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Alma mater (Insyriated) (***1/2)

12 febrero 2018

La vida colmada de angustia

La ciudad está sitiada. Nadie se atreve a salir de casa por miedo a las bombas y, sobre todo, a los francotiradores. Una madre custodia a sus tres hijos y a su suegro al tiempo que alberga un matrimonio vecino. El agua y los alimentos escasean. Huir es una esperanza, pero la muerte acecha fuera de ese domicilio.

No hay buenos ni malos. Simplemente, es la guerra. Resuenan constantemente el vuelo de los helicópteros, el estallido de bombas más o menos lejanas y los disparos de los francotiradores. Lo mejor es quedarse en casa, prisioneros sin culpa, aspirando simplemente a vivir un día más. Oum Yazan –Hiam Abbass- tiene tres hijos: Yara –Alissar Kaghadou-, Aliya –Ninar Halabi- y Yazan –Mohammad Jihad Sleik-. En circunstancias normales, su vida podría decirse que sería acomodada. No en vano cuenta con una empleada de hogar, Delhani –Juliette Navis-, una subsahariana. El marido de Oum se ha ido para hallar escape seguro con su familia y ha dejado a su padre, Mustafa –Mohsen Abbas-, al cargo de su esposa, que también da cobijo a un matrimonio vecino con su bebé.

Mustafa tiene la mirada perdida en la ventana. Hace un sol espléndido que promete un día diáfano, pero el apartamento está prácticamente oscuras. Las cortinas impiden que los inquilinos sean vistos desde fuera aun a costa de la penumbra. Selim –Moustapha Al Kar- le dice a su esposa Halima –Diamand Abou Abboud- que va a reunirse con un periodista que les facilitará una vía de escape al Líbano. En la casa se quedan nueve personas, puesto que demos contar al recién nacido y a Kareem –Elias Khatter-, el novio de Yara, que permanecerá junto a ellos hasta que pueda reunirse con sus padres en un momento de menor riesgo, principalmente por la noche.

Cuando Selim sale en busca de su cita ni siquiera puede atravesar el patio. El disparo de un francotirador le abate. Sólo se ven sus piernas entre unos cuantos objetos inservibles. Todo parece indicar que ha muerto. Delhani, la criada, que tiene dificultades para racionar el agua, lo ha visto todo desde la puerta. Se lo cuenta a Oum, pero ésta le pide silencio. No quiere revelar el suceso porque Halima saldría a buscar a su esposo y podría ser sacrificada por el mismo francotirador. La mujer demuestra su matriarcado. Está decidida a defender a su gente como sea al igual que cualquier animal protege a sus crías.

La acción prácticamente se desarrolla en tiempo real. De esta forma sabemos que cuando amenazan las bombas, todos se refugian en la cocina. Es el punto más lejano de los posibles estallidos y la cámara en mano se aprovecha de estos desplazamientos para diluir en lo posible la sensación de claustrofobia que emana de esta puesta en escena de Philippe van Leeuw, comprometido cineasta que nose introdujo en las consecuencias de la guerra de Ruanda en 2009, con El día que Dios se fue de viaje, su primer y único trabajo hasta la fecha.

Narra con efectividad el día a día que un civil puede soportar en una guerra en la que no toma partido pero sufre a cada segundo. El autor se centra principalmente en una cuestión moral. La protección que ejerce Oum con respecto a Halima va mucho más allá. En un conflicto como el de Siria no solo hay bandos enfrentados. Proliferan quienes sacar provecho a la situación. Saqueadores sin escrúpulos que violan y roban a sus víctimas. Aunque la puerta de la vivienda que nos ocupa está amachambrada con pestillo, mientras la mayoría del grupo se encuentra en la cocina, entran dos vándalos que se encuentran con la joven. Ella se ofrece a condición de que no lastimen al bebé. Separados por una puerta de lámina estrecha, los demás callan a petición de la dueña del domicilio.

¿Es lógico el comportamiento de Oum? Posiblemente, podrían defender a Halima, pero será difícil evitar daños colaterales o que todos salieran indemnes. La disyuntiva va más allá de la proyección y favorece la diferencia de criterios. En todo caso, el film nos hace ver como la madre protege a los suyos. Es destacable la participación de las dos mujeres protagonistas. En el caso de Diamand Abou Abboud recordemos que es una de las actrices principales de El insulto, la película libanesa candidata al Oscar en el apartado de habla no inglesa. Precisamente, el Líbano fue el país de rodaje de esta cinta, en la que participan fundamentalmente refugiados sirios.

Además, se debe resaltar la iluminación de la directora de fotografía Virginie Surdej, que aporta un ambiente fantasmagórico que magnifica la sensación opresiva. Con una propuesta sólida, la violencia casi siempre queda al margen de la pantalla. Se ven sus consecuencias, como se escucha la guerra y una banda sonora de Jean-Luc Fafchamps que no le hace justicia al conjunto. El desenlace tampoco está muy de acuerdo con la evolución de la historia, por lo que estos detalles se conjugan para disminuir el valor de una propuesta trágica que devuelve a primer plano el horror de una guerra insensata y nunca bien explicada.

From → Cine

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