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Instinto maternal (Duelles) (**1/2)

27 junio 2019

Una pérdida irreparable

Dos matrimonios viven en un pareado en las afueras de Bruselas. Las mujeres son como hermanas y sus hijos han llegado a un elevado grado de compenetración. Cuando muere accidentalmente uno de los dos críos se desencadena un drama basado en las culpabilidades y los recelos.

La perversión psicológica y el enigma son las dos notas fundamentales en esta transposición a la gran pantalla de la novela de Barbara Abel. Llega desde Bélgica firmada por Olivier Masset-Depasse, quien en 2010 nos presentó Ilegal, protagonizada por Anne Coesens, una de las dos protagonistas de esta nueva historia. Es Céline Geniot, la morena, íntima amiga de Alice Brunelle –Veerle Vaetens-, la rubia.

Viven en un adosado absolutamente simétrico en un barrio residencial de las afueras de Bruselas. Por los vestidos de ambas mujeres y los automóviles que usan hemos de situar la acción en los años sesenta. Prácticamente son inseparables, al igual que sus dos hijos, Theo –Jules Lefebvres- y Maxime –Luan Adam-. Cualquiera de ella va a buscar a los dos al colegio, se entretienen sin distinguir un domicilio u otro y los chiquillos están siempre empeñados en juegos en conjunto.

Un día, Maxime está asomado a la ventana intentando agarrar a su gato, que se encuentra en el alero del tejado. El chaval se precipita al vacío y fallece. Desde ese momento, la relación entre ambos matrimonios, aunque los hombres pintan bastante poco en la película, comienza a deteriorarse. Primero es el padre abatido por la pérdida –Arieh Worthlater-, quien se refugia en su dolor. Simon Brunelle –Mehdi Nebbou-, piloto de avión, es bastante más apacible e intenta apaciguar los ánimos cuando aparecen las dudas entre las dos mujeres.

Alice se aproxima mucho a Theo. Le pasa los juguetes del que fuera su hijo y le dedica un afecto muy especial. Esa proximidad hace desconfiar a la madre bilógica, Céline. Sospecha de ella, piensa que la pone a prueba en una situación similar con Theo a la que provocó la muerte de Maxime y el distanciamiento entre ambas se hace más evidente. Incluso con reproches importantes que terminan en reconciliación.

Hay un evidente juego entre ambas protagonistas, que cumplen con un trabajo espléndido, que aproxima a este film hacia un relato clásico. Alfred Hithcock o Brian de Palma están presentes en el entramado de secuencias, y desde el comienzo, la partitura de Renaud Mayeur y Frédéric Vercheval evoca al gran Bernard Herrman, aunque se quede lejos de su inspiración. Se apuesta por el equívoco. Puede ser que Céline está en lo cierto y que Alice pretenda sustituir al que fuera su hijo por el de su vecina. Tal vez, sea la paranoia de la primera quien le hace ver fantasmas y problemas donde no los hay. Lógicamente, la intriga se resolverá al final.

Cualquiera de los dos directores renombrados podría haber hecho una película mucho más atractiva, porque a la puesta en escena de Olivier Masset-Depasse le falta vida. Abusa del plano y contraplano hasta un punto en que el montaje resulta demasiado picado, perdiendo mucha de la efectividad que debería mostrar para llevar la inquietud a los espectadores. A veces, éste tiene la impresión de que la da igual quien sea la mala de la película. No le han hecho sufrir lo suficiente como apostar por una de ellas o llevarse una sorpresa mayúscula cuando corresponda.

El cineasta está mucho más próximo a David Lynch, utilizando colores rojizos y diseccionando la relación de las dos mujeres al estilo del de Montana. Lo consigue únicamente en la forma y no en el fondo. En ningún momento llega a radiografiar a sus dos protagonistas con el detalle y el malabarismo del creador de El hombre elefante. El resultado debería ser más turbador y se queda en una propuesta formal, rodada con elegancia, bien interpretada, pero carente de vida. Esa luz interior que solo los grandes maestros consiguen en sus trabajos.

From → Cine

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