Jacques para llevarse su olor como recuerdo de una noche inolvidable. Sin embargo, no se trata de una obra que se quede con honores en el olimpo de su temática. Hay mucho de cine militante LGTBI, pero no llega resultar admirable. Es lógico que provoque tanta repulsa como admiración. En todo caso, lo que no consigue es trascender.

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