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Jojo Rabbit (****)

17 enero 2020

Cuidado con el amigo imaginario

Un joven de diez años, perteneciente a las Juventudes Hitlerianas, descubre que su madre tiene oculta en propia casa a una muchacha judía. En un momento en que el dominio nazi se derrumba, deberá hacer frente a su ciego nacionalismo con la ayuda de su amigo imaginario y de un niño poco espabilado.

¿Se puede hacer una película seria tomándose en broma diversos pasajes de la Segunda Guerra Mundial? Tal vez la pregunta haya que formularla de otra manera. ¿Se puede rodar un largometraje satírico dentro de un postulado serio sobre la Segunda Guerra Mundial? A tenor de este trabajo de Taika Waititi, responsable de Thor: Ragnarok, la respuesta es sí a cualquiera de las dos cuestiones. Y aun ahora no tenemos claro si su largometraje, basado en una novela de Chistine Leunens, encaja más con la primera o con la segunda interrogante.

Jojo Betzler -Roman Griffin Davis- es un niño de diez años que pertenece a las Juventudes Hitlerianas. Sueña con llegar a convertirse en miembro de la guardia privada del Führer y, en su inocencia, tiene un par de amigos que destacan sobre los demás. Su segundo mejor colega es un compañero del barrio llamado Yorki -Archie Yates- porque el puesto más alto del podio lo reserva para su amigo imaginario, que no es otro que un estrambótico y esperpéntico Adolf Hitler, papel que incorpora el propio director.

Durante un campamento infantil, los chavales aprenden a disparar y a las niñas se les inculca en el afán de tener bebés arios- A consecuencia de un accidente que solo le puede suceder a un tipo con mala suerte, Jojo sufre los efectos de una granada, quedándole como secuelas unas visibles cicatrices en su rostro. Fue a resultas de un acto de valentía mal aplicada después de que no cumpliera las órdenes del Capitán K -Sam Rockwell-, bien secundado por Flinkel -Alfie Allen- y la brutal instructora Fräulein Rahm -Rebel Wilson-. Por ello tuvo que aceptar el mote de Jojo Rabbit.

Con su exacerbado nacionalismo afronta una dura realidad. Su madre, Rosie -Scarlett Johansson-, tiene escondida en casa a una muchacha judía. Elsa -Thomasin McKenzie-, que está a punto de alcanzar la mayoría de edad, es una superviviente. Con su presencia, los ideales del protagonista van a sufrir una importante erosión. Paulatinamente irá descubriendo que las cosas no son como se las habían planteado, ni siquiera como él imaginaba. Los judíos son seres humanos que bailan, no leen la mente de los demás, ni tienen cuernos. Su madre es realmente una antinazi y Elsa viene a sustituir a su hermana mayor, fallecida de tuberculosis.

Jojo es un acérrimo del régimen, pero también es sensible. Lo manifiesta cuando se encuentra con judíos ahorcados en mitad de la plaza. La guerra toca a su fin y dará el paso de la niñez a la adolescencia. Se asentarán las convicciones, advertirá lo dura que es la vida y hasta descubrirá lo que es el amor. Apreciará también la importancia de la amistad y el valor de una mentira piadosa. A medida que todo su alrededor se desmorona, su personalidad se define y su figura emerge sobre los escombros.

Se puede establecer un cierto paralelismo con La vida es bella, aunque en realidad se trata de caminos divergentes. El padre de Giosué se aplica hasta el infinito para hacerle creer a su hijo que el campo de concentración en el que se encuentran es parte de un juego del que son partícipes. En la película de Waititi los únicos juegos son el sarcasmo que se aplica a cuestiones tan serias como descabelladas y la sátira que envuelve todo el filme. Jojo se enfrenta a sus propios miedos y también al peligro vital de las bombas que destruyen aleatoriamente la ciudad mientras las balas hacen blanco en los militares que se encuentran a su lado.

En pocos meses se hace mayor. No recorre ningún camino iniciático, se lo encuentra de golpe. Sus muros cohesionados por el convencimiento se desmoronan como si los disparos de cañones o morteros los hicieran saltar por los aires. A Jojo Rabbit se la puede querer tanto como se la puede odiar. Los personajes, excepto los más jóvenes están más próximos a la caricatura y resultan menos creíbles. De ello se resienten en parte los últimos veinte minutos, en los que el responsable de Lo que hacemos en la sombra consigue las secuencias más compactas, bien apoyadas por la partitura de Michael Giacchino y la fotografía de Mihai Malaimare Jr.

Hay momentos apasionantes, que se alternan con otros más convencionales, quizá por falta de atrevimiento. El trasfondo es mucho más trágico que un envoltorio diseñado para tratar de desdramatizarlo. Cada espectador puede quedarse con uno o más pasajes en particular. También con algunas frases que definen una producción importante y no exenta de riesgo. Por ejemplo, cuando el imperio nazi se desmorona y Yorki, con sus escasas luces, afirma que solo les ayudan los japoneses, aunque no parecen muy arios.30

From → Cine

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