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Atrevimiento (1/2)

15 junio 2019

¡Silencio… se rueda!

En las dependencias de una Universidad en desuso se está preparando el rodaje de una película basada en un éxito anterior. Al lugar llega otro equipo, con los actores y los responsables del filme original para grabar un corto promocional. Las desavenencias de los personajes conducen a una situación límite.

Aceptamos caballito de mar como animal de compañía. Si no fuese así, tendríamos que poner en entredicho el postulado inicial de esta producción. Se cuenta que años atrás se estrenó un corto (sic) de gran éxito del que ahora se pretende hacer un remake con gran presupuesto. Además, aparece un segundo equipo con el artífice y los actores del éxito narrado para rodar un pequeño documental que sirva de promoción al proyecto general.

Parece mucho arroz para tan poco pollo. ¿Alguna vez alguien ha visto que se rodara una nueva versión de un cortometraje? Pues el argumento de Fernando Alonso y Frías, que también ejerce de director, no solamente arranca con esa afirmación. Hay que añadirle la circunstancia de que se lleve a cabo un documental para promocionarlo, la incredulidad es máxima. Sería más idóneo partir de un largometraje, pero esto es lo que hay.

Los primeros en llegar a la antigua Universidad de Alcoy, ahora abandonada por otras instalaciones más modernas, son quienes llevarán a cabo la nueva versión con du director al frente. Se trata de Martín –Ángel Romero Flores-, un tipo autoritario y metódico en su trabajo. Desconfía del creador del corto feminista de cuya nueva versión ahora se encarga. Entiende que Alonso –Tomás Becerra-  viene para entrometerse en sus quehaceres. Por si fuera poco, le acompaña el reparto del original al completo y un equipo de filmación puesto por una agencia.

El elenco es casi todo debutante o participa en su segunda película. Tal es el caso de Yolanda Berenguer, Raquel González y Paula García Sabio. Le sucede lo mismo a su responsable, con lo que el producto final, debido a la ausencia de rostros reconocibles y a su bajo presupuesto, se asemeja a un proyecto fin de carrera. Sin duda, es su faceta de director lo que más nos interesa del alicantino Fernando Alonso y Frías. Con los medios de que dispone saca adelante una propuesta que va de menos a más.

El desenlace es lo más sorprendente, y echa por tierra algunos de las faltas que se le pudieran poner a lo largo del desarrollo. Hay sub historias que no aportan y se ponen de manifiesto algunos supuestos errores a lo largo del metraje que se intentan enmendar al final. Sin embargo, el mal ya estaba hecho y ciertas situaciones chirrían por mucho que luego se enmienden. Hay que aguantar demasiado tiempo como para que se hagan verosímiles o no entren en contradicción.

El hecho de que todo se desarrolle en un mismo escenario debería crear opresión, pero no lo consigue. La fuerza principal, aparte de la puesta en escena, reside cuando los personajes comienzan a tirarse los trastos a la cabeza y emergen hechos del pasado que todavía perviven en la memoria de sus protagonistas. Ahí es donde se nota la bisoñez de su responsable, que se corta o autocensura en algunos pasajes en los que debería de ser más agresivo.

Por ejemplo, asistimos a una de las escenas de sexo menos creíbles que hayamos visto en mucho tiempo. Es como si no se quisiera molestar demasiado a los actores, que ya tienen lo suyo con recitar algunas frases rimbombantes más próximas al género literario que al lenguaje cinematográfico. Da la sensación de que ninguno está exprimido al máximo, incluida la parte técnica, para extraer todo el jugo posible a su trabajo.

La tirantez va en aumento. Se producen muertes y acusaciones, flirteos y reproches. Contextos rebuscados, algunos de los cuales se llevan al límite. Los hay incomprensibles y otros que se ven venir para buscar una explicación global a todo ello cuando el mal ya está hecho y no hay vuelta atrás. El juego de verdad, beso o atrevimiento parece demasiado artificial cuando se trata de tipos hechos y derechos. Si eliminamos eso, la historia no tiene sentido. Hemos de aceptarlo de la  misma forma que pasamos por alto el hecho de que alguien nos diga que el hipocampo es un animal de compañía.

From → Cine

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