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Vitalina Varela (***1/2)

15 octubre 2020

El dolor de las vidas truncadas

Una mujer entrada en años desembarca en Lisboa desde Cabo Verde tras la muerte de su marido. Llega tres días tarde y el cadáver ya ha sido enterrado. Había estado esperado ese momento durante un cuarto de siglo, desde que su esposo emigró después de prometer que ambos se reunirían en la capital portuguesa.

A veces nos preguntamos si, además de sus playas, Cabo Verde tendría razón de ser aparte de su música y del cine del lisboeta Pedro Costa. Con este film, escrito y protagonizado por Vitalina Varela, cuyo nombre da título al film, de alguna forma se completa una trilogía no oficial. Haría que remontarse a 2006, cuando Ventura, otro de los referentes del cine de Costa, protagonizó Juventud en marcha, centrada en un emigrante que deambula por las afueras de la capital.

En 2014 la pareja protagonizó Caballo Dinero, en el que Ventura anda perdido en el bosque. Ahora es Vitalina quien anda perdida porque llega a Lisboa después de que su marido hubiera fallecido. Veintinco años atrás dejó Cabo Verde en busca de un futuro mejor en Lisboa con la firme promesa de que se reunirían allí cuanto antes. Desde entonces solo se han visto en dos ocasiones y el hombre se había convertido en un completo desconocido para ella. Los tres filmes fueron rodados en el barrio de Fontainhas, lo que permite mostrar una capital lisboeta muy distinta, completamente alejada del oropel turístico y de esa urbe moderna en la que se ha convertido la Ciudad Blanca.

Nos introducimos en una zona humilde y oscura, que en cierto modo, y salvando las distancias, podríamos hermanar con las favelas de Río de Janeiro o las viviendas de los llamados paracaidistas de Ciudad de México. Calles estrechas y sinuosas, como las propias viviendas, y unas vidas repletas de amargura, de dolor, de soledad. Ventura es uno de ellos, el más destacado de los que allí residen.

Por eso únicamente hay dos líneas de diálogos en el primer cuarto de hora, y en ese sentido el guion no es más prolífico en las más de dos horas de metraje. Facilita la puesta en escena de Pedro Costa que, fiel a su estilo, se vuelca en los claroscuros, en el fulgor de la oscuridad. Sus personajes son hieráticos, casi inmóviles, con un contrapunto que entronca con las pinturas de Caravaggio. Es la sublimación del cine de su autor, fortalecido por su colección  de galardones en distintos certámenes, algo a lo que está acostumbrad cuando empuña su cámara ligera y se va a rodar a Fontainhas, lo que ha sucedido en cinco ocasiones a lo largo de su extensa filmografía.

Los caracteres se mueven, aunque permanezcan inmóviles. O al revés. Como si fueran zombis. Sus sombras se reflejan en los muros y sus caras muestran como han bajado los brazos, con los surcos de la desesperanza. Una película densa como pocas, especialmente apta cinéfilos y que desalienta al espectador de calle. Sin embargo, aunque no lo parezca, sus personajes evolucionan. Tanto, que Vitalia Varela se presenta como una mujer con andar cansino, con sus pies descalzos e hinchados, y lágrimas en los ojos. Nadie la recibe en el aeropuerto y deberá aprender todo del que fuera su marido alrededor de su camastro. Tanto se desarrolla que sus ropas de luto comenzarán a ser más alegres.

Se luce la fotografía de Leonardo Simoes. El brazo ejecutor de un Pedro Costa que recoge en el texto que la gente de Cabo Verde es una invención de las sombras. Y como tales se mueven Vitalina Varela, Ventura y quienes le rodean. Todo ellos inmigrantes con el desencanto en su faz. No hay nada en Portugal para ti, le dicen a la protagonista. Pero ella es una mujer fuerte y deberá demostrar lo contrario, invertir la inercia para que pueda encontrar la luz al final del túnel.

From → Cine

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