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23 noviembre 2019

Generación sin rumbo

La cámara sigue a Inés, una cantautora que intenta abrirse camino en Madrid. No quiere lazos ni compromisos. Es una artista callejera que con sobrevive con las escasas propinas que obtiene de los transeúntes. Ha salido de su Galicia natal y esquiva las conversaciones con su familia. No quiere regresar como perdedora.

El suelo aún es transitable, pero creo que le queda poco tiempo, afirma Olaia Pazos en uno de sus poemas. Es una poetisa, presentadora y cantante que nació en La Coruña en 1980. Ella es la protagonista de la nueva película del chileno afincado en Madrid Mario Jara. Se trata de una historia sin apenas esperanza, rodada en blanco y negro y formato 4:3 que se presentó en sociedad en el pasado Festival de Sevilla.

Inés es el personaje central. Vaga por las calles de Madrid, casi sin deseos y con el único afán de la supervivencia. Sus conversaciones telefónicas con su padre son esquivas. No quiere regresar con el fracaso a cuestas y habla de un presente que le sonríe. La familia es yugo, califica en Mudanza y memoria. Tampoco es demasiado locuaz con los amigos que encuentra en su deambular. Se desplaza con la mochila, una guitarra y un teléfono que le robarán en un descuido.

Malvive, pasa hambre y sed, duerme donde puede. En lo alto de la escalera de una vivienda, en un rincón de la calle… Creo que esta noche me quedaré aquí quietita. Espero no pasar frío. Uno de los poemas, Mientras, es una declaración de intenciones. Tanto, que el guion de Jara parece haber sido escrito a golpe de sus versos o, cuando menos, basados en ellos.  El director la sigue con su cámara. Normalmente, desde su espalda, después de un inicio turbio con cámara en mano y un movimiento exagerado. Parece como si quisiera empujarla hacia adelante, pero el porvenir su muestra tan gris como el color predominante en el celuloide.

Cuando conversa o habla por teléfono podemos verla o en planos laterales o frontales. Principalmente, cuando canta. Realmente, Inés no tiene futuro, y si lo encuentra será con un golpe tan fuerte como inesperado de la diosa fortuna. Se lía sus cigarrillos, bebe alcohol y cuando algún mínimo ingreso se lo permite cambia los aseos de cualquier bar en el que le dispensan un café por una habitación en la que pueda ducharse.

Tampoco parece dispuesta a luchar. Campa por doquier y acampa donde encuentra un rincón. Cariño, aunque me veas pasar sangrado no te preocupes, a no ser que grite… Es que soy así. Menguante. No podía describir mejor Olaia a esa Inés a la que le parece que no le está permitido luchar por un futuro. Le interesa el ahora. Probablemente, solo lo que pasó por delante de ella hace cinco segundos. De la apatía a la incertidumbre parece que no media ni un paso. Representante de una juventud sin esperanza, para la que el sol siempre está ausente, como en la puesta en escena de Jara.

Con todos esos mimbres, la película desprende un olor innegable a cine de autor, a propuesta independiente y arriesgada. No empatizas con su personaje y, presentada tan en la distancia, tampoco llegas a sufrir por ella. Quizá lo hagas más tarde, cuando reconsideres que se trata de una más perteneciente a una generación a la que el alma parece escapársele por momentos. Apenas hay reacción salvo un grito desesperado acompañado de un insulto en una plaza vacía, o en la que nadie le hace caso. Es un personaje fantasma, como tantos otros que desfilan por las calles de una ciudad populosa que para ellos es impersonal y seguramente hueca.

Los circuitos comerciales le quedan lejos y las sesiones de arte y ensayo y los cinefórums pertenecen a épocas pasadas. Sin embargo, es una cinta que invita a la reflexión, aunque su propuesta se quede en un cortometraje estirado. Mario Jara merece un destino mejor que el de la protagonista de un filme que nos acerca a Olaia Pazos, habitual de los garitos en los que su voz y sus poemas llegan a un público curioso y con apetito intelectual.

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