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En la vía láctea (On the Milky Road) (*1/2)

17 julio 2017

Cada día, en plena guerra de los Balcanes, un hombre montado en un burro lleva leche a los soldados. Una joven quiere casarse con él, pero su vida se ve alterada por la presencia de una mujer que quiere dejar atrás su turbio pasado. Llegó para desposarse con un héroe local, pero ha quedado prensada por la humanidad del protagonista.

¡Qué tiempo aquellos, lo de finales del siglo XX! En las dos décadas últimas, Emir Kusturica solo hizo películas destacables. Parecía tocado por la varita mágica que concede a los genios mostrar prácticamente obras de arte una detrás de otra. Así ganó dos veces en Cannes, con Papá está en viaje de negocios -1985- y Underground -1995-, hasta que llegó 1998 para explorar con la sorprendente Gato negro gayo blanco un camino plagado de personajes rurales atrapados por el espíritu surrealista que se desenvolvían por igual entre la comedia y el drama aderezados por una música compuesta por el propio Kusturica o por su hijo Stribor.

Prácticamente, el cineasta serbio se había olvidado de dirigir una obra de ficción. Desde 2007 únicamente había rodado un documental sobre Maradona y una pequeña aportación a la obra colectiva mexicana Words with Gods. Su presencia con una pequeña historia fue el embrión de este largometraje que el él mismo protagoniza junto a la explosiva Monica Bellucci, que no tiene reparo alguno a la hora de hablar serbio. Se trata de una obra delirante, con algún que otro hallazgo pero que se le va de las manos al talentoso artista. Tanto, que su duración va más allá de las dos horas con una última parte que debía de haberse contado en el diez por ciento del tiempo.

En plena guerra de los Balcanes, Kosta desafía las balas y las explosiones a lomos de su burro, con un halcón domesticado, y protegiéndose únicamente con un paraguas. La bella Milena –Sloboda Micalovic-, la hija de la mujer que regenta la casa de la que el protagonista obtiene la leche, quiere casarse con él. Desea hacerlo el mismo día que su hermano, un héroe de guerra local, se despose con Nevesta, una mujer de origen italiano a la que ha prácticamente ha comprado como si fuese un objeto sexual. Con un pasado turbio que desea olvidar, la recién llegada se ha comprometido a una boda que le permita liberarse de la persecución a la que le somete un general inglés que puede reaparecer en cualquier momento. Todo cambia cuando conoce a Kosta, del que se enamora por su sencillez y honestidad. El interés es recíproco.

Amor en tiempos de guerra. Pero en este caso la guerra es un acompañamiento para destacar que el amor y la humildad pueden imponerse a la necedad de un conflicto irracional. Únicamente se explica así que los dos personajes centrales leviten henchidos de atracción mutua. Kusturica riza el rizo en casi todo momento. Muestra un film donde mueren más animales domésticos que personas, en el que las serpientes beben leche y en el que los campos de minas son visibles por los cables que unen los artefactos.

Las secuencias se estiran, algunas con rigor y otras de forma desproporcionada. Desde el principio todo es extraño, loco y pretendidamente original. Tanto, que su autor necesitaría sentarse en el diván del psicoanalista para centrarse. De inicio, se mata un cerdo en cuya sangre se baña un grupo de ocas. Su blanco inmaculado queda teñido por el rojo del enfrentamiento. Luego, en casa de Milena, que más bien parece un apeadero ferroviario, un reloj se vuelve loco. Tanto como el tiempo en el que está centrada la historia. No hay buenos ni malos y, si se quiere, tampoco se manifiestan los bandos, que firman treguas a conveniencia y parecen disparar por orden. Todo está lleno de metáforas. Demasiadas como para centrarnos. Algunas, tópicas; otras, de difícil comprensión.

Kusturica desbarra, aunque lo haga con sus convicciones más firmes, que pasan por la gente de pequeñas aldeas y por las costumbres populares, especialmente la música. Algunas piezas las interpretan personajes estrafalarios con instrumentos no convencionales. Una banda de la que no se libra ni el sacerdote ortodoxo. El propio protagonista aparece tocando el salterio. El conjunto forma un drama de alto voltaje suavizado por el amor. La guerra duele, pero los enamorados la vencen sin mayores alardes. Son honestos, puros en su atracción. Aunque el conjunto es siempre sorprendente, la cinta se asfixia con su propio ego, que es el de su autor. Demasiado altivo, cinematográficamente hablando, como para ser autocrítico y meter la tijera allí donde hace falta.

From → Cine

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