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Queridos camaradas (Dorogie tovarishchi! – Dear Comrades!) (****)

9 julio 2021
Queridos camaradas

Represión en la URSS

Lyuda es miembro del partido comunista local de Novocherkask. Defiende los ideales del régimen comunista y desprecia todo tipo de disidencia. Durante una huelga laboral en una fábrica, ve cómo el ejército mandado por el Gobierno dispara a los protestantes y comete una masacre. Ese suceso cambiará su visión de las cosas.

El cine del irregular Andrei Konchalovsky es más valioso cuando mira al interior de su país. En Estados Unidos rodó títulos como Los amantes de María o Tango y Cash, pero resulta más atractivo cuando recoge la herencia de Andréi Tarkovski y nos ofrece títulos como Siberíada. En ese contexto, es posible que haya llegado al cénit de su filmografía con Queridos camaradas. No en vano se llevó el Premio Especial de Jurado en el Festival de Venecia y estuvo rozando en todo momento prestigiosos galardones internacionales.

Con un formato académico, y en blanco y negro, nos sitúa en Novocherkask, al sureste de la URSS, con Nikita Kruschev al mando de la Secretaría General de la URSS. Lyudmila Lyuda Syomina, interpretada por Julia Vysotskaya, compañera sentimental del director, ocupa un puesto destacado en el Partico Comunista local. Es una veterana de guerra a la que la subida de precios y la escasez de alimentos no le pasa tanta factura como el resto.

Es la época del deshielo, aunque éste no se producía a marchas forzadas. La protagonista llega a lamentarse de que, si Stalin estuviera vivo, estaríamos viviendo bajo el comunismo. Tiene una hija de dieciocho años, Svetka -Yulia Burova-, que trabaja en la fábrica de motores de la localidad. Su pensamiento es mucho más progresista que el de su madre, pero sin ser exacerbado. Al igual que todos sus compañeros de trabajo está más preocupada por la falta de comida que por las condiciones laborales.

Los precios se incrementan a diario y los sueldos no experimentan el correspondiente ascenso. Una situación precaria que desemboca en una huelga. Las autoridades Moscú no podían permitirse esa circunstancia. Discurría el año 1962 y el país debería de ser una balsa de aceite bajo los auspicios y las directrices del PCUS. Por ese motivo envían al ejército y al KGB hasta Novocherkask para reprimir las protestas. Su intervención provoca una masacre. A día de hoy no se sabe a ciencia cierta si los muertos fueron 26 o más de ochenta.

La fábrica se convirtió en una ratonera para los miembros del Partido, pero mucho más para los agitadores. La ciudad aparece destruida por la revuelta y la confusión es máxima. Hay mucha gente herida y los desaparecidos se cuentan por decenas. Entre ellos, Svekta. A lo largo de cuarenta y ocho horas asistimos a la búsqueda desesperada por parte de su madre. Encuentra el apoyo del agradable Loginov -Vladislav Komarov-, con quien vive una romance apasionado y soporta los momentos más relajados.

Dos días vertiginosos que se narran en dos horas justas. Un relato conmovedor que refleja una circunstancia histórica de la que nadie puede sentirse satisfecho. Julia Vysotskaya ofrece una actuación destacable, como ya hiciera en Paraíso, que concedió a su pareja el premio al mejor director en la Ciudad de los Canales. Entonces, se incursionaba en la Segunda Guerra Mundial; ahora le ha llegado turno a un suceso dramático en plena distensión con el mundo occidental.

Konchalovski dirige con talento y mano firme. No vacila en mostrar los cambios que se producen en la forma de actuar de Lyuda. Como en el caso de Jack Lemmon en Missing, su protagonista vive una auténtica odisea. En esta oportunidad caso, la desaparición no se debe a unos ideales, sino a circunstancias que se terminan desbordando y que se retratan con elegancia, sin recrearse excesivamente en la violencia.

El contrapunto de ligereza que ofrece ante la tragedia es digno de mención. Una situación que permite avanzar en el metraje sin mirar el tiempo transcurrido o el que resta para el final. Es una película incómoda para el espectador en el sentido más intimista. Aun así, peca de cierta falta de emotividad. Esa es una constante en el cine de su autor y por ello, quizá, ha firmado largometrajes tan sobresalientes como éste sin alcanzar nunca el status de obra de arte.

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