Mis queridísimos hijos (Mes très chers enfants) (5/10)

Chantal y Christian viven una jubilación tranquila. Pero desde que sus hijos abandonaron el nido, no los ven demasiado. Las oportunidades de reunirse en familia son cada vez más escasas y cuando les anuncian que no vendrán a celebrar la Navidad deciden hacerles creer que les ha tocado la lotería.
El síndrome del nido vacío cobra carta de naturaleza en esta comedia de Alexandra Leclère, una cineasta que no suele comprometerse mucho con sus propuestas y busca el lado más fácil y tierno de sus personajes. Con altibajos, esos parámetros se mantienen en esta historia previsible que tiene el don de contar con dos actores de carisma que se compenetran perfectamente ante las cámaras, Josiane Balasco y Didier Bourdon. Su vis cómica consigue hacernos olvidar en muchos casos que anticipamos lo que sucederá en la siguiente secuencia.
Encarnan a Christian y Chantal Blanc, un matrimonio mayor, que ve con cierta decepción el hecho de que sus dos hijos, Sandrine -Marilou Baya- y Stéphane -Cedric Ben Abdallah- se marchen a buscar su futuro en París. La pequeña ciudad en la que viven no se encuentra muy distante y aguadan con ilusión que la familia se reúna cada domingo en torno a la mesa familiar. Los gestos, apodos y caricias entre los cuatro resultan exagerados y, como es de esperar, el distanciamiento resulta inevitable.
Ni siquiera en Navidad
Los dos jóvenes nunca tienen tiempo para hablar con sus padres y mucho menos ir a visitarles por mucho que a Stéphane su madre le lave y planche las camisas. Incluso, llega a contratar un servicio de mensajería para que entregue y recoja su ropa. La gota que colma el vaso, especialmente para Chantal, es que los chicos ponen excusas para no visitarles en Navidad. La habitual paella de los domingos se sustituye en este caso por un crumble de manzana que se va directo a la basura porque, como siempre, han dejado solos a los mayores.
En esa tesitura, Christian tiene una idea: les han tocado 18 millones de euros a la lotería. Desde ese momento, sus dos hijos se les aproximan cariñosamente y rompen todos los planes anunciados para celebrar juntos las fiestas navideñas. El matrimonio debe guardar las apariencias con vestidos y automóviles exclusivos que alquilan por horas. Gastan lo que no tienen y los jóvenes no se quedan cortos a costa del supuesto dinero de sus progenitores, si bien habrán de adelantar alguna que otra factura en restaurantes y hoteles de lujo.
De la mentira a la exageración
Sandrine, que ejerce de recepcionista para su novio, sueña con abrir su propio salón de té. A Stéphane, su histriónico jefe –Laurent Stocker– le propone ser socio de la empresa siempre que lleve a cabo la oportuna aportación económica. Hace cuentas con su hermana y estiman que les corresponden seis millones a cada uno. Llegados a ese punto, el problema está en elegir cómo y cuándo deberán informar los Blanc a sus queridos retoños que todo ha sido una farsa en aras de volver a reunir a la familia los fines de semana o, cuando menos, en Navidad.
Unos viven atrapados en la mentira y otros levantan castillos en el aire. Alexandra Leclère aporta su granito de arena en la puesta en escena. Si consigue arrancar sonrisas es gracias a su buena labor tras las cámaras y a sus dos actores principales. Abusa de la caricatura y deja algunos elementos en el aire, como el posible romance de Stéphane con una compañera de trabajo. De la parte bufa se salva en buena parte el matrimonio mayor porque sus intérpretes intentan hacerlos creíbles. Los demás colaboran a la parodia llevada a la exageración.
Fecha de estreno en España 1 de julio de 2022 (95 minutos).