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Una pastelería en Notting Hill (Love Sarah) (**)

25 septiembre 2020

Dulce, dulce

Tras mujeres afrontan el paso de abrir una pastelería en el barrio londinense de Notting Hill, auténtico rompecabezas multiétnico. Ante la falta de clientes, la de mayor edad toma la decisión de que se elaboren los postres tradicionales de los países de origen de aquellos residentes que se dan cita en la zona.

Si hay dulces, hay azúcar y ese alimento se encuentra a raudales en Una pastelería de Notting Hill, la primera propuesta cinematográfica de Eliza Schroeder. El guion de Jake Brunger hace honor a su título en español, muy diferente del original, y la directora insiste en elevar el tono agregándole todavía más edulcorante. Diabéticos cinematográficos y semejantes la verán pasar sin el mínimo interés de profundizar en su contenido. Por el contrario, los amantes del romance sencillo y de las historias de superación poco comprometidas podrán disfrutarla sin sobresaltos.

Lo más trágico sucede al inicio, después de unas vistas generales de la capital británica. Isabella –Shelley Conn- llama a su amiga Sarah -Candice Brown-, que se desplaza en bicicleta, para anunciarle que la espera frente a la pastelería que ambas quieren abrir en el multiétnico barrio londinense que da título a la propuesta. Nunca llegará a su destino y la responsable del film se cuida de que las imágenes del accidente no hieran al espectador. Simplemente, recurre a que dos funcionarios le informen del óbito a su madre, Mimi, incorporada por la veterana Celia Imrie, que se erige como cabecera de cartel.

El animoso proyecto queda aparcado porque Sarah era a una chef experta en postres y sin ella continuar en la brecha no tiene sentido. Su hija Clarissa –Shannon Tarbet- abandona sus clases de danza al enterarse de la noticia, rompe con su novio y sin tener a donde ir se refugia en casa de su abuela, por mucho que la relación entre ambas no sea demasiado fluida. A Isabella le llueven las deudas y piensa en ceder el espacio de su negocio para una vinoteca, pese a que su amiga se decantaba por la cerveza en lugar del vino.

Mimi, que había negado apoyo económico a su hija para montar la pastelería, toma una decisión arriesgada junto a su nieta. Cofinanciará el proyecto que pasa a llamarse Lover Sarah, título original del largometraje, en honor a la fallecida. Poco antes de la inauguración se les une Matthew –Rupert Penry-Jones-, un acreditado restaurador que había estudiado en París con Isabella y con Sarah, con quien tuvo un romance. No se descarta que sea el padre biológico de Clarissa. Su presencia revive viejos sentimientos en la que se convierte en una de sus patronas, al tiempo que la más madura encuentra un aliciente en la presencia de Félix –Bill Paterson-, un vecino de gran iniciativa e inventos originales.

El romance está servido, con sus tiras y aflojas como suele suceder. Sin embargo, casi todo parece desmoronarse, especialmente la afluencia de clientes, hasta que Mimi toma una decisión muy ocurrente. A la vista de la confluencia multirracial del barrio, propone a todo el que se encuentra que están dispuestos a elaborar sus dulces tradicionales. Matthew e Isabella, a quien su compañero en la cocina le ha empujado a que dé un paso adelante y demuestre su verdadera talla entre cremas y bizcochos, se ponen manos a la obra, aprendiendo y ampliando sus horizontes a cada encargo.

La pasión por la cocina ha venido para quedarse, y el celuloide no es ajeno a esa circunstancia. Hay ejemplos de todo tipo que, probablemente, queden ocultados por El festín de Babette, que quizá se adelantó a su tiempo. La historia de amor se queda por debajo de Sin reservas, y las ofertas culinarias, aunque son atractivas, pecan de una atención menos preferente porque, en definitiva, es la parte más atractiva del relato. El resto es demasiado blando y demasiado condescendiente para que cumpla el objetivo de agradar.

Nada amargo se puede encontrar en esta pastelería de Notting Hill. En ningún momento se ofende ni se hace hincapié en la tragedia. Motivos hay para la lágrima fácil, y ninguno para denostarla más allá del almíbar que se desparrama en cada secuencia. Los pasteles tienen que estar bien edulcorados, y este es dulce, dulce.

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