Saltar al contenido

Baby Diver (***1/2)

7 julio 2017

Uno joven pero experto conductor vive cada momento de su vida a impulsos de una canción distinta, según el momento y el estado de ánimo. Obligado a participar en una serie de atracos porque debe dinero a un mafioso, quiere escaparse de ese mundo una vez saldada la deuda y huir con una camarera que le recuerda a su madre fallecida. No será tan sencillo.

Creo que ya tenemos película para este verano. Edgard Wright ha filmado su trabajo más serio, aunque se trate de una comedia de acción, y también el mejor de su carrera. Combina de manera espectacular una serie de ideas brillantes en medio de unos estereotipos que sabe enmascarar con acierto. Lástima que el gran atractivo de su guion y su puesta en escena se diluya en una media hora final que desluce un tanto sus méritos.

Un chico –Ansel Elgort- con alguna que otra cicatriz en su cara aguarda al volante escuchando a Jon Spencer Blues Explosion con los auriculares enganchados a sus orejas y una gafas de sol que harían las delicias de cualquier joven de los ochenta. Mientras dos hombres y una mujer atracan un banco. De inmediato, tiene lugar una arriesgada persecución policial por las calles de Atlanta, pero los delincuentes llegan a su destino, ante la presencia de Doc –Kevin Spacey-. Lo justo para saber que el joven conductor atiende por el nombre de Baby, que de pequeño iba en el coche cuando murieron sus padres al empotrarse contra un camión.

Desde entonces, a Baby le zumban los oídos y tiene que estar constantemente escuchando música, incluido el tema que da título a la película, original de Simon Garfunkel. Parece despistado, pero sabe leer los labios gracias a sus vivencias con su padre adoptivo. Los asaltantes se reparten el botín pero a él sólo le corresponde una mínima parte por la deuda que tiene contraída con Doc. Un golpe más, y quedará libre La acción con ribetes de comedia se transforma en una historia romántica cuando conoce a Deborah –Lily James-, una camarera que le recuerda a su madre –Sky Ferreira-, que trabaja en el mismo establecimiento. Acababa de grabar una maqueta antes de fallecer y es la única cinta que su hijo salvaría entre cientos de grabaciones, compuestas por otros o por él mismo.

Cuando parece que ha llegado el momento de abandonar el volante para servir a otros, Doc pone en riesgo a los allegados de Baby si éste no participa en un nuevo golpe inmerso en una banda compuesta por viejos conocidos: Buddy –Jon Hamm-, un antiguo agente de Wall Street; su novia Darling –Elza González-; y Bats –Jamie Foxx-, un tipo de gatillo fácil. Ninguno de ellos se antoja como buena compañía y tienen tras de sí un largo reguero de sangre. Lo contrario que el protagonista, cuyo buen corazón destaca sobre los demás. Es en ese momento, cuando se produce este último atraco, el inicio de la rampa descendente de un film que, hasta entonces, apenas tiene desperdicio.

Las persecuciones automovilísticas y las cabriolas con los distintos modelos  y motores no tienen que envidiar a Fast & Furious y, además, en este caso están justificadas y se incorporan a un guion coherente. La historia no parte de premisas originales, precisamente. La propuesta de un chaval que debe satisfacer una deuda a un mafioso y se enamora de una chica a la que están a punto de hacerle daño si no participa en una nueva fechoría es casi tan vieja como el cine. Sin embargo, hay elementos que la convierten en original y atractiva. Principalmente, la música y la obsesión de sus personajes.

Como suele ser habitual en el cine de Wright, los temas musicales adquieren una importancia capital, pero en este caso resultan toda una explosión de sonido. Baby tiene diversos iPad y en cada uno de ellos diversos tipos de música.  Escoge una canción determinada en función de su estado de ánimo o de lo que tenga que hacer en ese momento. De esta forma, la banda sonora se convierte en un elemento más, hasta el punto de que podríamos hablar de un musical de acción. Un chaval con problemas con las mujeres se enamora y es correspondido gracias, precisamente, a la música. Un aspecto que permite escuchar a Rolling Stones, Mint Royale, Carla Thomas, T. Rex o Golden Earring, entre otros.

La obsesión de los personajes, cada uno en su aspecto, es evidente. Nos quedamos con Baby, que emparenta con el Sailor de Corazón salvajeWild at Heart, 1990- o el Clarence de Amor a quemarropaTrue Romance, 1993-. Los tres coinciden en ese amor desesperado, en un look particular, y en tres actores no demasiado expresivos que consiguieron uno de los momentos más brillantes de sus respectivas carreras. En este caso, Ansel Elgort, muy lejos de su rol en la serie Divergente, se encuentra muy bien arropado por Kevin Spacey y, sobre todo, un espléndido John Hamm. Sí, también está muy próximo al Driver protagonizado por Ryan Gosling, donde nos convenció como actor y que recordaba a Nicolas Cage de David Lynch por su chupa diferencial, y que en este caso se muta por las gafas de sol. La propuesta da para una saga o una serie televisiva, pero será muy difícil igualar este original.

From → Cine

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.